REUTERS/Carlos Garcia Rawlins
A menudo hemos escrito sobre juicios políticos sesgados que parecen
ser cada vez más comunes como mecanismo de represión en países no
democráticos, que intentan mantener una apariencia de respetabilidad
internacional. En los últimos meses hemos visto a periodistas y a
activistas políticos cínica e injustamente enviados a la cárcel en
Azerbaiyán, Egipto, Rusia y otros países. Pero por su descaro, nada
iguala lo que le ocurrió este jueves al líder opositor Leopoldo López
quien fue condenado a casi 14 años de prisión.
Por el Consejo Editorial del Washington Post en traducción libre del inglés por lapatilla.com
López, de 44 años, es, como mucho del movimiento opositor, un motivo
de esperanza para el futuro de Venezuela a pesar del desastroso colapso
político y económico del país bajo el régimen fundado por Hugo Chávez.
Un izquierdista moderado educado en Estados Unidos, el Sr. López
favorece un cambio democrático pacífico; en sus llamados a protestas
contra el gobierno el año pasado, llamó a sus seguidores a actuar sin
violencia. No en vano, su popularidad en encuestas supera a la del
actual presidente Nicolás Maduro, por más de 20 puntos.
El régimen respondió a los discursos del señor López arrestándolo en
febrero de 2014, acusándolo de se el responsable de los enfrentamientos
que se produjeron después de una manifestación a pesar de que no estaba
presente cuando se produjeron. Para desestimar sus claros llamados a la
no violencia, el gobierno afirmó que los tweets del Sr. López contenían “mensajes subliminales” que inspiraron los actos violentos. Si, en verdad.
Luego vino el juicio, que fue cerrado a los periodistas y
observadores independientes. En 70 audiencias que se extiendieron por
más de 600 horas, el gobierno presentó 108 testigos acusadores – ninguno
de los cuales, de acuerdo con un comunicado de Human Rights Watch,
presentó evidencia alguna que respaldara sus acusaciones. Luego el señor
López sólo tuvo tres horas para su defensa. La juez rechazó 58 de los
60 testigos de la defensa, y los otros dos se negaron a testificar.
Entonces ella (la juez) sentenció la pena máxima solicitada por la
fiscalía.
Llamar a este caso “una completa parodia de la justicia“,
como lo hizo Human Rights Watch, le da más crédito del que se merece.
Fue nada más que un crudo espectáculo de propaganda y un dispositivo
para encerrar a un oponente que el régimen teme inmensamente.
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