Los estrechos lazos con Damasco y
Teherán demuestran que los Castro no han cambiado, y manejan una red que
patrocina al extremismo islámico
Por: JOSEPH HUMIRE
Fuente: PamAmPost
JOSEPH HUMIRE |
Pese al optimismo por las conversaciones entre Cuba y Estados Unidos,
Washington ha cometido un grave error al remover a La Habana de su lista
de países patrocinadores del terrorismo (Cumbre de las Américas)
Tras el anuncio del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, el año
pasado, sobre el nuevo enfoque en las relaciones con Cuba, la remoción
de La Habana de la lista de países patrocinadores del terrorismo era un
hecho consumado. Lo que comenzó como una revisión semestral, ahora se
convirtió en una conclusión inevitable, ignorando los antecedentes y la
creciente evidencia de que Cuba continúa apoyando a terroristas, no solo
en la región, sino también de lugares tan lejanos como Medio Oriente.
Un poco de contexto. Cuba fue incluida en la lista el 1 de marzo de
1982, por ofrecerle “apoyo material y político” a terroristas desde
América Latina hasta África. Durante la Guerra Fría, era bien conocido
que La Habana era un refugio seguro para los terroristas de todo el
mundo, especialmente las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) y Patria Vasca y Libertad (ETA, por sus siglas en vascuence), un
movimiento armado que busca independizarse de España.
Defensores de la decisión del presidente señalarán que ETA ha
prácticamente desaparecido, y que las FARC se encuentran en un período
de transición, negociando su situación con el Gobierno colombiano en
conversaciones celebradas en la propia Habana. Superar la Guerra Fría
implica eliminar políticas que ya no son relevantes, o algo así,
argumentarían desde la Casa Blanca.
Pero los hechos no coinciden con la fanfarria. Según una investigación
del Centro para una Sociedad Libre y Segura (SFS), el Gobierno cubano
colaboró recientemente con la República Bolivariana de Venezuela en la
creación de un canal criminal-terrorista con el objetivo de encauzar
fondos y drogas desde América Latina hacia el Medio Oriente, a cambio de
brindarles un lugar seguro a combatientes extranjeros y terroristas
islámicos. El papel de Cuba en este esquema debe comprenderse
correctamente.
En 2003, cuando el caudillo venezolano Hugo Chávez necesitó revisar los
procedimientos de inmigración para servir a las necesidades de su
Revolución Bolivariana, no dudó en recurrir a la figura vicepresidente
cubano, el general Ramiro Valdéz, un revolucionario de la vieja guardia,
quien fungió como ministro del Interior de Cuba y líder de la temida
Dirección General de Inteligencia, también conocida como G2.
Cuba ha jugado un rol primordial en asegurarles a los terroristas una robusta presencia en el hemisferio occidental
En Venezuela, uno de los logros más notables del general Valdéz fue
utilizar la estatal Universidad de las Ciencias Informáticas de Cuba
para instalar el nuevo sistema migratorio de la República Bolivariana.
Váldez designó al vicecanciller Lavandero García como líder del
proyecto, y comenzó a revisar los sistemas informáticos de la agencia
migratoria y de naturalización de Venezuela, antes conocida como Onidex.
Varios años después, el nuevo sistema de información y migratorio estaba
completamente operativo bajo el nombre de Saime. Desde 2009, el Saime
ha estado bajo el control global de los agentes cubanos, pero
administrado por los chavistas, alguno de ellos con estrechos lazos con
redes del terrorismo islámico.
Desde 2009 y hasta 2012, el nuevo sistema de migración, controlado por
Cuba, entregó pasaportes, visas, y documentos de identidad a por lo
menos 173 militantes islámicos de Medio Oriente, muchos de ellos
sospechosos de mantener vínculos con la organización terrorista libanesa
Hezbolá.
Los controles migratorios son una función importante del Gobierno
nacional. Los sistemas biométricos de información, los procesos de
evaluación y los agentes que operan esos controles son la última linea
de defensa de un país frente a la potencial amenaza de terroristas
ingresando al territorio.
En el caso de Cuba y Venezuela, hacen exactamente lo contrario: en vez
de detener el flujo de terroristas, estos Gobiernos facilitan los
movimientos de los extremistas islámicos hacia el hemisferio Occidental,
proveyéndoles un “pase libre”, junto con los aliados
antiestadounidenses de la región. Además de Venezuela, otros países del
ALBA, como Bolivia, Ecuador y Nicaragua supuestamente recibieron apoyo
de los informáticos cubanos para reformar sus sistemas migratorios.
Con el transcurso del tiempo, la política exterior cubana ha sido
articulada para trabajar con los enemigos de Washington alrededor del
mundo, una política que les valió un lugar en la lista de los Estados
que patrocinan el terrorismo. Más de 30 años después, no hay señales de
que la política exterior de La Habana haya cambiado: continúa
manteniendo estrechas relaciones con Damasco y Teherán, quienes
continúan siendo designados como promotores de movimientos terroristas
internacionales.
Mientras que las FARC y ETA pueden ser problemas del pasado, el
terrorismo islámico sigue siendo una amenaza para la seguridad nacional
de EE.UU. Cuba ha jugado un rol primordial en asegurarles a los
terroristas una robusta presencia en el hemisferio Occidental, incluso
facilitando su ingreso a América del Norte.
Esto merece ser considerado porque, como aprendimos del sombrío ejemplo
de Corea del Norte, la decisión prematura de remover a un país de la
lista de patrocinadores del terrorismo puede tener consecuencias
nefastas —para la seguridad internacional, y el bienestar de la gente de
ese país.
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