Henrique Salas Romer
hsr.personal@gmail.com@h_salasromer
El próximo domingo, 15 de junio, será un día de esperanzas… de presagios y expectativas.
En Brasil, se habrá iniciado el Mundial
de Fútbol, con sus “Grupos de la Muerte”, y en Colombia se elegirá a un
nuevo presidente.
En La Habana, el tono será diferente.
Allí, donde el gobierno colombiano y las FARC negocian la paz, y un
gabinete sombra a distancia gobierna a Venezuela, allí, en la capital
cubana, tanto el Mundial, por sus consecuencias mediáticas, como la
elección colombiana, serán seguidos con aprehensión.
Envejecidos sus líderes, el Régimen cubano juega a su propia salvación.
Hasta hace poco, todo marchaba
razonablemente bien. Apuntalando a Maduro, y presionando a Santos, el
Régimen cubano venía alargándole la vida al primero y, jugando a las
FARC, extrayéndole concesiones al segundo. Pero de pronto, Maduro se
quedó sin piso propio y enfrentado a una rebelión indetenible, mientras,
en cuerpo de Oscar Iván Zuluaga, a Juan Manuel Santos se le apareció
Uribe, poniendo en peligro su reelección.
La Habana conocía el riesgo pero por
razones existenciales, procuraba darle oxígeno a dos fuerzas sin
aliento: a una Revolución Bolivariana, que frágilmente sobrevive sin
líder y sin dinero, y a unas FARC, que se sostienen, gracias al
santuario que, en territorio venezolano, ayer Chávez y hoy Maduro les
proporcionan.
Es un cuasi trágico final. Santos,
Maduro y Castro, enlazados entre sí. Cada cual con su propio propósito,
pero cuan siameses, los tres atados a un mismo destino.
De ser derrotado Santos, Cuba perderá
toda injerencia en el proceso de paz colombiano, las FARC quedarán en el
limbo y Maduro, con su piso político fragmentado, tendrá que vérselas
con un vecino que, con sobrada razón, sostiene que el proceso de paz
comienza en Colombia pero, pero por lo poroso de la frontera común,
termina en Venezuela.
Brasil genera sus propias expectativas.
De un lado la de los aficionados, cada uno apostando a su equipo
favorito. Del otro, las de Nicolás Maduro, apostando a que el Mundial le
proporcione 30 días de respiro para sortear el peligroso disparate del
“magnicidio”, reparar las grietas de su propio entorno y, a punta de
represión, acometer “la misión imposible” de salir del berenjenal.
Crecen los temores, se acrecientan los
peligros, sobrevuelan las aves agoreras… La misma Dilma, viendo sus
perspectivas caer, siente en su derredor el revoloteo.
El próximo domingo será para algunos de
entusiasmo y expectativas, pero para La Habana y los siameses, un día de
presagios agoreros y oscuras expectativas.
También para los buenos papás, será este domingo, un día muy feliz.
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