Por: Roger Noriega
Fuente: IASW
El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ha notado claramente que muchos en América Latina y el Caribe tienen una afinidad extraordinaria con el mito de la revolución cubana. Lo que aún no tiene claro es que la gran mayoría de los ciudadanos de la región preferiría vivir en el Chile de Augusto Pinochet que en la Cuba destruida por Fidel Castro.
Durante la Cumbre de las Américas en Panamá Obama se encontrará con una región que ha perdido la estabilidad y la prosperidad desde que asistió a su primera cumbre en 2009. A pesar de que esperaba cosechar elogios por su acercamiento con La Habana, Obama recibirá en cambio un trato hostil por parte de varios líderes latinoamericanos, quienes encabezados por Nicolás Maduro de Venezuela y apoyados por Castro están determinados en diezmar la influencia que le queda a Washington en una región de suma importancia para la prosperidad y seguridad de los Estados Unidos.
Para ser justos, otros líderes de la OEA insistieron en que se invitara a Castro para asistir a la cumbre, a pesar de la cláusula democrática de la organización. Pero la iniciativa a la que dio más importancia Obama en las Américas fue el anuncio el pasado diciembre de normalizar las relaciones con la dictadura de Castro en Cuba. En vez de suscribirse a una política, a la que se suscribieron su antecesores, en donde la reanudación de relaciones con Cuba debería estar ligada a un cambio democrático y de derechos humanos que afecta a 11 millones de cubanos, Obama accedió a legitimar el régimen que los ha atormentado durante 56 años.
Al sentir que Washington estaba listo para cantar victoria en la cumbre, negociadores cubanos han estancando los planes para un intercambio mutuo de embajadores. Entretanto, los hermanos Castro se han negado a aflojar el estrangulamiento que ejercen sobre el pueblo cubano y han exigido a Estados Unidos el retirar su base en Guantánamo, el pago de las llamadas reparaciones a la isla (en un punto, el importe solicitado era $180 billones de dólares) y la suspensión del apoyo que Estados Unidos le da a la sociedad civil en Cuba.
Peor aún, Castro está reuniendo a sus acólitos en media docena de capitales para protestar la decisión de Obama de sancionar a los violadores de derechos humanos en Venezuela, donde el régimen Maduro es responsable de matar a decenas de manifestantes y de la detención arbitraria de cientos más. Los principales líderes de la oposición han sido hostigados, encarcelados y sometidos a abusos. La economía venezolana se está desmoronando después de 15 años de corrupción y mala administración. Decenas de altos funcionarios venezolanos están siendo investigados por las autoridades estadounidenses por su presunta participación en lavado de dinero, narcotráfico y terrorismo. En un intento desesperado de sofocar un enfrentamiento con Venezuela, Obama envió a Tom Shannon, un alto funcionario del Departamento de Estado, a buscar un acuerdo con ese gobierno criminal.
Venezuela es sólo el ejemplo más claro de una región en crisis. La economía de Brasil entró en recesión el verano pasado y los índices de aprobación de la presidenta Dilma Rousseff se han derrumbado solo a unos meses de haber iniciado su segundo mandato. El aumento del desempleo y un escándalo de corrupción, donde Partido de los Trabajadores está involucrado, provocó que más de 1 millón de brasileños salieran a las calles el mes pasado para demandar la renuncia de Rousseff, cuestión que ha desafiando su capacidad para gobernar.
El presidente de México, Enrique Peña Nieto, está luchando para salvar las reformas económicas y se ha visto obligado a recortar el gasto para compensar la caída de los ingresos del petróleo. También se enfrenta con una crisis de confianza generada por una crisis de corrupción, narcotráfico y violencia.
El presidente de Colombia se apresura a concluir un acuerdo de paz inverosímil con una organización guerrillera armada que juega un papel central en el tráfico de cocaína. La Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia siembran la corrupción y la violencia de los Andes a través de América Central, el Caribe, México y las principales ciudades de los Estados Unidos.
Los gobiernos de América Central, cuyas economías prometedoras se integraron en un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos hace apenas nueve años, ahora están luchando para detener la ola de inmigrantes que huyen de la pobreza y la violencia generada por la droga.
Al igual que muchos liberales estadounidenses, el presidente Obama ve a América Latina y el Caribe como un conjunto de quejas contra una superpotencia imperiosa. En lugar de entablar una conversación directa sobre la ilegalidad y la corrupción en Venezuela, Obama pretende ignorar el caos que azota a ese país sudamericano. En lugar de hablar con Brasil y México sobre transparencia y la necesidad de fomentar el crecimiento del sector privado, Obama ha preferido dejar que estos países se las arreglen por si solos. En lugar de apoyar a los centroamericanos a maximizar los beneficios del libre comercio, ve como se hunden en corrupción y disfunción. En lugar de defender los derechos de los cubanos, prefiere complacer a Castro.
No es demasiado tarde para que Obama reconozca que sus contrapartes serias en las Américas no necesitan un amigo, necesitan un socio. Ellos necesitan la inversión y el comercio, el capital y tecnología. Ellos necesitan la solidaridad en la defensa del estado de derecho, la democracia y los derechos humanos. Ellos no quieren un abrazo, ellos quieren un apretón de manos.
El autor fue secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental y embajador ante la Organización de Estados Americanos en la Administración del presidente George W. Bush (2001-2005). Es investigador visitante en el American Enterprise Institute. Su firma, Visión Américas LLC, representa a clientes estadounidenses y extranjeros.
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