El martes 17 de diciembre el presidente
de los Estados Unidos, Barack Obama, y el tirano de Cuba, Raúl Castro,
vestido éste de militar, hablaron al unísono a los pueblos cubano y
norteamericano sobre el restablecimiento de relaciones entre ambos
países y el fin del embargo norteamericano. El discurso de Obama todavía
no ha sido difundido en su integridad en la televisión cubana, mientras
que el discurso de Raúl Castro le ha dado la vuelta al mundo; el mismo
discurso de siempre.
Las palabras de Barack Obama, el presidente showbiz, no pasaron de ser otro número de circo al que ya nos tiene acostumbrados, y a mi juicio han sido las palabras más falta de respeto a la inteligencia de los cubanos demócratas que yo recuerde en mucho tiempo.
En cuanto al discurso de Castro II, no
pasó de ser una verborrea cansina, donde lo único a retener sería la
frase donde afirma que hay que empezar a aprender a vivir de forma
civilizada pese a las diferencias. Frase dirigida a Estados Unidos y que
nos preguntamos si estaría dispuesto a aplicarla en relación al pueblo
de Cuba, a los opositores, y a la disidencia.
Mucho ruido y pocas nueces, puesto que el
Congreso norteamericano deberá aprobar esta nueva medida de Obama, y de
momento histórico nada de nada. Ningún momento histórico ha estado
exento de memoria, y este ha sido el momento más desmemoriado de los
Estados Unidos frente a Cuba. Borrados de un plumazo los fusilamientos
masivos, eliminados los presos políticos del presidio histórico,
ignorado el exilio intransigente frente a una dictadura que no ha
variado ni un ápice en 56 años en el poder, y ningún reconocimiento a la
labor de los demócratas cubanos de adentro y de afuera.
Ahora, eso sí, es el momento para la
disidencia de actuar, es el momento de tomarle la palabra a Raúl Castro y
a Obama. Es el momento de presentar proyectos políticos, para que esa
diferencia de pensamiento, de opinión y de lenguaje, sea reconocida en
el interior de Cuba. Es lo que habrían hecho Payá y Pollán.
Zoé Valdés.
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