Barack
Obama ha comenzado la normalización de las relaciones con la dictadura
cubana. Es lo que le pedía el cuerpo. En su discurso y en sus
planteamientos ha ido mucho más allá de lo que se podía prever. Al fin y
al cabo, como dijo en su alocución, él ni siquiera había nacido cuando
el presidente John F. Kennedy decretó el embargo en 1961. Era un pleito
que lo dejaba indiferente. Supongo que hasta lo aburría.
Para
mí no hay duda de que se trata de un triunfo político total por parte
de la dictadura cubana. En La Habana están eufóricos. Washington ha
hecho una docena de concesiones unilaterales. Cuba, en cambio, se ha
limitado a farfullar unas cuantas consignas.
Es verdad
que Raúl Castro ha puesto en libertad a medio centenar de presos
políticos y ha liberado a Alan Gross a cambio de tres espías. Pero sólo
este año ha detenido a más de dos mil opositores y ha aporreado a
cientos de ellos, y muy especialmente a las sufridas “Damas de Blanco”.
En
realidad, Obama no había cambiado antes la política cubana por razones
electorales. Ese es el factor esencial en la esfera pública. Manda su
majestad la urna. Esperó al término de las elecciones parciales de su
segundo mandato –las últimas en las que participaría su partido durante
su presidencia– y a que el senado entrara en receso. Entonces actuó.
Una de las pocas ventajas de ser un lame duck
es que no se paga un precio electoral. Por lo menos no lo paga el
presidente en funciones, aunque a lo mejor tiene que abonarlo el
candidato de su partido en los comicios posteriores.
Al Gore
–por ejemplo—nunca le perdonó a Bill Clinton el tipo de solución que le
dio al caso del niño balsero Elián González. Perdió Florida por 536
votos –los cubanos votaron mayoritaria y furiosamente en su contra– y en
ese estado se liquidaron sus sueños de llegar a la presidencia.
Previamente al discurso de Obama y a su cambio de política, The New York Times
había ablandado a la opinión pública con un bombardeo de siete
editoriales consecutivos en los que solicitaba lo que inmediatamente se
iba a conceder.
No era la
influencia de la prensa sobre la Casa Blanca. Era al revés: era la
influencia de la Casa Blanca sobre la prensa para lograr objetivos
políticos. En esos editoriales estaba la hoja de ruta del cambio de la
política norteamericana con relación a Cuba. Ahora se entiende la
campaña del NYT. No era buen periodismo. Eran buenas relaciones
públicas.
Los
argumentos de Obama para revertir la estrategia política seguida por
una decena de presidentes republicanos y demócratas previos fueron
principalmente dos: primero, no ha dado resultados, y, segundo, Estados
Unidos mantiene relaciones con países como China y Vietnam. Dos
dictaduras nominalmente comunistas.
En cuanto
a los resultados del embargo contra el régimen cubano, no es eso lo que
sostiene el gobierno de los Castro. La Habana afirma que el embargo,
originado por la confiscación sin compensación de las propiedades
norteamericanas en la Isla, les ha costado miles de millones de dólares.
Pimen, fue útil para
que ningún otro país latinoamericano se atreviera a confiscar sin pago
empresas norteamericanas, mientras (alegan algunos estrategas)
contribuyó a que la Isla se viera obligada a reducir sus fuerzas armadas
a la mitad tras la debacle soviética en 1991.
Es
irrebatible que Estados Unidos tiene relaciones plenas con China y
Vietnam, de donde Obama, como mucha gente, deduce que debía tener buenos
vínculos con Cuba, pero la premisa es muy discutible y está basada en
una visión pragmática de las relaciones internacionales en la que no
intervienen or otra
parte, lo cierto es que, desde que Kennedy puso en marcha el embargo,
esa operación de castigo, si bien no sirvió para que Cuba compensara a
los legítimos propietarios, ni para derrocar al réglos juicios morales.
Si
ése es el caso, ¿por qué no tener relaciones normales con Siria si las
tienen con Arabia Saudita, que es otra tiranía islámica? ¿Por qué no
tratar con indiferencia al Califato (ISIS) que ha surgido en un rincón
de Siria y hoy hace metástasis por todo el Oriente medio? ¿Que Siria y
el califato matan y atropellan? En China y en Vietnam también matan y
atropellan. En rigor, desde la perspectiva estrictamente pragmática,
¿qué le importa a Estados Unidos que los talibanes sean una banda de
asesinos si los muertos ocurren en una zona alejada del mundo?
Hay una
regla de oro de la ética que Obama ha olvidado: donde quiera que se
pueda sostener la coherencia entre la conducta y los principios, hay que
hacerlo. Uno puede entender que es sensato tener relaciones normales
con China, un gigante demográfico y nuclear, porque las consecuencias
de defender los principios puede llevarnos a la catástrofe. Lo mismo
sucede con Arabia saudita y su maldito petróleo, pero en Cuba es
diferente.
En Cuba,
Estados Unidos podía evitar la disonancia moral porque la Isla,
violadora pertinaz de los derechos humanos, enemiga a muerte de Estados
Unidos al extremo de pedirle a la URSS el exterminio nuclear preventivo
del país vecino, que ya ha vertido el 20% de su población dentro del
territorio norteamericano, no tiene la menor significación demográfica o
económica y era posible casar coherentemente los valores y los
comportamientos.
Durante
todo el siglo XX, con razón, muchos latinoamericanos criticaron a
Estados Unidos por tener buenas relaciones con dictadores como
Stroessner, Pinochet, Batista, Trujillo o Somoza. Entonces se decía que
era una total hipocresía de Washington invocar los valores de la
libertad y la democracia mientras tenía relaciones estrechas con los
opresores de sus pueblos.
Como
consecuencia de ese reclamo, el 11 de septiembre del 2001, mientras
ardían las Torres Gemelas, se firmó en Lima la Carta Democrática de la
OEA, un documento impulsado por Estados Unidos en el que se perfilaban
todos los rasgos que debían tener las naciones del continente para ser
consideradas, realmente, democráticas.
De
cierta manera, esos eran los rasgos de la normalidad democrática.
Obama, que cita el documento, acaba de traicionar su esencia. Ha
normalizado las relaciones con Cuba, pero al precio de volver a la
nefasta política de la indiferencia moral en América Latina. Esa
disonancia es una desgracia.
Carlos Alberto Montaner
*Periodista y escritor
Vicepresidente de la Internacional Liberal
@CarlosAMontaner
Carlos Alberto Montaner
*Periodista y escritor
Vicepresidente de la Internacional Liberal
@CarlosAMontaner
0 comentarios:
Publicar un comentario
Haga su comentario