Por: Jesús Antonio Petit da Costa
Tenemos un presidente hablachento, que no calla un día siquiera, y un
gobernador, que se presenta como jefe de la oposición, que habla hasta
por los codos. Los dos compiten en mediocridad y nos torturan todos los
días con sus necedades. Oírlos o leerlos es como recibir una lección
diaria de embrutecimiento, lo cual explica la degradación de la política
en Venezuela.
Por razones de higiene mental acostumbro pasar de largo ante su
verborrea. Pero no puedo dejar de referirme a la última de Capriles que
lo confirma como el más colaboracionista de los colaboracionistas del
gobierno títere de Cuba. Rechaza que se le exija la renuncia a Maduro
porque “Nicolás no va a renunciar”. ¿Cómo lo sabe? Nadie es adivino. El
futuro está por escribirse.
Si Capriles no fuera colaboracionista aprovecharía cualquier oportunidad
para hacerle oposición al gobierno títere de Cuba. Si otros proponen
exigirle la renuncia a Maduro, no los descalificaría ni desanimaría.
Mucho menos contestaría como lo hizo, propio de un vocero de Maduro. Al
contrario, viendo la persecución, represión y encarcelamiento de
opositores, así como el engaño del diálogo, un verdadero líder de
oposición habría puesto a Maduro en aprietos emplazándolo: “si no
exhibes de inmediato tu partida de nacimiento para salir de dudas sobre
tu nacionalidad y el acta de defunción del difunto para salir de dudas
sobre el lugar, fecha y causa de su muerte por sus consecuencias
constitucionales y para despejar todas las dudas sobre magnicidio, debes
renunciar ya. Has tenido más de un año para exhibirlas y no los ha
hecho. No aceptamos más demora. Es cuestión de cumplimiento de la
Constitución.”
Pues bien, como Capriles se opone a que se le exija la renuncia a
Maduro, lo que confirma su colaboracionismo, habrá que pedirle la
renuncia a él. ¿Por qué motivo? Porque no puede ser gobernador y jefe o
líder de la supuesta oposición. Son incompatibles ambos. Los
gobernadores de estados no pueden ser activistas políticos. No pueden
ser dirigentes de partidos, ya que los funcionarios públicos en general
están al servicio del Estado, y no de parcialidad alguna (Art. 144).
Está al servicio de una parcialidad el gobernador que ejerce como jefe o
líder de la oposición. En un demócrata, que se califique como tal, esta
incompatibilidad genera la obligación, no sólo constitucional, sino
moral de renunciar al cargo de gobernador o al de líder de la supuesta
oposición. No vengan con que así lo hacen ellos, porque precisamente
ellos lo que hacen es pisotear la Constitución y envilecer la política.
Hacer lo mismo que ellos es caer tan bajo como ellos.
Además no puede ser jefe o líder de la oposición un empleado público que
le debe lealtad al Presidente de la República por ser subalterno.
Subvierte el orden institucional que un gobernador sea el jefe de la
oposición al presidente. Puede militar en un partido de oposición que lo
haya postulado, pero no puede ser su líder o dirigente y mucho menos el
que enfrente al presidente. Este relajo institucional sólo tiene una
explicación: al gobierno títere de Cuba le conviene que la oposición
esté dirigida por empleados públicos a los cuales puede domesticar con
el situado para que le sirvan de comparsa en el fraude electoral.
Tres razones más: 1) El cargo de gobernador es a dedicación exclusiva,
por lo cual resulta incompatible con cualquiera otra actividad; 2) El
cargo de gobernador es remunerado en función de su desempeño exclusivo,
por lo cual cualquiera otra actividad puede considerarse corrupción; y,
3) Constituye ventajismo, que quebranta el principio de igualdad, que
los gobernadores, valiéndose de los recursos de la gobernación, compitan
para dirigir partidos contra los demás aspirantes que carecen de estos
recursos.
Por todos estos motivos es que procede exigirle a Capriles la renuncia
al cargo de gobernador de Miranda o al de jefe de la supuesta oposición
representada en la MUD. Opte por la que prefiera, pero tenga claro que
no puede seguir siendo empleado del gobierno y líder de la supuesta
oposición.
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