Kerry afirma que “todas las pruebas” apuntan a la responsabilidad del régimen sirio
Una amplia coalición de países europeos y musulmanes legitima una intervención sin respaldo de la ONU
Antonio Caño Washington 26 AGO 2013 - 19:36 CET
El secretario de Estado, John Kerry, durante su comparecencia para abordar la situación en Siria. / JEWEL SAMAD (AFP)
Estados Unidos parece al borde de una intervención militar en Siria
con el apoyo de sus principales aliados europeos, de Turquía y de
algunos países árabes como castigo por el uso de armas químicas por parte del régimen de Bachar el Asad. Los responsables militares norteamericanos han elaborado una lista de posibles objetivos
de un ataque que se concentraría en instalaciones del Ejército sirio,
infraestructura utilizada para la guerra y los medios necesarios para el
uso de gases venenosos.
Aunque oficialmente no se ha tomado aún una decisión y siguen
existiendo dudas sobre la eficacia y el alcance del ataque, parece haber
prevalecido la idea de que, pese a los riesgos que implica una acción
militar, EE UU y el mundo no pueden permanecer pasivos ante el uso de
armas químicas, especialmente en una región tan convulsa como Oriente
Próximo.
Kerry ha manifestado que ese ataque fue “una obscenidad moral” que “debe de sacudir la conciencia del mundo”
La Casa Blanca se muestra convencida de que ese tipo de armamento fue utilizado en el ataque de la pasada semana
contra reductos rebeldes en las afueras de Damasco, en el que murieron
al menos un millar de personas, entre ellas muchos niños, y no concede
gran relevancia a la misión de los inspectores de la ONU que ayer
investigaron sobre el terreno.
El secretario de Estado, John Kerry, en la más clara indicación hasta
la fecha de las intenciones de su Gobierno, ha manifestado este lunes
que ese ataque fue “una obscenidad moral” que “debe de sacudir la
conciencia del mundo”, y advirtió que el presidente Barack Obama está
decidido a que el régimen de Asad, a quien Washington considera
culpable, “responda por esa atrocidad”. Kerry ha afirmado que “todas las
pruebas indican que se usaron armas químicas la semana pasada”, ha
recordado que el Gobierno sirio es el único que tiene en su poder ese
armamento y ha asegurado que, desde se produjo el ataque, sus autores
han tratado de ocultar las pruebas, entre otras formas, volviendo a
bombardear el lugar atacado previamente.
A partir de ese ataque, Obama, que se declaró personalmente concernido,
ha tratado de construir una coalición internacional lo suficientemente
amplia como para dar legitimidad a una acción que no contaría con el
respaldo de Naciones Unidas. Un día después de ese bombardeo, Rusia volvió a impedir en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde tiene derecho de veto, una respuesta concertada de ese organismo.
Ante la experiencia de la guerra de Irak y otras aventuras militares
norteamericanas en Oriente Próximo, Obama ha intentado desde el
principio, no solo el apoyo firme e incondicional de Europa, sino de
otros países de la región
La ausencia de luz verde de la ONU no ha disuadido a Washington y sus
aliados de la voluntad de actuar. Este lunes, el ministro de Relaciones
Exteriores de Francia, Laurent Fabius, ha declarado que, aunque la
falta de respaldo del Consejo de Seguridad representa un problema, “en
determinadas circunstancias puede evitarse” la autoridad de esa
institución.
El grado de violencia empleado por el régimen de Asad contra sus
enemigos ha despejado cualquier reserva que pudiera justificarse por la
ley internacional. El secretario de Foreign Office británico,
William Hague, ha afirmado también este lunes, contundentemente, que
“nosotros, Estados Unidos y muchos otros países, incluido Francia,
tenemos claro que no se puede permitir en el siglo XXI que se usen armas
químicas impunemente”.
Obama, cuya Administración está en contacto permanente con varios Gobiernos para preparar la intervención,
habló el domingo por teléfono con el presidente francés, Francois
Hollande, con el objetivo de confirmar la resolución de ese país para
pasar a la acción. Al respecto, Fabius ratificó que “lo único que se
puede descartar en este momento en la posibilidad de no hacer nada”.
Como cualquier acción bélica, este ataque contra uno de los países más
importante del mundo árabe abriría numerosas incertidumbres militares y
políticas.
Ante la experiencia de la guerra de Irak y otras aventuras militares
norteamericanas en Oriente Próximo, Obama ha intentado desde el
principio, no solo el apoyo firme e incondicional de Europa, sino de
otros países de la región. El ministro de Relaciones Exteriores de
Turquía, Ahmet Davutoglu, aseguró el lunes que su Gobierno apoyará una
coalición internacional contra Siria, aunque no cuente con el visto
bueno de la ONU, y mencionó que “otros 36 o 37 países están discutiendo
actualmente esa posibilidad”.
Un fuerte respaldo internacional es imprescindible para una operación
que, aunque se pretende que sea limitada, conlleva enormes riesgos. La
opción más probable actualmente es la del lanzamiento de misiles de
crucero desde los barcos norteamericanos contra instalaciones militares y
centros de decisión del régimen. Pero no se descarta que, para hacer
más eficaz ese trabajo, fuese necesario el uso también de aviones de
combate, lo que, a su vez, obligaría a atacar radares y sistemas de
misiles antiaéreos sirios.
No está clara la capacidad siria de responder a esos ataques. En el
pasado, Israel ha bombardeado varias veces desde el aire territorio
sirio sin haber sufrido nunca bajas. Pero eso no es una garantía de que,
ante una acción de mayor envergadura, y en condiciones desesperadas, el
régimen no respondiera ahora de forma más agresiva, con el peligro de
una escalada difícil de controlar.
Como cualquier acción bélica, este ataque contra uno de los países
más importante del mundo árabe abriría numerosas incertidumbres
militares y políticas. Pero Obama parece preferir ese riesgo a la opción
de armar decisivamente a los rebeldes, lo que no enviaría a Asad un
mensaje tan rotundo sobre la firmeza de la comunidad internacional y, al
mismo tiempo, daría a la oposición siria un poder que no se le quiere
otorgar.
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