Elizabeth Burgo
El primer Papa latinoamericano y
el primer Papa jesuita de la historia, con sonrisas y frases amables,
fue desvelando, sin decirlo abiertamente, la verdadera encíclica que
regirá su pontificado.
La estadía del Papa en Brasil ha
otorgado durante una semana la primicia mediática a América Latina.
Periodistas y especialistas de todo género hicieron derroche de
opiniones y de toda clase de análisis en torno a las relaciones de la
Iglesia y América Latina.
Algunos produjeron crónicas bien
fundamentadas, otros recurrieron a los estereotipos de siempre con los
que se suelen despachar los acontecimientos relacionados con este
continente. Entre los despropósitos u opiniones superficiales, me llamó
la atención la de alguien que por cierto es un influyente “especialista”
de cuestiones latinoamericanas.
Según su crónica, “América Latina ha
merecido una especial atención de la Santa Sede desde los tiempo de Juan
Pablo II”, y lo dice borrando de un plumazo cinco siglos de historia.
De hecho, esa afirmación borra la
historia que ha transcurrido desde el desembarco de los españoles en las
islas del Caribe y el papel inmediato que tuvieron las órdenes
religiosas y la voluntad evangelizadora de la Iglesia, pese a todas las
leyendas negras sobre el rostro cultural que se forjó en el Nuevo
Mundo. No disponemos del espacio para detenernos en la narración de las
modificaciones que se operaron en la propia iglesia al asumir la idea
de misión ante el reto americano y la idea de que no se podía
cristianizar sin antes conocer a aquellos que se pretendía atraer al
reino de la cristiandad. América significo para la Monarquía Católica la
realización del sueño de crear un verdadero cristianismo exento de los
males que lo estaban minando en Europa debido a la crisis suscitada por
Lutero y los protestantes. Sin el papel de la Iglesia, es inconcebible
la historia del Nuevo Mundo. Sin la huella que dejaron los Jesuitas en
la formación de las elites, y la de los Franciscanos en la factura de
una espiritualidad popular, es inconcebible abordar la especificidad
cultural del continente.
Alejados de la gente
Posiblemente sea esa ignorancia la que
llevó a mandatarios suramericanos a preferir acudir a Cuba a celebrar la
toma fallida de un cuartel, en lugar de hacerlo a Brasil durante la
semana que paso el papa en ese país en donde se estaba gestando una
modificación de la geopolítica contemporánea de manos del primer Papa
latinoamericano y el primer Papa jesuita de la historia, quien con
sonrisas y frases amables, fue desvelando, sin decirlo abiertamente, una
verdadera encíclica que regirá su pontificado.
Expresó una autocrítica sin
contemplaciones de la propia institución de la Iglesia e hizo un llamado
a corregirse.
Su manera de expresar la situación y las fallas que
enfrenta la iglesia actual, recuerdan la actitud del psicoanalista que
analiza e interpreta, demostrando que lo que busca es esclarecer,
persuadir, evitando el discurso autoritario o de culpabilidad.
Indudablemente, se trata de una
liderazgo inédito, si lo vemos en comparación a muchos de los líderes
actuales.
Su talante y el significado simbólico de su elección, poseen
la misma fuerza simbólica de Barack Obama, cuando su primera elección.
Los proyectos se dirigieron más hacia
los aspectos mediáticos de su visita, la misa en Copacabana, su acogida
por la multitud y poca atención se prestó a dos discursos de gran
alcance que pronunció el Papa durante su estadía en el Brasil. Uno
destinado a los obispos de América Latina y el otro, a los obispos
brasileños con los que abordó cuestiones de fondo nunca puestas sobre el
tapete de manera tan clara como es el hecho del abandono de la Iglesia
por muchos fieles en América Latina, región que abriga el mayor
porcentaje de católicos del mundo.
En torno a este hecho sus palabras son
graves: “Puede que la Iglesia aparezca debilitada, o tal vez alejada de
las necesidades de la gente, demasiado pobre para responder a sus
inquietudes, demasiado fría en sus contactos, demasiado
autorreferencial, prisionera de un discurso rígido, o tal vez el mundo
ha hecho de la Iglesia como una sobrevivencia del pasado, insuficiente
para responder a las cuestiones nuevas, o tal vez la Iglesia sólo tenía
respuestas para la infancia del hombre, pero no para el hombre adulto”.
Impresionante misa presidida por el Papa Francisco en Copacabana, Brasil.
La Iglesia no es una ONG
El papa se pregunta si la Iglesia no se
muestra demasiado exigente, lo que aqueja a la gente porque el ideal que
ella propone está fuera de las posibilidades del común de la gente.
¿Qué hacer ante esta situación? Se necesita de una Iglesia sin miedo de
“salir en la noche de los que viven en la oscuridad, capaz de cruzar su
camino, de integrarse en sus conversaciones, que sepa dialogar con esos
discípulos “desencantados” y que consideran el cristianismo “como un
terreno estéril, infecundo, incapaz de darles sentido (…) es necesaria
una Iglesia capaz de acompañarlos y de ir más allá de la simple
escucha”.
La pérdida de la credibilidad de la
Iglesia entre las mujeres, es el otro tema crucial que abordó Francisco:
“Perdiendo a las mujeres la Iglesia corre el riesgo de la esterilidad”.
Se debe promover el papel de la mujer en la vida eclesial.
Propone una Iglesia que asuma y ejerza a
cabalidad la maternidad, el papel de madre. La solución debe darse en
el ejercicio de la maternidad, de la misericordia. La iglesia engendra,
amamanta, cría, corrige, alimenta, lleva de la mano. “se necesita
entonces una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternales de la
misericordia”, “Sin misericordia es difícil hoy introducirse en el mundo
de los heridos que necesitan comprensión, perdón, amor”. “En un
hospital de campaña, la urgencia radica en cicatrizar las heridas.”
La
pregunta que les pide se hagan, es “si todavía la Iglesia es capaz de
darle calor a los corazones”.
En relación a las reformas que necesita
la Iglesia, tiene la certeza de que se debe emprender una dinámica de
reformas de las estructuras eclesiales, obsoletas para la época, pero
pone en guardia acerca de que la reforma debe emprenderse “a partir de
criterios precisos”: el cumplimiento con la misión y no mediante una
sofisticación administrativa, lo que realmente “derribará las
estructuras caducas, lo que hará cambiar el corazón de los cristianos,
es el hecho de ser un misionero”.
De hecho se trata de una visión que se
enfrenta a la Doxa del mundo tal y cómo lo ha forjado la obsesión por el
mercado, la producción, la competitividad económica, el funcionalismo
obsesionado por la eficacia y se deja encandilar por las estadísticas y
“reduce la realidad de la Iglesia a una estructura de una ONG”, obligada
a realizar performances estadísticas.
“Se necesita una Iglesia que facilite la fe y no que la controle. La Iglesia no es una aduana”.
Papa Francisco
Un hecho geopolítico mayor
Abordó el tema crucial de las
tentaciones que enfrenta el “discípulo misionero”, el “espíritu malo”
que conduce a la “ideologización” del mansaje evangélico y enumera los
peligros que provienen de los extremos: del conservadurismo y del
progresismo.
Valorizar el papel misionero de los
laicos “dándoles apoyo, eximiendo toda tentación de manipulación o de
sumisión”. Abandonar la autocracia: “El obispo debe guiar, lo que no
significa comportarse en amo.” Propone rehabilitar la vitalidad local en
lugar del centralismo romano en contradicción con la postura de los
Papa anteriores, poco propensos a la descentralización y a las
autonomías locales. Francisco valoriza el elemento local y regional que
considera un enriquecimiento, porque desarrolla la solidaridad. Esa idea
de colegialidad entre obispos lo conduce a afirmar que él se considera
más como un obispo que como un Papa.
Evoca los retos culturales a los que la
Iglesia debe enfrentarse por el surgimiento del gigantismo urbanístico y
los problemas “existenciales del hombre de hoy, en particular, los de
las nuevas generaciones prestándole atención a su manera de expresarse.
Tomar en cuenta la existencia de la diversidad cultural que se
desarrolla en las megalópolis de hoy, de los “diferentes imaginarios
colectivos” que en ellas coexisten. No quedarse detenidos en los
parámetros de “la cultura de siempre”, en el fondo, una cultura de base
rural, porque el resultado sería “la anulación de la fuerza del Espíritu
Santo”.
Cuestiona la idea de una Iglesia que al
erigirse en “centro”, sucumbe en el funcionalismo, se transforma en una
ONG. “De institución ella se trasforma en obra”. “deja de ser la Esposa y
termina en Administradora; de Sirvienta en Controladora. Se necesita
una Iglesia que facilite la fe y no que la controle. La Iglesia no es
una aduana”.
Aprender la cultura de la pobreza, de la
ternura y del encuentro y clama por que los obispos sean pastores
cercanos, que amen la pobreza, la simplicidad y la austeridad. Hombres
que no tengan la “psicología de príncipes”, sin ambición, que sean
esposos de una Iglesia local sin estar a la espera de otra, haciendo
claramente alusión a aquellos obispos que busca la promoción hacia
diócesis de prestigio.
Independientemente del credo que se
tenga, existen razones suficientes como para que se admita que la
presencia de un Papa latinoamericano y la dinámica innovadora que
indudablemente se propone imprimir a su misión, constituye un hecho
geopolítico mayor.
Retomando la senda
Con el liderazgo de Francisco, la
Iglesia retoma de manera altamente dinámica el papel globalizador que se
propuso tener desde el medioevo, de cristianizar y hacer un mundo “todo
cristiano”. Hoy el contexto ha cambiado, y como lo hemos visto en sus
discursos, el nuevo Papa enfrenta los retos que el mundo globalizado le
opone; globalización en la que por cierto, la Iglesia ha jugado un papel
crucial desde hace dos milenios.
Y también y no son los menos, los retos
del entramado interno de Vaticano cuya enormidad condujo a Benedicto XVI
a dimitir: corrupción, delitos sexuales, lobbies, intereses creados,
complicidades.
En el plano de las relaciones interreligiosas, está llamado a jugar un papel de suma importancia en
las relaciones con el mundo musulmán.
En el plano latinoamericano, la
presencia de un jesuita argentino presidiendo la Santa Sede, cuna por
excelencia de la diplomacia más sofisticada, cuya influencia se ejerce
en todos los rincones del mundo, es como una jugarreta de la historia a
aquellos caudillos latinoamericanos que tanto empeño han puesto en una
voluntad de trascendencia universal y que hoy, forzosamente queda
opacada por la presencia de un obispo argentino que no tuvo necesidad de
ganar batallas, de pronunciar discursos interminables, ni de disponer
de petróleo para ejercer su magisterio.
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