Eduardo Semtei
Hubo alguna vez, hace muchos años, un
debate relacionado con la audiencia televisiva (1965). La controversia
se basaba en la interrogante, ahora fútil, sobre de qué dependía el
rating televisivo. Unos defendían que se debía fundamentalmente a los
escenarios, tecnología, alcance y calidad de la imagen y sonido. Otros
aducían que eran los artistas, las llamadas anclas, los libretistas, los
periodistas, en fin, la gente y no los equipos quienes garantizaban una
buena audiencia.
El magnate de los medios de comunicación, el señor Rupert Murdoch,
dueño de Fox TV (más de 12 canales), Sky TV en Estados Unidos y Europa,
20th Century Fox, The Times, The Wall Street Journal (+ otros 150
periódicos en el mundo), tuvo eso claro desde el principio. En todas las
compras de emisoras de televisión, de diarios y de productoras de
películas ha respetado perfectamente la presencia de los principales
periodistas, técnicos y artistas; la imagen del medio de comunicación
sumado a su vasto imperio.
El Gobierno venezolano, por el contrario y por intermedio de Izarra,
convertido en una especie de Rasputín de la comunicación en Venezuela,
se ha empeñado una y otra vez en cambiar esa realidad y en sostener que
es la tecnología y no la gracia y el intelecto profesional lo que hace
grande a un medio de comunicación.
Su primer error fue con Radio Caracas Televisión. Con una sintonía que rivalizaba con Venevisión, pero siempre por encima de 40%, Izarra y sus compinches del vicio propagandístico y del abuso publicitario ejecutaron la orden dada por el finado de cerrar ese canal y convertirlo en TVES, un mamotreto malparido de televisión supuestamente educativa. Su rating bajó en pocas horas de 46% a 2%, donde todavía se encuentra hundido.
El segundo ensayo de Izarra, ahora acompañado del nuevo hijo del mal,
el ministrico Villegas, actuando en representación del heredero de
Miraflores han diseñado un nuevo método de garantizar la hegemonía
comunicacional: comprando medios de comunicación con dineros claramente
provenientes de negocios rojos-rojitos.
La autorización para el traspaso de propiedad de Globovisión hecha
por Conatel 24 horas después de que le fue solicitado, y la aprobación
de la Superintendencia de Bancos diciendo que no hay violación alguna de
las leyes, claramente demuestran que la compra de Globo no es un acto
comercial ni nada parecido, es simplemente la ejecución del más macabro
de todos los planes contra la libertad de prensa o de opinión. Te
cierro. Te amenazo que te voy a cerrar. Te ofrezco comprarte y te
advierto que si no me vendes te arruino. Siempre basándose, ambos
carniceros y verdugos de la comunicación, en la teoría de que no son los
anclas, los investigadores, los gerentes quienes le dan poder,
cobertura, imagen, audiencia y referencia a un medio de comunicación y
en este caso concreto a Globovisión.
Pues, la realidad es obstinada como una mula vieja. La audiencia de
Globovisión pertenece en este caso no sólo a sus trabajadores, es,
además, propiedad en su totalidad de los sectores opositores. Si
Globovisión cambia para convertirse en lo que llama Leopoldo Castillo
(me asombró su posición, nunca lo hubiera imaginado) un canal neutral.
Sin compromisos políticos con nadie. Perfectamente insípido, inodoro e
incoloro, pues, amigos todos, los opositores nos llevaremos la
audiencia, de la misma forma que sucedió con el caso de RCTV. Bueno, al
cabo esa vaina no importa mucho para quienes aparecen como propietarios.
El objetivo no es audiencia. Ni noticias. Ni actualidad. Ni calidad.
Por allí andarán riéndose a carcajadas por la maldad hecha de
arrancarles a Capriles y opositores una pantalla donde hablar, aunque se
hubiesen quemado 200 millones de dólares. Pero quien ríe de último ríe
mejor.
El Nacional
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