La jaula venezolana se está cerrando. Lo
advirtió en Madrid hace unos días la cubana Yoani Sánchez, como todos
los cubanos experta en jaulas. La venezolana ha estado con la puerta
entornada estos años, por mucho que dentro ya hubiera leyes para
enjaulados. Ha sido así porque dependía del capricho de un solo hombre.
Desaparecido el caudillo Chávez, su sucesor no tiene ni el poder ni la
autoridad para mantener ese régimen discrecional. Y el riesgo de perder
el poder, que tan cerca han visto, lleva al presidente Nicolás Maduro y
sus mentores, los guardianes de la jaula que están en La Habana, a
recurrir a métodos ortodoxos.
Ha
hecho bien Henrique Capriles, el candidato opositor a la presidencia
venezolana en anunciar que impugna los resultados de las elecciones del
14 de abril, obviamente fraudulentas. Está claro que es un gesto porque
Capriles no puede esperar nada del Tribunal Supremo del régimen. Sería
tan iluso hacerlo como pretender que Maduro cumpliera su promesa de
realizar una auditoria decente. Pero la impugnación sirve para que todo
el mundo sepa que al menos la mitad de la población venezolana considera
al presidente chavista un usurpador. Y que jamás podrá remitirse al
reconocimiento general de los venezolanos. Es posible que Maduro meta en
la cárcel a Capriles. Depende de lo que los expertos cubanos crean
mejor para la guerra psicológica que ahora comienza contra quienes no
reconocen al usurpador.
En
este sentido ya ha declarado un estado de emergencia de 90 días y
militarizado la red eléctrica. Yoani Sánchez recomendaba a los
venezolanos resistir para no dejar que esa jaula se cerrara por
completo. Porque una vez así todo resulta infinitamente más difícil como
bien saben las víctimas de la dictadura cubana. Son ya 55 años en
espera de que se abra un poco la puerta que custodian los peores. Pero
Maduro durará mucho menos. Son otros tiempos. El colapso del régimen
llegará pronto sin dejar madurar al heredero.
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