Escrito por Editorial La Nacion argentina
Miércoles 30 de Enero de 2013 11:33
Mientras se castiga a Paraguay
expulsándolo de los mercados regionales, en la región poco se hace para
exigir a Venezuela un mínimo de institucionalidad. Por espacio de
medio siglo, el régimen comunista de Cuba ha cercenado sistemáticamente
la libertad de tránsito de sus propios ciudadanos. Les ha impedido
salir de su país y regresar libremente a él, transformando de esa manera
a la isla en una inmensa prisión para quienes no comparten la ideología
del régimen.
Esto ha ocurrido ante el silencio de la región y pese a que la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece específicamente que toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y de regresar a él. Y aunque el propio Pacto de San José de Costa Rica (el que Venezuela acaba de abandonar ante la pasividad complaciente de la región) también contiene esa misma garantía de manera aún más explícita.
Cuba, que ha negado arbitrariamente y por décadas a sus propios hombres y mujeres las libertades esenciales inherentes a su dignidad, parece ahora haber empezado a cambiar, al menos en materia de libertad de circulación o de tránsito. Nada, en cambio, en materia de muchas otras libertades también esenciales.
Es temprano, sin embargo, para pararse y aplaudir. En primer lugar, porque en la medida puesta en marcha recientemente no hay concesión alguna, sino algo muy diferente, como es el reconocimiento de un derecho humano del que había privado a su pueblo. Pero, además, porque todavía no se sabe si efectivamente todos los cubanos por igual podrán entrar y salir libremente de su país. Quizá debamos esperar a ver qué es lo que sucede ahora con la solicitud de la reconocida bloguera Yoani Sánchez, a quien se le ha venido negando sistemáticamente el derecho a salir de Cuba. Además, la joven ha sido una de las primeras personas en pedir la documentación que la autorice a viajar fuera de Cuba y regresar luego a su patria.
Ocurre que, pese a no ser una democracia, Cuba parece gozar de una suerte de inmunidad en la región sudamericana, a la que ciertamente parecería no preocuparle demasiado la situación de los cubanos en materia de derechos humanos y libertades civiles y políticas esenciales. Ello ocurre a pesar de que, cuando se trata de otros países, la región puede adoptar posturas de corte intransigente y hasta belicoso en el tema de la vigencia de la democracia. El caso de Paraguay, nación que ha sido excluida ilegalmente de Mercosur y de la Unasur, es un claro ejemplo de ello.
Chile, país no bolivariano, le ha pedido que no concurriera a la importante reunión de la Celac, que tendrá lugar, en pocos días más, en Santiago de Chile. Sin embargo, Cuba no sólo estará presente, sino que ese país ocupará la próxima presidencia "pro tempore" de la entidad. Dos varas muy distintas: la que se usa para medir a Cuba, de una flexibilidad sin límites, y la que, en cambio, se utiliza con Paraguay, de una rigidez casi agresiva.
A todo esto cabe agregar el extraño papel de Cuba en lo que sucede en Venezuela como consecuencia del delicado estado de salud de Hugo Chávez. El pueblo de Venezuela no sabe qué es lo que, en verdad, sucede con Chávez. La dirigencia de Cuba que parecería estar moviendo los hilos detrás del escenario, con injerencia en los asuntos internos venezolanos-, en cambio, sí conoce la verdad. En rigor, parecería estar en el centro del manejo de este preocupante tema.
Pese a lo que esto significa para todos los ciudadanos venezolanos, algunos mandatarios de la región han visitado Cuba en los últimos días para tratar de interiorizarse sobre la salud del presidente venezolano, rindiendo de paso pleitesía a los despóticos hermanos Castro y sin señalar públicamente, en modo alguno, que los venezolanos tienen obviamente derecho a una mínima transparencia cuando se trata de conocer dónde están efectivamente parados en lo que se refiere al futuro de su institucionalidad. Ciertas actitudes no dejan de sorprender.
Esto ha ocurrido ante el silencio de la región y pese a que la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece específicamente que toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y de regresar a él. Y aunque el propio Pacto de San José de Costa Rica (el que Venezuela acaba de abandonar ante la pasividad complaciente de la región) también contiene esa misma garantía de manera aún más explícita.
Cuba, que ha negado arbitrariamente y por décadas a sus propios hombres y mujeres las libertades esenciales inherentes a su dignidad, parece ahora haber empezado a cambiar, al menos en materia de libertad de circulación o de tránsito. Nada, en cambio, en materia de muchas otras libertades también esenciales.
Es temprano, sin embargo, para pararse y aplaudir. En primer lugar, porque en la medida puesta en marcha recientemente no hay concesión alguna, sino algo muy diferente, como es el reconocimiento de un derecho humano del que había privado a su pueblo. Pero, además, porque todavía no se sabe si efectivamente todos los cubanos por igual podrán entrar y salir libremente de su país. Quizá debamos esperar a ver qué es lo que sucede ahora con la solicitud de la reconocida bloguera Yoani Sánchez, a quien se le ha venido negando sistemáticamente el derecho a salir de Cuba. Además, la joven ha sido una de las primeras personas en pedir la documentación que la autorice a viajar fuera de Cuba y regresar luego a su patria.
Ocurre que, pese a no ser una democracia, Cuba parece gozar de una suerte de inmunidad en la región sudamericana, a la que ciertamente parecería no preocuparle demasiado la situación de los cubanos en materia de derechos humanos y libertades civiles y políticas esenciales. Ello ocurre a pesar de que, cuando se trata de otros países, la región puede adoptar posturas de corte intransigente y hasta belicoso en el tema de la vigencia de la democracia. El caso de Paraguay, nación que ha sido excluida ilegalmente de Mercosur y de la Unasur, es un claro ejemplo de ello.
Chile, país no bolivariano, le ha pedido que no concurriera a la importante reunión de la Celac, que tendrá lugar, en pocos días más, en Santiago de Chile. Sin embargo, Cuba no sólo estará presente, sino que ese país ocupará la próxima presidencia "pro tempore" de la entidad. Dos varas muy distintas: la que se usa para medir a Cuba, de una flexibilidad sin límites, y la que, en cambio, se utiliza con Paraguay, de una rigidez casi agresiva.
A todo esto cabe agregar el extraño papel de Cuba en lo que sucede en Venezuela como consecuencia del delicado estado de salud de Hugo Chávez. El pueblo de Venezuela no sabe qué es lo que, en verdad, sucede con Chávez. La dirigencia de Cuba que parecería estar moviendo los hilos detrás del escenario, con injerencia en los asuntos internos venezolanos-, en cambio, sí conoce la verdad. En rigor, parecería estar en el centro del manejo de este preocupante tema.
Pese a lo que esto significa para todos los ciudadanos venezolanos, algunos mandatarios de la región han visitado Cuba en los últimos días para tratar de interiorizarse sobre la salud del presidente venezolano, rindiendo de paso pleitesía a los despóticos hermanos Castro y sin señalar públicamente, en modo alguno, que los venezolanos tienen obviamente derecho a una mínima transparencia cuando se trata de conocer dónde están efectivamente parados en lo que se refiere al futuro de su institucionalidad. Ciertas actitudes no dejan de sorprender.
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