por Carlos Alberto Montaner
(FIRMASPRESS)
En el medievo los peregrinos acudían a Santiago de Compostela, en
Galicia, en busca de indulgencias para entrar directamente en el reino
de los cielos sin pasar por la desagradable experiencia del purgatorio o
la aburrida espera del limbo (espacio teológico, por cierto, que
últimamente fue clausurado). Recorrían el famoso Camino de Santiago
(unos cuantos cientos de kilómetros si se hace desde el Pirineo
francés), le daban un abrazo al santo de palo y la gloria estaba
asegurada.
Algo así es lo que hoy sucede con la cúpula chavista.
Los peregrinos del aparato bolivariano llegan al paraíso tras recorrer
el Camino de la Habana a darles un abrazo a los hermanos Castro, dos
ancianos que a estas alturas de la vida también tienen cierta
consistencia calcárea, o, en palabras de Agustín Lara, “alabastrina”.
¿Qué hacen chicos como Maduro, Cabello y Jaua en un
sitio como ése? Obvio: van a aprender la única materia en la que Cuba es
la mayor experta del planeta: supervivencia política. Los Castro, que
han conseguido fracasar en todo lo concerniente a la producción de
bienes y servicios, al asombroso extremo de haber liquidado la
centenaria industria azucarera, han logrado, sin embargo, aferrarse al
poder durante 54 años, sobreviviendo a larguísimas e inútiles guerras
africanas, decenas de aventuras guerrilleras y terroristas, y a la
desaparición de la URSS, padre, patrón y financista del disparate
cubano.
¿Cómo lo han logrado? Esto es importante, porque ahí radica la esencia de la lección cubana a los venezolanos:
Primero, manteniendo una absoluta
disciplina dentro de la estructura de poder. Sólo existen una sola
cabeza, una sola voz, un solo aplauso. No puede haber disenso ni
desviación. No hay espacio para vertientes. Al funcionario o dirigente
que se mueva lo aplastan o lo extirpan, previa la pública demostración
de que era un canalla.
Segundo, control absoluto de la
maquinaria que hace las reglas (ese coro afinado que funge de
parlamento) y de la institución que las aplica como les conviene a los
mandatarios (el poder judicial, que es sólo una familia de verdugos
obsecuentes al servicio de los gobernantes).
Tercero, control total, también, de
los medios de comunicación que dan cuenta de los hechos públicos y
privados. La realidad es lo que decide quien tiene encomendado
describirla. Las contradicciones no existen. Una de las principales
funciones del Estado es mantener oculto cualquier aspecto que desmienta
el discurso o relato oficial.
Para lograr esos objetivos e inducir los
comportamientos que promueven la obediencia, los soviéticos crearon un
muy eficiente sistema de estabulación ciudadana.
Las personas eran colocadas en establos
institucionales, clasificándolas por la edad, el género y la ocupación,
siempre vigiladas por la policía política a una distancia ostensible,
para hacer sentir la presión e infundir miedo. (Es muy importante que
las personas sientan temor para que no se rebelen o protesten).
Al cabo de un par de generaciones ese tipo de Estado
se consolida. Ha surgido “el hombre nuevo”, pero no exactamente la
criatura desinteresada, solidaria y laboriosa que preveía Marx, sino un
tipo inmovilizado por tres cadenas indestructibles:
La fuerza de la inercia. Las cosas se hacen así, porque siempre se han hecho de esa manera. No hay alternativa a la incomodidad que produce ese Estado torpe y burocrático.
El miedo a la represión. La cárcel,
muy dura, y las ejecuciones sumarias son eficaces para inducir la
obediencia. Los ciudadanos en los Estados totalitarios sólo creen en
huir. Como afirma el periodista Juan Manuel Cao, el comunismo terminó
con una avalancha de gente que huía, no de gente que peleaba. La
docilidad es una forma de adaptación al sistema.
El síndrome de indefensión. Las
personas aprenden, desde la niñez, que el régimen es imbatible, de
manera que no tiene sentido oponérsele. Los padres, que quieren proteger
a sus hijos, son los grandes propagadores de ese síndrome. Ellos
enseñan a sus hijos a bajar la cabeza y obedecer para que no les hagan
daño.
¿Qué más van a aprender los chavistas de sus maestros
cubanos? Una lección estratégica clave: no es el momento de abrir otros
frentes. Debe volar la paloma de la paz. A los gringos se les mandan
mensajes tranquilizadores. A los grandes capitales se les asegura que no
habrá mayores radicalismos. A los países del vecindario, que no deben
temer la permanencia del postchavismo. A la oposición, palo y
tentetieso.
Ya habrá tiempo de ajustarles las tuercas a esos enemigos naturales cuando caiga totalmente el telón de acero.
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