(La Habana, 25 de enero. DPA) – Tanja Nijmeijer puede ahora fumar todo lo que quiera. En la selva, a veces pasaba meses sin ver un cigarrillo, cuenta la guerrillera holandesa de 34 años
en un restaurante en el oeste de La Habana, muy cerca del lugar donde
vive desde hace casi tres meses como delegada del proceso de paz
colombiano.
Nijmeijer, conocida en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) por su nombre de guerra, “Alexandra”, forma parte del equipo negociador de la insurgencia en el diálogo de paz
con el gobierno de Juan Manuel Santos. Aunque no es uno de los cinco
delegados plenipotenciarios, Nijmeijer se ha convertido en una de las
caras más conocidas de la guerrilla desde que llegó a Cuba en noviembre.
Portavoz, traductora e interlocutora de medios internacionales.
Algunos analistas colombianos consideran que las Farc la nombraron
delegada para mejorar su imagen, sobre todo en Europa. Nijmeijer, por su
parte, se queja de que el interés por su persona desvía la atención de
los temas más importantes. En alguna ocasión tuvo que decirle a un fotógrafo que no es modelo sino guerrillera, señala.
La biografía de la holandesa tiene los ingredientes de una historia
muy singular. Una chica europea que renuncia a una vida privilegiada
para marcharse a luchar al Tercer Mundo. “No estaba en capacidad de
seguir viviendo una vida buena en Holanda, sabiendo que en otra parte
del mundo la gente se está muriendo de hambre”, explica en conversación
con dpa.
Filóloga de formación, la holandesa llegó en el 2000 como maestra de inglés a la ciudad de Pereira,
en pleno Eje Cafetero del occidente colombiano. No conocía nada del
conflicto, pero lo que en el país vio la impactó. “En las ciudades, por
ejemplo, ver la miseria en la que vivía la gente en los barrios pobres”,
recuerda. Y “los grafitis en la Universidad Nacional en apoyo a las
Farc”.
Todavía volvió un tiempo a Holanda antes de asentarse definitivamente
en Colombia, pero la chispa ya había prendido. Un profesor del colegio
en el que trabajaba la llevó hasta las Farc. “Me contactó con un
guerrillero en Bogotá y empezamos a trabajar”, dice. Ve justificada la
lucha armada, porque cree que no hay “otra opción”.
Nijmeijer está acusada entre tanto de haber participado en atentados en Bogotá.
También Estados Unidos la busca con cargos por el secuestro de tres
ciudadanos norteamericanos. Como gran parte del equipo de hasta 30
personas que conforman la delegación de las Farc, la holandesa pudo
llegar a Cuba en virtud de un acuerdo con el gobierno colombiano para
suspender las órdenes de captura en su contra.
“El destino personal mío no me preocupa”, dice. Su futuro lo ve ya
únicamente en las Farc. Su familia la entiende, asegura, pese a que en
un primer momento “se dejaron llevar mucho por lo que escribe la
prensa”.
Ahora la respaldan. “Así no apoyen a las Farc, así no apoyen la lucha armada, porque no lo hacen”, dice. Y rechaza comentar si su familia la ha podido visitar en La Habana,
donde vive con la delegación guerrillera en casas de protocolo del
gobierno cubano en la exclusiva zona vigilada conocida como “Laguito”.
De trato afable y voz suave con acento colombiano, Tanja Nijmeijer
asegura que se siente realizada haciendo lo que hace. Aunque sea algo
“difícil de asimilar” desde fuera. Ni siquiera le costó acostumbrarse a
la dura vida clandestina en la selva, asegura. Con la “cabeza” logró
sobreponerse a todas las pequeñas molestias, cuando a uno no se le seca
la ropa en la estación de lluvia, a los mosquitos, las culebras…
“Nosotros somos móviles”, explica sobre su vida en los
montes colombianos. Diez años ha pasado ahí desde que volvió al país
sudamericano en el 2002 y tuvo que huir a la selva cuando las
autoridades la identificaron por sus actividades subversivas en Bogotá.
“Por mucho nos quedamos tres días, cuatro días en un campamento”.
Después se ponen en marcha, a veces incluso durante meses. “Nos ponemos
la casa encima, como los caracoles”.
Hablar de su trabajo en la guerrilla la entusiasma. También se siente
segura al criticar al gobierno colombiano, al que acusa “de terrorismo
de Estado”. La Constitución y la democracia colombianas sólo existen
sobre el papel, dice.
“Es muy fácil ser políticamente correcto y creerse ese cuento”,
agrega. Puede detallar las atrocidades de las que se culpa a las
autoridades en las varias décadas del sangriento conflicto colombiano.
Habla por ejemplo de los llamados “falsos positivos”, las presuntas
víctimas civiles que militares colombianos hicieron pasar como
guerrilleros caídos en combate. Según cifras del gobierno colombiano,
unos 1.600 casos están siendo investigados actualmente por esas
denuncias. Las FARC cifran los casos en más de 3.500.
Más difícil, en cambio, le es hablar de los crímenes de los que se
acusa a la guerrilla. De la financiación a través del narcotráfico, por
ejemplo, o de los secuestros. Más a la defensiva, reconoce que la
guerrilla cobra “impuestos revolucionarios” a los campesinos que
cultivan coca en las zonas bajo control y dice que entiende el
sufrimiento de las familias de los “retenidos”. Y saluda por ello el
final de la política de los secuestros, anunciada por las FARC en
febrero de 2012.
Las críticas, sin embargo, prefiere hacerlas de forma interna. Cree que los medios intentan utilizar cualquier comentario crítico para atacar a las Farc.
“Si tuviera dudas ideológicamente, yo las expresaría internamente”,
dice la holandesa, que no se ve como una idealista. “Yo me veo como una
persona pragmática, que quiere poner en práctica lo que piensa. Vivir
según las cosas en las que cree”.
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