14/11/2012 | MARIANELLA SALAZAR
Como todo es tan vertiginoso en Venezuela, no sé si recuerdan que
Antonio Ledezma dio el primer ejemplo de protesta y resistencia pacífica
durante este largo y ardiente mandato de Chávez, con una exitosa huelga
de hambre frente a las puertas de la representación de la Organización
de Estados Americanos, por el arrebato de sus competencias a manos de
una autoridad única del Distrito Capital, designada a dedo y no por
votación popular. Conviene hacer memoria, porque ahora, cuando Ledezma
nos convoca el próximo 16 de diciembre a la desobediencia civil,
consagrada en la Constitución Bolivariana, para no pagar el indeseado
peaje de las máquinas prechequeos, logra así canalizar la arrechera
inconmensurable que sienten millones de venezolanos, no sólo por la
derrota del 7 de octubre y las triquiñuelas del CNE que permitió un
grosero ventajismo oficial, sino por la blandenguería demostrada por la
actual dirigencia de oposición, que, a sabiendas de las celadas
impuestas por Chávez y sus mentores cubanos a través de su apéndice
electoral, nos lleva al matadero sin exigir las condiciones mínimas, a
ciegas y sin protesta.
Lo que más indigna es que el candidato derrotado, con una ingenuidad que
sólo puede explicarse por su inexperiencia, aceptara sin ningún tipo de
objeciones los abultados resultados y, lo que es peor, que haya tratado
como si fuera un verdadero demócrata al hombre que insiste en destruir
la democracia, eliminar las competencias de alcaldías y gobernaciones e
instaurar con sus comunas el fracasado modelo comunista. Esa rabia y
dolor que puede impulsar a muchos ciudadanos a no votar, tiene que ser
conjurada, por eso es bienvenida la propuesta de Ledezma a la
desobediencia civil para el 16-D, porque atrae la participación de la
oposición dura, que es mucha y le da un sentido al acto de votar y de
hacerlo bajo protesta.
La oposición no está en su mejor momento, y no presenta muchas
posibilidades de enfrentarse a un gobierno que sale de un triunfo
electoral con fraude o sin fraude realmente aplastante y
desmoralizador. El proceso avanza y, aunque duela reconocerlo, lo hace a
paso de vencedores, mientras en la otra acera permanecemos mudos, de
brazos cruzados o enterrando la cabeza en tierra. Es el momento para una
dirigencia combativa, que entienda la verdadera naturaleza del régimen,
que salga de la sumisión y la adolescencia política, que se inyecte
testosterona y demuestre el guáramo necesario para enfrentar lo que nos
espera con la modificación de la Constitución, el Estado comunal y todo
el poder centralizado en el líder y sus vasallos.
Preocupa e impacienta el silencio cómplice y el temor a las denuncias
de muchos voceros opositores. Eso promueve una gran desmotivación. Ante
este panorama desolador, al menos alivia saber que hay algunos líderes
preparados para afrontar los tremendos desafíos, uno de ellos es Antonio
Ledezma, que desde hace tiempo viene dictando cátedra de decencia
política, cuando renunció a su aspiración de medirse en las primarias y
perdimos la oportunidad de tener un candidato presidencial con
coherencia ideológica, suficientemente curtido y experimentado para
enfrentar a una maquinaria gubernamental inescrupulosa y tramposa.
Es
tarde para lamentaciones, pero es necesario transmutar las
frustraciones y enfrentar activamente la realidad. Ledezma, con su
probado espíritu conciliador y su contundencia en el discurso está
llamado a asumir el liderazgo de la oposición; ha demostrado a lo largo
de su trayectoria política el coraje suficiente, no sólo para movilizar a
la ciudadanía a votar, sino para restearse con la libertad y combatir
con efectividad la ilegal dictadura constitucional.
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