El periodista Leocenis García nos
presenta su destacada columna “Leocenis Habla Claro”, la cual también
podrás leer en la edición 108 del Semanario 6to Poder. A continuación el texto original.
Ya es hora de dejar la retorica, de hablar aquí y allá de los problemas del país, y solucionarlos. El país está harto de tanta habladera de mierda, y clama por cambios reales. Ya las cartas están echadas, bien sea porque el Presidente ganó limpiamente las elecciones o el ministerio de elecciones del régimen se las regaló con lazo y pastel incluido, en cualquiera de los dos escenarios, ya no resta sino aceptar que Chávez será Presidente seis años. Si ganó limpiamente, ese es el juego democrático, y si no fuera así todo indica que no hay cómo probarlo porque ya es público y notorio que el Comando Venezuela no tenía todas las actas de verificación ciudadana ni los testigos, y una vez conocidos los resultados su principal responsable agarró sus macundales y se fue de vacaciones con su familia a Europa.
La escena se repite todos los días de un extremo a otro del territorio nacional. Veinte, cincuenta o cien vecinos llegan una autopista o avenida cercana a su barrio y ahí permanecen un rato obstruyendo el tráfico automotor. Esta semana lo hicieron los motorizados. Luego de comunicarles sus problemas a los conductores de los vehículos, cuyo tránsito ellos han interferido o retardado, siguen su marcha. Van a un ministerio si el acontecimiento ocurre en Caracas, a la gobernación si el hecho acontece en una capital de estado, o a la alcaldía si las cosas suceden en un municipio.
Cuando llegan a su destino, uno de ellos pronuncia unas palabras, reclamando el incumplimiento de promesas.
¿Quién o quiénes hicieron aquellas promesas? Las autoridades frente a cuyo despacho terminó aquella pequeña manifestación. Así que ese es un asunto que el gobierno debe ver con seriedad.
Por lo general las promesas no cumplidas son de dos tipos. Una de ellas promete enganchar o colocar a gentes que hayan perdido su empleo, sea en el sector público, sea en el privado de la economía. La otra promesa es sobre alguna prestación ofrecida al grupo de vecinos, desde el arreglo se hospitales que son verdaderas pocilgas hasta la seguridad, que en este país es un privilegio del cual solo gozan los grandes capos del gobierno, que tienen blindados, guardaespaldas y armas para protegerse del hampa. Yo propongo que en enero se entregue la banda presidencial en pleno acto en el Congreso al malandro más arrecho de Petare, porque ellos son los que gobiernan Venezuela.
No hay día sin que en cada ciudad venezolana se registre no una sino varias y muchas manifestaciones, casi siempre pacíficas, pero algunas veces violentas. Estas minúsculas expresiones, que casi nunca rebasan las cien personas, se producen a diario y la mayoría ocurren al mismo tiempo. Ellas parecen revelar ciertas cosas que la crónica de prensa, la facción política y hasta la preocupación intelectual de los círculos dominantes o consagrados olvidan o suelen pasar por alto. Ante todo, este desfile, suerte de gota de tinajero, pequeña pero que no cesa, revela el hondo malestar que vive el país. Al régimen bolivariano se lo está tragando la crisis social.
Impera en la Venezuela de nuestros días un desempleo que no es del 15% como expresan las estadísticas oficiales. Entre el desempleo, el subempleo y el trabajo ocasional deben absorber cerca del 30% de la fuerza laboral del país. La inmensa mayoría de las pequeñas manifestaciones que gotean a diario piden o reclaman trabajo.
Pareciera una ironía muy fina, digna de un genio de la literatura, que la Venezuela del petróleo a casi 120 dólares el barril, con una Pdvsa buchona, registre semejantes cifras de desocupación. Es el despilfarro y el desorden fiscal de un país administrado por unos Mujiquitas -ministro de Hacienda y ministro de Energía- cuyo único talento consiste en complacer al presidente de la República en sus caprichos de príncipe feliz. El desorden y el despilfarro sin límites explican que Pdvsa haya tenido que endeudarse en tiempos recientes.
La carestía, el otro motivo socorrido de las manifestaciones espontáneas pero numerosas, que se producen a diario, es producto de la quiebra estrepitosa de la producción nacional. Sin agricultura, con una industria muy reducida, el país se ve forzado a importar cuanto artículo exija la necesidad o la fantasía. En el mercado internacional media hoy una inflación, transitoria pero a ratos aguda, que eleva los precios de los productos que suele importar más Venezuela.
Por más repleta que lleven la cartera los militares, que el régimen bolivariano ha convertido en émulos de los portugueses de los supermercados, tienen que pagar precios recargados por la inflación para hacerse de los productos que urgen en el país. Y aunque el régimen aplica o apela a los subsidios para rebajar un poco esos precios, cuando se ofrecen los artículos importados, las alzas resultan severas. Como aquí se necesitan por lo menos 20 años para tener otra vez agricultura, seguiremos comiendo caraotas provenientes de Santo Domingo y arroz traído de Brasil.
Texto extraído del Semanario 6to Poder
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