Artículo publicado por el diario "El Nacional" de Caracas el 24OCT12.
El llamado "Socialismo del siglo XXI" es un delirio que combina al
cacique Guaicaipuro con Rockefeller. Por un lado, el Presidente Chávez
exige que se acelere la Ley de Comunas, y asegura que en torno al
Palacio de Miraflores "ya debería haber una Comuna". De otro lado, sin
embargo, el régimen se sustenta en el más grotesco populismo, en las
dadivas a los pobres acompañadas del enriquecimiento sin límites de una
voraz plutocracia, conocida como "boliburguesía".
Ni sociólogos ni politólogos somos los indicados para diagnosticar la
patología de nuestra sociedad. Esta es tarea para antropólogos y
siquiatras. El problema es complejo, pues deriva de una fijación, por
parte del propio jefe del Estado y líder de la "revolución", con la
imagen borrosa y obsesiva de una especie de sociedad primitiva, de un
retorno a lo tribal, de un mundo sencillo de recolectores viviendo en
armonía con una naturaleza impoluta.
Debemos armar el rompecabezas de propuestas seriamente formuladas por
Chávez a lo largo de estos años, y recordar el trueque (plátanos por
cebollas, por ejemplo), los gallineros verticales, la ruta de la
empanada, los conucos o bohíos, las Comunas y la limpieza del río
Guaire, entre otros elementos constitutivos de la feliz y utópica
Arcadia que, en medio de sus diatribas, agresiones e insultos, pareciera
invadir los sueños presidenciales.
En esa idílica sociedad, sin dinero ni conflictos, las dóciles y
laboriosas mujeres irían (cabe imaginarlo) a lavar las ropas de la
familia en las prístinas aguas del Guaire, en tanto los rústicos pero
purificados "hombres nuevos" se ocuparían de labrar los campos e
intercambiar sus humildes pero nutritivos productos, todo ello por
supuesto sin la intervención de los condenables egoísmos capitalistas y
las nefastas influencias de la cultura imperial.
Cuando se realicen, más adelante, investigaciones acerca del extraño
delirio que mueve a la sociedad venezolana estos tiempos, será
indispensable analizar este aspecto, que nos lleva a los terrenos de los
mitos de origen, del realismo mágico, de los instintos profundos de
carácter tribal heredados de nuestros milenarios ancestros, cuando la
especie humana vagaba por inmensos espacios en grupos reducidos,
intentando explicarse el sentido de su orfandad cósmica.
Resulta imposible comprender a Chávez sin tomar en cuenta ese sueño
arcaico, su obsesión comunal, y su incapacidad autocrítica para captar
la verdad, dolorosa y corrupta, de su "revolución" boliburguesa. Todo
esto pertenece a los dominios de la psicología profunda y la literatura,
de lo que parece intangible pero nos dirige hacia las motivaciones
fundamentales de ciertos procesos históricos.
En ese orden de ideas, debo corregirme y decir que sí existe espacio
para la intervención de los teóricos políticos en el proceso de análisis
de la utopía comunal. Es patente la huella de los dislates de Rousseau
en todo esto. No afirmo que el Presidente sea un experto en los
vericuetos del Contrato social. No lo sé. Pero la influencia de Rousseau
es muy amplia y etérea. Hasta la febril mente de Bolívar generó
quimeras, a raíz de las ofuscaciones y extravíos del ginebrino. Y Chávez
los repite a su manera, sin percatarse de que la utopía rousseauniana
estaba concebida para una ciudad de Ginebra con seis mil habitantes.
Las Comunas del Presidente Chávez pertenecen a una muy arraigada
tradición del pensamiento político; son una mezcla de anarquismo
regulado con primitivismo económico. América Latina no se entiende sin
tales regresiones al pasado remoto, y Chávez tampoco.
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