“Fuerzas democráticas tienen el desafío de formular estrategias que rebasen lo electoral”
La invasión
Los camaradas detectan un edificio a medio construir o casi vacío.
Preparan las escuadras de ocupación y ¡zas! se dejan colar en la noche,
mediante la utilización de mujeres y niños como escudos en caso de que
algún desinformado policía crea que lo ilegal debe ser evitado o si
acaso algún vecino me quiere molestar, aquí traigo un chaparro para
hacerlo callar. El edificio puede estar en construcción, paralizado por
falta de permisos o financiamiento, o dejado por algún vivo que lo
quería engordar. En cualquier caso, los redentores -guapos y “apoyaos”-
entran, se pertrechan y comienzan su trabajo de ocupación, dirigidos por
algunos expertos en invasiones que saben qué teclas tocar y qué miedos
atizar. Poco a poco lo que era algo a medio hacer se convierte, como por
alquimia, en una ruina cubana: pantaletas y calzoncillos que se
escurren en las ventanas, ladrillos que cierran espacios para ventanas, y
personas humildes y necesitadas como carne de cañón, a la espera de que
algún milagro los lleve de allí a la ansiada vivienda.
Mientras tanto,
lo provisional se vuelve permanente.
¿Son acaso las invasiones fenómenos contrarios a la naturaleza del
bochinche bolivariano? Para nada. Es un remedo de lo que ha hecho Chávez
con el país: encontró el edificio medio vacío, se metió por las buenas
-en plan de visita- y una vez dentro, procedió a ocuparlo. El primer
piso que era del parlamento lo convirtió en la Asamblea Nacional que
maneja con el dedo meñique; el segundo piso, que era el poder judicial,
lo capturó sin disparar un suspiro y ahora usa ese piso como cocina para
fritangas apestosas; el tercer piso que era la institución militar,
ahora es usado como lugar de retozo de los niños: la guardería Negra
Matea; el cuarto piso es el casino de Pdvsa, que conecta con la sala de
experimentos del Banco Central.
Así fue. El caudillo aprovechó la negligencia criminal de las élites,
cuando no su solidaridad, y a plena luz del día invadió el Estado. Aun
cuando lo haya derruido hasta el asombro y de sus ventanas cuelgue la
miseria, allí se impuso; cada cual en lo suyo pero también en la causa
compartida de impedir el desalojo que la sociedad reclama.
NI GOBIERNO HAY. Si se observa con cuidado, Venezuela es un país sin
gobierno. Hay varias razones que explican este curioso acontecimiento.
Una razón es que Chávez despojó al acto de gobernar de su connotación
administrativa. Esta dimensión significa fijar objetivos y metas,
presupuesto, evaluación de cumplimiento y otros fastidios poco heroicos,
en los cuales no hay Chimborazos ni Negro Primero, pero que configuran
aspectos centrales del acto de gobernar. En vez de la administración hay
discurso televisado; y es éste el principal instrumento de gobierno: el
Gobierno es lo que dice Chávez; en una década se ha visto que es una
retórica embustera pero capaz de plasmar un cuento, y en los últimos
meses ha agregado el paroxismo producto de las dolencias viscerales que
lo aquejan.
La otra razón esencial es que el acto de gobernar se ha desarrollado
como un proceso de pesos y contrapesos entre las fuerzas, los intereses y
las dinámicas que ha desatado el caudillo, convertido en el centro de
los equilibrios. Si Diosdado crece mucho, se le corta la cabeza y luego,
amansado, se le permite que le retoñe; si Nicolás ya hablaba como
sucesor entonces se procede a la inmisericorde guillotina. La ducha
escocesa, agua caliente y agua fría alternadas, para que nadie en
particular se considere el favorito y le den ganas deponerse creativo y
trascendental.
Chávez simula que hay gobierno mediante el terror. Si anuncia
refacciones y parques, nadie -en primer lugar los propios- lo toma en
serio; por eso se ve obligado a que cada una de sus comparecencias tenga
que ser una escena de susto. Nótese que anuncia confiscaciones y
agresiones cada vez que habla para que se sepa que está al mando. Sin
embargo, ahora no lo está tanto…
Lo que ha añadido la enfermedad presidencial a la falta de gobierno
es que el ejercicio del control de los suyos a través del miedo ya no
puede hacerlo a tiempo completo, en el tono dispéptico que lo ha
caracterizado, entre el café y la mala digestión. La enfermedad, sobre
la cual nadie sabe mucho pero todos sospechan todo, ha hecho que cada
cual esté en el camino de montar su propio tarantín. Recuérdese que
Diosdado Cabello vuelve a emerger ahora, pero en el momento en que el
jefe estaba más deprimido y desmoralizado, los cubanos escogieron a
Maduro como sucesor. Fue cuando el Teniente dijo “por aquí”, con una
contracción casi espasmódica en el brazo, con el puño apretado y el codo
en retroceso.
El caso es que hay un alzamiento de baja intensidad de la
sargentería. Juran respeto y lealtad a Chávez pero no aceptan otra
jefatura distinta a la de él, en la certeza de que no tiene la fuerza de
antes. Ya el hombre no recibe cuentas; sólo se mantiene para las
apariciones públicas y lo demás es control epidemiológico, aislamiento y
cuidados intensos -que no intensivos, por ahora.
DISOLUCIÓN. El Gobierno ha entrado en una fase de disolución, lo cual
no es sinónimo, por sí mismo, de victoria opositora. Las estructuras de
mando del régimen se disuelven porque muchos prefiguran el fin y no
quieren que el catarro los agarre sin pañuelo. Los jerarcas que han
instalado sus tenderetes en el exterior, por la vía de familiar o amigo,
testimonian eso que llaman pavor. Varios que habían aspirado a altos
cargos, ahora se apartan con discreción; las embajadas se han vuelto más
atractivas que nunca.
Los cubanos parecen haber convencido al Caudillo que, al igual que
Fidel, debe asegurar la continuidad de esa cosa que llaman revolución.
Le han dicho -para halagarlo- que debe semejarse a Fidel: garantizar una
línea de relevo con cuadros leales y lograr la reelección al precio que
sea, luego retirarse de la primera línea, dedicarse a su recuperación
física, y seguir como el jefe político incontrovertido del proceso.
Ante esta realidad, un cambio se ha producido en los días más
recientes y cuyos alcances es necesario evaluar en el inmediato
porvenir. La idea de militarizar más aún niveles centrales del Estado
puede tener dos explicaciones no necesariamente contradictorias: la
primera consiste en que los lugartenientes pueden tener un poder hoy que
no es controlado por el Jefe; la segunda es que el PSUV podría haberse
convertido en algo tan inútil que la única institución en la que Chávez
estime que puede descansar es la militar, dominada no por el grupo más
radical de la “derecha endógena” sino por los que han asimilado, aunque
sea de modo retórico, la jerga socialista cubana.
Ante este panorama de amenaza y terror, las fuerzas democráticas
tienen el desafío de formular y expresar estrategias precisas que
rebasen lo electoral, pues sólo así se podrá tener una estrategia
electoral exitosa.
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