No abundo, a pesar del título y como cabe aclararlo, sobre las
páginas de ese libro que hace historia desdorosa y publica el ex fiscal
general Isaías Rodríguez, sin interrogantes, en 2005; y que le sirve
para disfrazar un típico acto de terrorismo de Estado – el homicidio de
su subalterno, Danilo Anderson – y las responsabilidad materiales e
intelectuales comprometidas, a fin de escudar al Alto Gobierno.
Mas pronto que tarde han de ocuparse los tribunales del asunto, una vez como sea capaz la Justicia - jueces independientes mediante - de establecer, también, las autorías ciertas de los 20 homicidios y 100 heridos de bala que deja como saldo la Masacre de Miraflores o los 3 homicidios y 20 heridos de balas más que quedan a la vera en Plaza Francia, bajo la mirada complacida de la dictadura.
Me pregunto por abril, antes bien, a propósito del octubre venidero, cuando el “gendarme innecesario” se presenta como candidato a ex presidente; lo que requiere de él más imaginación y astucia que la que demanda su desempeño como gobernante, según lo refiere el diálogo perspicaz de Carlos Fuentes en su obra La Silla del Águila. Y pienso en aquello, justamente, pues, como parece, el personaje de marras vive hoy una disyuntiva nada diferente de la que lo toma por presa en los días previos al 11 de abril de 2002. Entonces, se ve compelido, en un juego de manos, al nombramiento del teniente Diosdado Cabello como Vicepresidente de la República.
El asunto no es que hacia octubre cabe repetir la segunda parte: la masacre y el golpe de micrófonos que ocurren durante la jornada abrilera citada, aun cuando puede predecirse que la primera, la de marcha de centenares de miles de venezolanos por sobre ambos canales de las autopistas que unen al este con el centro de la capital, a buen seguro sobreviene; sea para celebrar o para cuidar de las tropelías que puedan cocinarse en el seno del Poder Electoral, luego de los comicios presidenciales.
Me refiero a otra cuestión. En el 2002, cuando es designado el teniente Cabello, el inquilino de Miraflores se prepara para una situación agonal en la que compromete sus pellejos. Y de nuevo, cuando se repite la presencia de aquél como alter ego, esta vez en la Presidencia de la Asamblea, el ahora mandatario enfermo – por segunda vez – se juega su destino político.
En 2006, cuando pierde el referéndum de la reforma constitucional comunista que propone y la Fuerza Armada – guiada por el general Baduel - decide no acompañarlo en su intento de desacato a la voluntad popular, la circunstancia es otra. Cae su iniciativa de golpe a la constitucionalidad democrática, pero no se plantea su abandono del poder. Pero en octubre esta hipótesis vuelve como en abril, pero mediante los votos.
Veamos los detalles.
Luego del paro nacional de diciembre de 2001, la compleja convergencia entre “militares bolivarianos, civiles de izquierda democrática, radicales de origen marxista”, que dan su textura multipolar al movimiento que hace posible la victoria democrática de Chávez en 1998, pierde todo su aliento. Avanza, por obra de la dinámica desprendida, hacia una fragmentación o estampida riesgosa. Las piezas del rompecabezas, en una hora de definiciones como la planteada hacia inicios del 2002, mal pueden calzar dadas las diferencias conceptuales y de oportunidad que las separan, sobre todo de aquella que si acaso no se suma a la del chavismo multiforme se encuentra próxima, por subordinada al Comandante en Jefe: la Fuerza Armada institucional.
La presencia de Cabello, así las cosas, como antes y en lo adelante busca darle al gobierno, en su despeñadero, el apoyo de poder real que no cede ni se agota, el militar. No obstante éste no logra su cometido en abril por ser mal puente entre el militarismo oportunista, obsecuente, narcoguerrilero, derivado en revolucionario, y el profesional. Pero hoy vuelve a intentarlo, en otras condiciones (¿?), con miras al octubre que se aproxima.
La historia cuenta, no obstante, que la crisis de abril son los militares quienes la provocan y asimismo la resuelven. Los civiles no cuentan como categoría, menos los poderes públicos constituidos, meras cajas de resonancia palaciegas. De manos de los militares el dictador se va por horas y de las mismas manos vuelve a su sitio.
Por lo visto, la designación de Cabello al frente del parlamento y del partido, y del general Rangel Silva en la cartera de Defensa, muestran que ante la disyuntiva, por razones de instinto superiores a sus devaneos y amoríos con La Habana, el dictador sabe que no cuenta con otro poder efectivo que el de la Fuerza Armada; esa con la que se alza el 4 de febrero de 1992 y saca de sus cuarteles para hacerla deliberante.
Allí están las armas – la revolución es pacífica pero armada – y en ninguna otra parte más. Poco valen, en la hora nona, las mujeres del régimen – las Luisas o Tibisay – ni los “tarazonas” – Jaua, Maduro, Tarek – quienes son meros reflejos biológicos de un gobernante que deja de ser y no quiere irse. Ya veremos.
Mas pronto que tarde han de ocuparse los tribunales del asunto, una vez como sea capaz la Justicia - jueces independientes mediante - de establecer, también, las autorías ciertas de los 20 homicidios y 100 heridos de bala que deja como saldo la Masacre de Miraflores o los 3 homicidios y 20 heridos de balas más que quedan a la vera en Plaza Francia, bajo la mirada complacida de la dictadura.
Me pregunto por abril, antes bien, a propósito del octubre venidero, cuando el “gendarme innecesario” se presenta como candidato a ex presidente; lo que requiere de él más imaginación y astucia que la que demanda su desempeño como gobernante, según lo refiere el diálogo perspicaz de Carlos Fuentes en su obra La Silla del Águila. Y pienso en aquello, justamente, pues, como parece, el personaje de marras vive hoy una disyuntiva nada diferente de la que lo toma por presa en los días previos al 11 de abril de 2002. Entonces, se ve compelido, en un juego de manos, al nombramiento del teniente Diosdado Cabello como Vicepresidente de la República.
El asunto no es que hacia octubre cabe repetir la segunda parte: la masacre y el golpe de micrófonos que ocurren durante la jornada abrilera citada, aun cuando puede predecirse que la primera, la de marcha de centenares de miles de venezolanos por sobre ambos canales de las autopistas que unen al este con el centro de la capital, a buen seguro sobreviene; sea para celebrar o para cuidar de las tropelías que puedan cocinarse en el seno del Poder Electoral, luego de los comicios presidenciales.
Me refiero a otra cuestión. En el 2002, cuando es designado el teniente Cabello, el inquilino de Miraflores se prepara para una situación agonal en la que compromete sus pellejos. Y de nuevo, cuando se repite la presencia de aquél como alter ego, esta vez en la Presidencia de la Asamblea, el ahora mandatario enfermo – por segunda vez – se juega su destino político.
En 2006, cuando pierde el referéndum de la reforma constitucional comunista que propone y la Fuerza Armada – guiada por el general Baduel - decide no acompañarlo en su intento de desacato a la voluntad popular, la circunstancia es otra. Cae su iniciativa de golpe a la constitucionalidad democrática, pero no se plantea su abandono del poder. Pero en octubre esta hipótesis vuelve como en abril, pero mediante los votos.
Veamos los detalles.
Luego del paro nacional de diciembre de 2001, la compleja convergencia entre “militares bolivarianos, civiles de izquierda democrática, radicales de origen marxista”, que dan su textura multipolar al movimiento que hace posible la victoria democrática de Chávez en 1998, pierde todo su aliento. Avanza, por obra de la dinámica desprendida, hacia una fragmentación o estampida riesgosa. Las piezas del rompecabezas, en una hora de definiciones como la planteada hacia inicios del 2002, mal pueden calzar dadas las diferencias conceptuales y de oportunidad que las separan, sobre todo de aquella que si acaso no se suma a la del chavismo multiforme se encuentra próxima, por subordinada al Comandante en Jefe: la Fuerza Armada institucional.
La presencia de Cabello, así las cosas, como antes y en lo adelante busca darle al gobierno, en su despeñadero, el apoyo de poder real que no cede ni se agota, el militar. No obstante éste no logra su cometido en abril por ser mal puente entre el militarismo oportunista, obsecuente, narcoguerrilero, derivado en revolucionario, y el profesional. Pero hoy vuelve a intentarlo, en otras condiciones (¿?), con miras al octubre que se aproxima.
La historia cuenta, no obstante, que la crisis de abril son los militares quienes la provocan y asimismo la resuelven. Los civiles no cuentan como categoría, menos los poderes públicos constituidos, meras cajas de resonancia palaciegas. De manos de los militares el dictador se va por horas y de las mismas manos vuelve a su sitio.
Por lo visto, la designación de Cabello al frente del parlamento y del partido, y del general Rangel Silva en la cartera de Defensa, muestran que ante la disyuntiva, por razones de instinto superiores a sus devaneos y amoríos con La Habana, el dictador sabe que no cuenta con otro poder efectivo que el de la Fuerza Armada; esa con la que se alza el 4 de febrero de 1992 y saca de sus cuarteles para hacerla deliberante.
Allí están las armas – la revolución es pacífica pero armada – y en ninguna otra parte más. Poco valen, en la hora nona, las mujeres del régimen – las Luisas o Tibisay – ni los “tarazonas” – Jaua, Maduro, Tarek – quienes son meros reflejos biológicos de un gobernante que deja de ser y no quiere irse. Ya veremos.
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