La Agencia Internacional de Energía Atómica advierte, en un
reporte recién publicado, que aparentemente Irán ha llevado a cabo
investigaciones avanzadas en la miniaturización de una cabeza nuclear
que podría ser lanzada en misiles de rango medio. Las implicaciones de
este hecho para la política exterior de EEUU van mucho más allá del
Medio Oriente. Irán es un actor incrementando su importancia
político-económica en América Latina. Su influencia trasciende
geografía, idioma, cultura y religión. En el centro de esta creciente
influencia iraní se encuentra una peculiar relación trilateral con Cuba y
Venezuela. La base de este excéntrico alineamiento no es la filosofía
política Este-Oeste, ni una coalición basada en modelos económicos
congruentes, ni afinidad ideológica Norte-Sur.
Más sorprendente aún es una alianza estratégica que trasciende profundas diferencias teológicas. Entonces, ¿qué es lo que une a Fidel Castro –un marxista-leninista ateo–, Hugo Chávez –un supuesto cristiano socialista– y Mahmoud Ahmadinejad, un producto del fundamentalismo islámico? ¿Qué es lo que permite a la teocracia iraní, tan alejada de América Latina por etnicidad, costumbres y valores, jugar un papel cada vez más influyente en este hemisferio?
Si respondemos esas preguntas en términos de los crecientes lazos económicos entre esos países, y hay muchos, tanto lícitos como ilícitos y encubiertos, podríamos estar basando nuestro análisis en estricta racionalidad occidental. Podríamos estar extrapolando erróneamente nuestro modelo lógico a Castro, Chávez y Ahmadinejad.
Un segundo error analítico sería analizar la influencia de Irán en términos de una relación país con país, en vez de en términos de las sinergias y simbiosis de la alianza Teherán-La Habana-Caracas. Y extenderíamos nuestro error si formuláramos la política exterior de EEUU en términos similarmente desconectados. Como demuestran repetidamente los eventos mundiales, ganamos eventualmente en perspicacia cuando comprendemos que sabemos muy poco de los modelos lógicos de razonamiento de líderes autocráticos como Ahmadinejad, Castro o Chávez.
Aunque nos pueda parecer así, esos países no persiguen una política exterior irracional. El reto analítico para Estados Unidos es cómo comprender en nuestro medio cultural y analítico acciones que se van desarrollando en otro entorno.
En el caso de Irán, Cuba y Venezuela, el punto unificador parece ser una virulenta hostilidad hacia los Estados Unidos, la democracia liberal y la economía de mercado. En otras palabras, el nexo Ahmadinejad-Castro-Chávez es fundamentalmente un alineamiento político antinorteamericano. Como tal, sigue su propia lógica y sus propias reglas. Destaquemos, por ejemplo, que en 1979, con la victoria de la Revolución Islámica iraní, Fidel Castro retiró su apoyo al comunista Partido del Pueblo Iraní (PPI) y abrazó el régimen teocrático y anticomunista del ayatola Jomeini. En la lógica de Castro, el antiamericanismo del ayatola prevalecía sobre su ideología anticomunista.
La creciente influencia iraní en América Latina, y sus conexiones con Cuba y Venezuela, deben ser entendidas en este contexto de una determinada alianza antinorteamericana para minar los intereses nacionales de EEUU, por sobre cualquier otra consideración. Por ejemplo, Cuba y Venezuela se han convertido en los más estridentes defensores de las ambiciones nucleares de Irán, y los tres países han creado una alianza estratégica para evadir las sanciones económicas de la ONU y EEUU. Existen reportes de que Cuba comparte sus sofisticadas capacidades de inteligencia y contrainteligencia con Irán y Venezuela. Más aún, la influencia de este triunvirato se ha expandido ahora hasta incluir a Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
El bloque Teherán-La Habana-Caracas habla con una voz antiamericana cada vez más unificada, en un esfuerzo concertado para minar con cualquier medio a su disposición la influencia de EEUU. El alineamiento político de Teherán, La Habana y Caracas, si pudiera ser definido como ideológico, se basa en una ideología de odio hacia Estados Unidos y los principios de gobierno democrático.
A menudo, la formulación de la política exterior de EEUU está imbuida por las tensiones inherentes entre políticas basadas en nuestros principios democráticos y políticas basadas en nuestros intereses nacionales. En este caso existe una rara congruencia y claridad de propósitos para una política exterior de EEUU coordinada, que combine nuestro apoyo a los valores democráticos y los derechos humanos en Irán, Cuba y Venezuela, con nuestras preocupaciones de seguridad nacional.
Profesor adjunto en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami. Es el autor de of Mañana in Cuba: The Legacy of Castroism and Transitional Challenges for Cuba.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Haga su comentario