El venezolano Alejandro Peña Esclusa es intelectual de campanillas. Su vida son la palabra y el argumento; su ideal, la libertad. Pero para el régimen que subyuga a Venezuela, un liberal es un indeseable, un terrorista. Por eso, los ‘alejandros peñas’ de Venezuela sólo tienen la alternativa del exilio o de la cárcel. Como Peña Esclusa, intelectual y político intrínsecamente bueno, no aceptó huir, entonces está preso.
Para el colombiano Luciano Marín, alias ‘Iván Márquez’, tercero en la jerarquía de la banda terrorista Farc, su ideario es el marxismo y su praxis, la violencia. Y eso, para el régimen chavista, vale un potosí: Márquez es bienvenido a Miraflores, los militares y policías le rinden honores y tiene a su servicio guardia pretoriana. En Venezuela, los ‘lucianos marines’, no importa su nacionalidad (el proletariado, predica Marx, no tiene patria), encuentran refugio y amparo. Desde allí pueden impartir órdenes que, aunque sean crímenes en Colombia, el gobierno venezolano considerará actos heroicos de una organización hermana, las Farc, porque con ella tiene plena comunión de ideas.
Observemos lo siguiente: aunque Peña Esclusa es venezolano, la opinión pública mayoritaria en Colombia califica su acriminación como una gran injusticia y por muchas vías exige su libertad (y la de centenares de presos políticos). En cambio, a pesar de que Luciano Marín es colombiano, esa opinión repudia la liberalidad y largueza con que lo trata el régimen venezolano. La no acriminación de Márquez en Venezuela constituye una agresión a la nación colombiana toda. Pero lo interesante es que de esos hechos podemos deducir que nuestros alineamientos en la confrontación entre los gobiernos de Colombia y Venezuela no están definidos por la nacionalidad que tengamos sino por la corriente política e ideológica a la que estemos adscritos.
Al gobierno colombiano lo rige una Constitución democraticoliberal, que consagra un estricto sistema de separación de los poderes públicos. Aquí es inadmisible la prédica de la combinación de las formas de lucha (es decir, que un partido anuncie en su plataforma, que si pierde las elecciones se reserva el derecho de usurpar el poder por vía de la fuerza). Nuestra Constitución consagra las libertades públicas y los derechos individuales y tiene mecanismos expeditos para su defensa. Entre nosotros, el derecho de propiedad y la inversión extranjera son inalienables. El expansionismo territorial y la injerencia de nuestro Gobierno en asuntos internos de otros países sería cosa impensable.
Estudiemos, en cambio, a Venezuela: en abril (2010), Chávez encabezó el Congreso del Partido Socialista Unificado de Venezuela. Él y sus socios anunciaron la adscripción a un marxismo (bastante ordinario), según consta en el Libro Rojo del PSUV (ver página web). En la página 45 se definen, entre muchas otras cosas, como: anticapitalistas, antiimperialistas (es decir, antinorteamericanos), marxistas, internacionalistas y vanguardia política del proceso revolucionario (traduzco: no tendrán inhibiciones para intervenir en otros países y expandir sus fronteras).
Son muy bonitas y “políticamente correctas” las voces colombianas de mediación y diálogo; son hasta entendibles las declaraciones de inconformidad con Uribe para ver si a Chávez se le quita el malgenio. Pero son ingenuas. Entendamos y aceptemos que todos los demócratas, colombianos o venezolanos, tenemos un mismo enemigo, con el cual no puede haber ningún arreglo: la Coordinadora Continental Bolivariana, de la cual son adherentes Chávez y las Farc. El nuevo gobierno de Colombia continuará la batalla diplomática con firmeza. Nadie le pide que deje de ser amable y respetuoso, pero sí aconsejamos no dar papaya, porque lo que quiere el PSUV es engullirnos y constituir aquí un gobierno títere de las Farc. Qué tal dejárnosla montar y tener que aceptar que a algún diplomático nuestro lo terminen llamando como Metternich, burletero, llamó a Aberdeen después de que le hizo morder el polvo: “querido bobalicón de la diplomacia”.
Jose Obdulio Gaviria
Fuente: Radionexx



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