Me
presenté ante una justicia injusta.
Fui
encerrado en la prisión de Ramo Verde el 18 de febrero a las once y media de la
noche. Ese día me había despertado a las tres de la mañana. A las 4 am salí escondido en la maleta de un
carro desde mi sitio de clandestinidad, pasé 45 minutos hasta llegar a Caracas.
Durante esos 45 minutos que parecieron horas, no dejé de pensar en las víctimas
del secuestro que son sometidas y trasladadas de esa forma. Estaba
sensibilizado con el tema puesto que días antes habían secuestrado y asesinado
al hermano de un buen amigo mío. Pensé en mi familia, en
mis hijos y sobre todo pensé dónde iba a terminar ese 18 de Febrero.
Mi
presentación la tenía planeada para las once, justo en medio de una
concentración convocada por ese motivo. Llevaba seis días en clandestinidad y
Nicolás Maduro había anunciado el despliegue de todas las fuerzas públicas en
búsqueda “del terrorista Leopoldo López”. Me
buscaban con afán, allanaron mi casa, la de mis padres, la sede de Voluntad
Popular y, fusiles en mano, detuvieron a varios compañeros que encontraron en
ella.
Logré
llegar a la concentración en moto. Fueron minutos tensos, tuve que pasar por un
punto de control de la Guardia Nacional y pude hacerlo porque no me quité el
casco integral. Al llegar hasta donde estaba la multitud sabía que ya no me
podrían detener, fue entonces cuando me quité el casco. Caminamos hacia la
plaza Brión. No había ninguna tarima ni sonido. Solo había gente, muchísima
gente, mucha más de la que podía haberme imaginado, todos de blanco, en alusión
a la paz, como habíamos pedido en la convocatoria (hecha mediante video grabado
en mi corta clandestinidad). El llamado se había hecho por las redes sociales,
de manera artesanal. Nunca voy a olvidar la inmensa solidaridad y el
cariño que me trasmitió ese día el pueblo de
Caracas, pueblo por el que, sin dudarlo ni un segundo, haría mil veces el mismo
sacrificio.
Al
llegar al final de la concentración decidí subirme a la estatua de José Martí
que, como recordatorio curioso, había sido remodelada durante mi gestión como
alcalde de Chacao. Desde allí dije unas cortas palabras con la ayuda de un megáfono.
Expliqué que me sometía a las autoridades del régimen porque no había
cometido ningún delito y porque para mí no era una opción irme del país
ni esconderme y jugar a la clandestinidad como seguramente quería el
Gobierno. Estas fueron mis palabras, son la mejor prueba de mi inocencia
y creo de manera firme en su contenido:
Quise
también asegurarme de que la situación no se desbordara en razón de mi
decisión: "Les ruego que cuando pase el cordón de la guardia nacional se mantengan en paz. No quiero
violencia".
Soy
inocente de los delitos de los que me acusan y asumí de manera franca la
responsabilidad de haber convocado una protesta. Esa era y sigue siendo mi
mayor fortaleza.
Para
despedirme de los caraqueños les dije de todo corazón un mensaje que he
repetido siempre a todos los venezolanos en todos los rincones de la patria: "Les pido que no perdamos la fe".
Eso es fundamental para mantener la resistencia a este Gobierno autoritario, la
fe que los venezolanos debemos tener en nosotros mismos, en nuestra inagotable
capacidad para salvar los obstáculos y continuar el camino de la democracia, la
libertad y el bienestar.
Al
concluir, ya en compañía de Lilian, de mis padres y otros tantos líderes y activistas
de distintos partidos fui hasta la barricada detrás de la que se apostaba la
GNB. Allí estaba el Comandante General de la GNB, General Noguera, acompañado
por el General (B) de la GNB, Benavides. Ambos insistieron en que me pusiera un
casco y un chaleco antibalas —quizás buscando reforzar la especie, generada por
el Gobierno, de que habría un atentado en mi contra, o para presentarme como un
criminal—, obviamente tenía que negarme a hacerlo. Ellos me detuvieron
formalmente y me metieron en una tanqueta de las desplegadas en el lugar. Había
mucha gente, miles de personas. Pedimos apoyo y aplicamos la no violencia como
estrategia. Pasaron tres horas entre un mar de gente hasta que pudimos salir en
paz y sin agachar la cabeza.
Llegamos
a La Carlota, a los minutos llegó Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea
Nacional. De ese encuentro hablaré más adelante. Dio la orden de que
abordáramos tres helicópteros que se dirigieron a Fuerte Tiuna. No había otra
manera de salir. Todas las entradas de La Carlota estaban tomadas por la gente,
por el pueblo noble de Caracas que manifestaba en contra de mi detención. Desde
el helicóptero pude ver la inmensa cantidad de gente que había acudido a
manifestar, cientos, miles de caraqueños en las
calles aledañas.
De
Fuerte Tiuna fuimos en una caravana de vehículos hasta el Palacio de
Justicia. El vehículo donde me
encontraba fue conducido por Diosdado Cabello. Al llegar tuvimos que esperar
pues no estaban listas las actas ni los papeles relacionados con mi caso. No
podían estarlo, todo es forjado e
inventado.
Esperamos y, a las dos horas, tuvimos la audiencia donde la Jueza 16 de Control me dictó medida privativa de libertad en la cárcel militar de Ramo Verde. La audiencia no concluyó y se pautó continuarla al día siguiente.
Del
Palacio de Justicia a Ramo Verde me trajo también una caravana. En la camioneta
donde venía estaba Diosdado, quien la conducía, el general Noguera y el general
Hernández Dalla. La caravana era de unas diez camionetas y diez motos. Llegamos
a las once de la noche. Al llegar nos recibieron, en formación, la oficialidad
y los soldados que tienen a su cargo la custodia del penal, unos ciento veinte
hombres en total. La presidía el coronel (GN) Humberto Calles. Su saludo fue:
“Chávez vive, la lucha sigue”. Un saludo político que muestra el
sometimiento de la Fuerza Armada por y a
una parcialidad política partidista, en evidente violación de la Constitución.
Saludo que se repite en todas las guarniciones, en cada formación y en cada
oportunidad en que un militar se dirige a otro. No obstante, por lo visto
durante estos meses en prisión no es compartida por la gran mayoría uniformada.
Me
llevaron a la entrada y de allí al anexo. Un edificio apartado en donde solo
había una celda “normal”, el resto eran las celdas de castigo o “tigritos”, como se les llama en la jerga del penal.
Subimos tres pisos, el pasillo era oscuro, las paredes estaban quemadas y había
mucho polvo en el piso. Llegamos a mi
celda, me entregaron una sábana, un jabón, pasta de
dientes y un cepillo. “Hasta mañana. En la mañana tiene audiencia”, me dijeron
a manera de buenas noches. Se cerró la puerta, una reja de hierro pesada, con
refuerzo de barrotes y una plancha con un pasador grueso de cabilla donde va un
candado Cisa de los más grandes que he visto. Se cerró la puerta y luego los
candados de la entrada al anexo. El ruido lo percibí con un eco hondo que subió
las escaleras anunciándome, o recordándome, que esta
es una cárcel. Es el ruido más característico de este lugar, un sello de sonido
que dice: “Estás preso”.
La
audiencia de presentación debió ser en el Palacio de Justicia de Caracas, pero
la decisión del régimen fue no sacarme de Ramo Verde y hacer el
acto en un “tribunal móvil”, un autobús que
estacionaron a las puertas de la prisión (supongo que para cumplir con la
formalidad de ser juzgado fuera de un penal militar). La audiencia duró doce
horas y al final, luego de escuchar los absurdos alegatos de la Fiscalía, como
ya estaba decidido por Maduro y su gobierno, me dejaron preso.
Durante
todo el largo tiempo de la audiencia, los fiscales no me miraron a los ojos. Al
final, uno de ellos, Franklin Nieves, se acercó y me dijo: “Lo siento mucho”.
Me ofreció un chocolate y unos caramelos de menta. Los recibí y me dije, este
hombre sabe que lo que está haciendo está mal, pero es prisionero del sistema,
de la dictadura, tanto como lo puedo ser yo. Ya vendrá el tiempo de la
liberación, para él, para los militares y para todos los
venezolanos.
Así fue mi llegada, mi primera noche. Esa primera noche en la cárcel es quizás la más larga. Es un punto de transición, de cierre de una etapa y el comienzo de otra. Esas largas primeras horas, echado en la cama, viendo el techo recordaba todo lo que había pasado desde el 12 de febrero: la clandestinidad, los allanamientos, la persecución y la presentación ante la justicia injusta. Pude asimilar entonces los eventos de ese 18 de febrero que comenzó en la maleta de un carro, la gente, los tribunales, un vuelo en helicóptero, la llegada a este sitio y el cierre de la reja con ese sonido. Desde ese día, aún 18 de febrero, hasta el 23 de septiembre, siete meses, estuve encerrado en la celda, en aislamiento, con solo una hora al día de patio.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Haga su comentario