Hace casi un año recibí el Premio Internacional Yo Dona a la labor
Humanitaria, galardón que llevo con mucho orgullo, pues la lucha por mi
querida y maltratada Venezuela aún continúa. El tiempo pasa y la situación empeora.
Después de las protestas que comenzaron el año pasado por estas mismas
fechas, organizadas por la oposición y los estudiantes, el país ha sido
víctima de un proceso que podríamos llamar degenerativo; la falta de
productos básicos y la inseguridad han azotado cada día más a los
ciudadanos. El presente está lleno de oscuridad, y el futuro no es más
halagüeño. Miles de jóvenes abandonan el país en busca de oportunidades,
con la esperanza de regresar algún día para reunirse con la gente a la
que aman.
Las colas siguen siendo interminables. No hay comida, pero tampoco
medicamentos -imposible conseguir analgésicos o anticonceptivos. Los
enfermos de cáncer no pueden recibir quimioterapia-, el sistema de salud
no existe.
Recientemente el Gobierno de Maduro ha anunciado la
instalación de escáneres en los supermercados para controlar que la
gente no acapare comida... Lo que yo creo es que un sistema funciona
cuando una persona puede llevarse la crema dentífrica que desee de un
supermercado sin que este quede desabastecido. Culpar a los ciudadanos
de la escasez y supervisar lo que compran en las tiendas no va a ser de
mucha ayuda, porque el desabastecimiento seguirá existiendo. La
angustia, la inseguridad, la precariedad están aplastadas por un
silencio aterrador y en todas partes se respira tensión, está en el
aire. Incertidumbre es la palabra que mejor define el ambiente.
Una mujer exhibe una petición de ayuda en una movilización en Caracas.
Foto: Cordon Press.
Relatan mis amigos y familiares que la desesperación toca ya a la
puerta de sus hogares, pues, para muchos, el plan A y el plan B son una
misma cosa: seguir viviendo en Venezuela. Pero ¿cómo
hacerlo? ¿Cómo vivir en un país donde no hay productos básicos para
comer, el sueldo no llega, la inflación galopa...? [se espera que este
año supere el 100%]. Y cada día, como en una pesadilla, se hace más
difícil salir (y también entrar) en el país, porque los billetes de
avión están por las nubes y la gente, sencillamente, no puede pagarlos.
En sentido contrario, apenas hay aviones que vuelen hasta allí [desde
Miami, por ejemplo, es difícil encontrar billete por menos de mil
euros]. Las aerolíneas internacionales, víctimas de impagos, están
restringiendo su presencia [de hecho, recientemente la Asociación
Internacional de Transporte Aéreo (IATA) informaba de que el Estado le
adeuda 3.400 millones de euros].
Y todo ello, por no hablar de la inseguridad de cada día. Se mata por
robar un teléfono móvil y se asalta a quienes han soportado horas en
las colas para adquirir bienes tan básicos como leche, harina, aceite o
papel higiénico, que escasean. Frente a esto... nada. En Venezuela hoy reinan la impunidad y
la inacción de la ciudadanía, que casi siempre considera que es mejor
callar e irse a casa. Por miedo. Porque, sencillamente, no existe
justicia. Ni, por supuesto, libertad de expresión. Decir lo que se
piensa no es precisamente algo inocuo en mi país.
Una serie de experiencias me llevaron a lo que nunca hubiese deseado:
irme. En el año 2005 secuestraron a mi padre quien, por suerte, logró
vivir para contar su historia. Muchos otros jamás han regresado. A
partir de 2011 se multiplicaron los robos en la calle, en el metro...
Mientras estabas dentro del coche, en un semáforo, podías sentir un
golpe en la ventanilla y, al volver la mirada, ver que te estaban
encañonando con un arma. En 2014 la situación se había deteriorado tanto
que mis eventos sociales consistían básicamente en asistir al entierro de conocidos. A partir de las siete de la tarde no se podía salir de casa.
Ese mismo año ocurrió algo que me causó un gran impacto y me dio el impulso que necesitaba para marcharme.
Ya había dejado la Universidad tiempo atrás y estudiaba a distancia. Un
día, al salir de casa, me crucé con tres personas extrañas que entraban
en el edificio. Poco después, mientras iba en el coche, me llamó un
amigo policía para preguntarme si todo estaba bien en mi casa. Unos
hombres -sin duda aquellos con quienes yo me había cruzado- habían secuestrado y robado a
uno de mis vecinos. Por segundos no me había pasado a mí. Estaba claro:
el peligro se encontraba ya a las puertas de mi casa. Cuando tu vida
vale menos que un reloj o unos zapatos, o lo que sea..., hay que
reaccionar.
Un billete en un comercio indica la pérdida de valor del dinero. Para este año se espera una inflación del 100%.
Foto: Cordon Press.
En agosto partí hacia Estados Unidos, donde vivo desde entonces.
Antes había barajado venir a España, pero tenía posibilidades de trabajo
en Miami, una ciudad que, además, me permite estar mucho más cerca de
mi familia. Al llegar encontré a algunos amigos que ya se habían
trasladado allí años antes. Me ayudó mucho. Siempre es bueno encontrar
un rostro conocido cuando aterrizas en un lugar extraño.
Para cualquiera es difícil abandonar su país sin
desearlo. Hay que empezar de cero. Aquellos a quienes nos ha tocado
sufrir esta situación sabemos bien lo complicado que es, el estrés que
produce un nuevo comienzo y la preocupación por lo que se deja
irremisiblemente atrás. Vivimos de cerca la realidad de nuestro país de
origen. En mi caso, todos los días hablo con mis padres o con amigos de
allí. Una multitud de venezolanos estamos actualmente en esa situación
[alrededor de 10.000 consiguen cada año la tarjeta de residencia
permanente en Estados Unidos. Y casi 22.000 estudiantes procedentes de Venezuela desembarcaron
en el país norteamericano en 2013, por poner un ejemplo]. En Miami
somos cada vez más. Muchas veces me reconocen por la calle, nos
hablamos. De alguna forma, eso hace que te sientas un poco más en casa.
La separación es dura. Atrás quedan habitaciones vacías, ojos llenos
de lágrimas. El que se va lleva consigo una maleta llena de nostalgia,
pero también de esperanza. El aeropuerto se ha convertido en un lugar de
llantos por las despedidas pero deseamos con todo nuestro corazón que
se convierta pronto, otra vez, en un lugar de felicidad y bienvenidas.
Por supuesto que me hubiera gustado traer conmigo a mi familia. Pero,
como ya dije, cuesta mucho empezar de cero. Ellos son hijos de
inmigrantes, ya saben lo que es partir hacia una nueva vida, lo hizo mi
abuelo paterno cuando tuvo que huir de España durante el régimen
franquista. Por más que yo insista, ellos no quieren irse, sostienen que
han hecho allí su vida y que es donde tienen que estar. Son muchas las
familias que, como la mía, se están separando, y eso es demasiado dolor.
Una familia intenta abastecerse en una gran superficie donde ya no queda nada.
Foto: Cordon Press.
Espero volver pronto a Venezuela a visitar a mi familia, tal vez
dentro de un par de meses. Y, como ya he hecho antes, llevaré conmigo
una maleta con todas esas cosas a las que aquí no damos ninguna
importancia y que allí se necesitan más que nada: pañales, dentífrico y,
por supuesto, medicamentos. Probablemente, eso me someta a todo un
interrogatorio en la aduana, como ya me ha ocurrido. Pero debo hacerlo.
Gracias a Dios y a la Virgen he tenido la oportunidad de ejercer como
embajadora de Venezuela tras haber sido Miss Universo. Aunque mientras
eres miss es casi imposible hablar de temas políticos, ahora sí puedo,
como ciudadana representante del país que me lo ha dado todo en la vida,
el que me duele y le duele a tantos.
Para mi gente de Venezuela, hay que clamar por la
paz, la reconciliación, la unión, el amor, el respeto a la vida. Sé que
hay muchos venezolanos honestos, trabajadores, que quieren una vida
mejor, ser felices. No dejemos que nos arrebaten las cosas simples de la
vida, nuestro sueño, nuestro país. Yo, de lejos o de cerca, pero
siempre conectada, haré todo lo que pueda por alzar mi voz las veces que
sea necesario.
1 comentarios:
Te felicito Estefania y es doloroso todo tu relato ya que es el dia a dia que se vive en nuestro pais ,y al mismo tiempo estoy segura que con el favor de Dios y la Virgen pronto esto cambiara y Venezuela Resurgira llena de exitos. Amen.
Publicar un comentario
Haga su comentario