Con la economía de su país absolutamente destrozada como
consecuencia de sus enormes desaciertos, Nicolás Maduro acaba de
regresar de China, donde -con la mano extendida- procuró sin éxito
obtener auxilio financiero.
Al retornar pudo comprobar que las consecuencias de sus desaciertos
se manifiestan por todas partes en largas horas de "colas" que deben
enfrentar sus conciudadanos, cuando tratan de comprar productos de
primera necesidad.
Todo escasea, alimentos y medicamentos. Absolutamente todo. Como
consecuencia de ello, la tensión social está alcanzando niveles
preocupantes. La gente está realmente harta de hacer “colas” para todo,
de vivir en la anarquía y de los permanentes malos tratos a los que se
siente sometida. Ocurre que la vida debe ser algo más que hacer
interminables filas.
En su cuenta de twitter el irrescatable Nicolás Maduro, como si
viviera en otro mundo, manifestó al cerrar el año 2014: “ganamos la paz y
el derecho a la felicidad”. Lo que es increíble. O insultante. Las
calles de las ciudades venezolanas dicen todo lo contrario. La gente no
es feliz y es obvio que no se siente en paz.
Las “colas” son inevitables. Suceden frente a los comercios
mayoristas, pero también frente a los minoristas. Todo es tensión en su
derredor. La situación es inocultable. No solo porque está generalizada,
sino porque a través de las redes sociales, las fotos de los anaqueles
vacíos en todos los rincones de Venezuela no hacen sino confirmar lo
evidente: la escasez de todo.
No obstante, aparentemente hay algunos privilegiados que quizás no
hagan colas. Son los que presumiblemente integran la “nomenkatura
bolivariana”. Y esto irrita a la gente. A punto tal, que hace pocos días
un grupo de personas atacó a un camión que llevaba pañales, cuando
estaba siendo “descargado” por una patrulla policial en la calle
Colombia de Catia. Los indignados se llevaron los pañales, mientras
comprobaban que la patrulla policial tenía además en su poder jabones y
compotas varias.
Poco después, otro grupo de personas, presumiblemente también
compuesto por “desesperados” (o, más bien, “hartos”) atacó una farmacia,
en busca de remedios.
La absurda reacción del gobierno venezolano sólo apunta a instalar un
“operativo de seguridad” en torno a comercios y supermercados y a
pedir, a través del Ministerio del Interior, al público en general, que
“deje la desesperación”, porque “hay productos para todos”.
Hasta la red estatal de los llamados Abastos Bicentenarios, está ahora custodiada por las fuerzas de seguridad.
El gobierno acusa a los “hijos de papá” de fomentar las “colas”, de
esconder los productos, de encarecerlos. De todo, entonces. Según las
autoridades, para que “el pueblo se descarrile y tome actitudes
violentas contra sí mismo”.
Siempre la culpa es de los demás. Los gobiernos autoritarios no creen
que tienen responsabilidad alguna por el poder que detenta. Ni por los
desaciertos que cometen -por razones ideológicas- aferrándose a un
“modelo” colectivista que es inviable.
Las empresas privadas, a través de “Fedecámaras”, han hecho también
un prudente llamado a la calma, aconsejando al público “no hacer compras
nerviosas”, sólo lo que se necesite. Como si la gente tuviera que
aceptar, inevitablemente, que su vida diaria está compuesta
primordialmente por tiempo que “debe” ser dedicado a una actividad
obviamente improductiva, por la que nadie paga: la de hacer “colas”.
La Ministra de Comercio acaba de explicar en las últimas horas que
“la disponibilidad de algunos productos será cubierta en los próximos
días”. Es ciertamente una forma de reconocer la escasez.
La otra es la de rodear a comercios y mercados con las fuerzas de seguridad apuntando sus armas hacia todos.
¿Es esta la felicidad que Nicolás Maduro anunció como conquista del
pueblo venezolano en su mensaje de fines del año pasado? Ciertamente no.
La felicidad en Venezuela sólo pertenece a quienes se aferran al
poder y lo concentran en su derredor, gobernando a su país, de espaldas a
su pueblo. Para beneficio propio. Dinamitando el nivel de vida de sus
conciudadanos, de modo que lo cotidiano se limite a una sola actividad
prioritaria: la necesidad de hacer “colas” constantemente para
sobrevivir, mal que mal.
Hasta Cuba ha reconocido que su “protectora”, Venezuela, está
caminando al borde mismo del abismo. Y que, por ello, su “beneficencia”
puede cesar, en cualquier momento. De allí que abriera el paraguas,
“normalizando” su relación con los Estados Unidos. Emilio J. Cárdenas
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