Por: Roger Noriega
Fuente: IASW
Líderes políticos y diplomáticos de América Latina y el Caribe saben más
sobre Cuba y Venezuela que incluso los observadores más astutos en
Washington. Por lo tanto, deberían saber lo que le conviene más a su
región ¿no?
Entonces, ¿por qué el Grupo de América Latina y el Caribe en la ONU le
dio su apoyo a Venezuela para ser el próximo representante de la región
ante el Consejo de Seguridad? Y, ¿por qué están determinados en invitar a
el déspota cubano Raúl Castro a la Cumbre de las Américas en Panamá en
la primavera?; haciendo caso omiso de las objeciones por parte de sus
socios comerciales más importantes, como Estados Unidos y Canadá.
Para muchas generaciones de latinoamericanos, Cuba fue el hogar de
algunas de las mejores editoriales de lengua española en el mundo,
cientos de periódicos y estaciones de radio de calidad, derechos
laborales progresistas, altos niveles de alfabetización y nutrición, y
una clase media robusta. Luego vino la revolución de Castro. Aunque
algunos pudieron haber sido embrujados por la imagen ‘independiente’ y
arrogante de Fidel Castro, han vivido lo suficiente para ver la ruina en
que se convirtió Cuba bajo su mandato.
Generaciones de latinoamericanos conocieron a Venezuela como un país
rico en petróleo, comodidades, el mejor lugar para recibir educación
musical de este lado de París y una democracia a través de la cual los
hombres de origen humilde alcanzaron el poder. Algunos líderes de la
región acogieron con beneplácito los beneficios de la petrodiplomacia de
Hugo Chávez a sabiendas de que el petróleo se acabaría y que Venezuela
colapsaría.
Miles de turistas de las Américas han visitado Cuba y han presenciado la
mano dura del régimen de Castro. Los medios de comunicación en México,
América Central y del Sur, y el Caribe han informado sobre las
elecciones, los conflictos políticos y la represión en Venezuela de
manera parcial. Las mejores universidades de la región, por su parte,
han visto como su alumnado ha incrementado con los miles de jóvenes
venezolanos que han sido obligados a abandonar su país a causa de la
delincuencia, apagones, escasez de alimentos y represión.
Los jefes de gobierno de la región deben leer los informes de sus
propios servicios de policía e inteligencia sobre el trasiego de cocaína
que sale de territorio venezolano y que termina en sus países. Los
líderes cuyos países se encuentran asediados por el narcotráfico
seguramente se quedaron asombrados cuando en Julio de este año Nicolás
Maduro movió montañas para asegurar que su general y narcotraficante,
Hugo Carvajal, evadiera la extradición solicitada por los Estados
Unidos.
Los dictadores de Cuba y Venezuela no sólo están sembrando el caos en
sus propios países, también tratan de hacerlo en otros países de la
región. Un narcoestado en Venezuela representa un peligro para muchos
países en el hemisferio. La debacle de Venezuela dañará a socios
comerciales clave y a otros que se han vuelto dependientes de sus
petrodólares.
Cada país de la región tiene una prioridad distinta. Brasil ha caído en
recesión y su gente está preocupada por la calidad de vida. Perú está
tratando de recuperarse y sostener el crecimiento económico. Los
colombianos están preocupados por la calidad de la educación y la
competitividad económica. México está tratando de reorganizar su
economía y resolver el problema de inseguridad que lo aqueja. América
Central está lidiando con el impacto de las pandillas y el narcotráfico
en sus instituciones y personas. Los países del Caribe están preocupados
por la viabilidad de sus economías y los costos de energía.
Todos estos son temas en los que el diálogo con los Estados Unidos y
Canadá pueden hacer mucho bien, sobre todo cuando se habla de países con
un futuro económico compartido. Sin embargo, los diplomáticos de la
región han dado prioridad a los intereses de dos economías que se
sumergen, arriesgando la imagen de la región en el mercado global.
El mundo no dejará de girar sobre su eje cuando Venezuela se una al
Consejo de Seguridad de la ONU en enero-un asiento que Cuba ocupó de
1991 a 1994. Ahora que el gobierno de Maduro tiene un asiento en la mesa
en Nueva York podría ser más difícil que pueda evadir la
responsabilidad de haberse robado las elecciones y de fomentar la
represión. Además, poco le importará a las 800 millones de personas que
habitan la región si Cuba asiste a una cumbre regional el próximo año.
De igual manera, un numero mucho menor se preocupará si el presidente
Obama se niega a asistir a una reunión organizada en torno a un anciano y
sus malas ideas.
Todos los presidentes de Estados Unidos en los últimos 25 años han sido
criticados por no tomar enserio a América Latina y el Caribe. Dada esta
deferencia inexplicable para Cuba y Venezuela, también sería justo el
pedir que líderes latinoamericanos y caribeños se tomen más en serio con
este tipo de decisiones.
El autor fue embajador de Estados Unidos ante la Organización de los
Estados Americanos y sub secretario adjunto de Estado para Asuntos del
Hemisferio Occidental en la administración del presidente George W. Bush
de 2001 a 2005. Actualmente es un investigador visitante en el American
Enterprise Institute. Su firma, Visión Américas LLC, representa a
clientes estadounidenses y extranjeros.
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