La pintora más destacada de la historia
artística mexicana logró lidiar con el dolor, proyectándolo durante 28
años en su producción pictórica, auténtica liberación existencial. | Su
atractiva personalidad conquistó a intelectuales de la talla de Trotski y
Diego Rivera, al que desposaría y con el que compartiría amantes.
Teresa María Amiguet
‘Lo único que sé es que pinto porque lo necesito’.
Frida era una mujer muy bella. Sus
labios rojos, sus pobladas cejas y su cabello azabache, que adornaba con
flores, la hacían muy atractiva. Pero más allá de su apariencia física,
la artista mexicana poseía un singular talento que, respaldado por una
fuerte personalidad, la convirtió en una leyenda del arte mexicano del
pasado siglo.
Su trayectoria vital, marcada por el dolor, es tan singular como su proyección pictórica.
Bautizada Magdalena del Carmen Frida, a
los seis años la pintora contrajo poliomielitis, viéndose obligada a
guardar cama durante nueve meses. Los ejercicios de fisioterapia que le
ayudaba a hacer su voluntarioso padre no le serían de utilidad, y su
pierna y pie derechos quedarían deformados para siempre.
A los 20 años, aunque no tiene la
intención de convertirse en artista, Frida empieza a pintar. Sus
trabajos son en su mayoría autorretratos y retratos de su familia y
amigos. Su talento artístico llama la atención de un respetado impresor
amigo de su padre, Fernando Fernández, que la contrata como aprendiz
para copiar grabados del impresor sueco Anders Zorn, y le adoctrina en
la técnica plástica.
El 17 de septiembre de 1925, Frida se
dirige a la Escuela en compañía de su novio, Alejandro Gómez Arias. La
joven sólo tiene 16 años y sus padres no aprueban su relación. El
autobús en el que viaja la pareja es arrollado por un tranvía. Frida
resulta ser una de las víctimas más afectadas, quedando fracturadas su
columna vertebral en tres partes, tres de sus costillas, la clavícula y
su hueso púbico. El accidente deja su cuerpo lacerado y la artista,
prácticamente paralítica, se ve obligada a yacer acostada o en silla de
ruedas, con su casi destrozada columna vertebral siempre sujeta en
dolorosos corsés de yeso.
Frida acierta entonces a hacer de su
dolor un aliado, erigiéndolo en inspiración para su talento pictórico.
La artista utiliza la pintura como válvula de escape para su sufrimiento
físico, y empieza a autorretratarse en obras que reflejan su propia
imagen ‘reconstruida’. Porque sus telas son su manera de rehacer su
maltrecho cuerpo.
Cuatro años después del trágico
accidente, Frida conoce a Diego Rivera, un muralista de prestigio
veintiún años mayor, y sucumbe a los encantos del talentoso artista pese
a su fama de Don Juan. La madre de Frida adivina el futuro tormentoso
que espera a la pareja y no duda en tachar la unión como la de ‘un
elefante y una paloma’. Su padre, más cauto y práctico, ve en esta
relación un aliciente económico, que podrá aliviar la trayectoria vital
de su hija a la que, enferma y tras una treintena de operaciones
quirúrgicas (a muchas de las cuales la artista se había prestado
experimentalmente) le aguardaba un futuro pecuniariamente incierto. El
21 de agosto de 1929 una simple ceremonia en el Ayuntamiento de la
ciudad natal de Frida, Coyoacán, une en matrimonio a la pareja. Frida
acaba de acometer ‘el segundo gran accidente de mi vida’, tal y como
confesaría años después.
La trayectoria matrimonial de la pareja
merecería capítulo aparte: dominada por la pasión y la tortura, tan
tormentosa como enriquecedora artísticamente, constituye un hito de la
historia artística mexicana contemporánea.
Diego Rivera, tan genial como
‘monstruoso’, hace de su convivencia un infierno pero, al tiempo, abre a
su esposa horizontes que sin él le hubiesen sido vedados: accede a un
ambiente intelectual poblado de artistas de renombre y de políticos de
envergadura.
Frida continúa padeciendo graves
problemas de salud y ve cercenado su deseo de ser madre en tres
ocasiones, lo que supone para ella una gran frustración, la última en
1934. El año siguiente descubre que Diego le ha sido infiel durante
años, y lo que más le afecta es que una de sus amantes ha sido su
hermana pequeña, Cristina, con la que sólo se lleva un año. A raíz de
este hecho decide divorciarse, al tiempo que, como réplica al licencioso
comportamiento de su esposo, inicia una relación con el escultor
americano Isamu Noguchi. Algunos testimonios explicarían que su relación
fue abortada por un celoso Diego Rivera que, al saber de su intención
de adquirir un apartamento en común, hizo acto de presencia arma en
mano, poniendo fin al apasionado romance.
Las biografías centradas en la pintora
narran la existencia de relaciones extraconyugales. Entre ellas se
destacan las mantenidas con León Trotsky. Cuando éste, en compañía de su
esposa pidió asilo político en México y el matrimonio Rivera, de
conocida ideología comunista, les alojó en su hogar, Frida se convierte
en amante del maduro ideólogo, que es obligado a abandonar el domicilio
cuando Diego se entera del affaire.
Un año después, los Rivera acogen al
matrimonio Breton. El escritor surrealista queda impresionado por la
obra de su anfitriona. Frida siempre se negaría a ser clasificada como
surrealista. La esposa de Breton, Jacqueline Lamba, se convirtió, según
la rumorología, en amante de Frida. De hecho, sus biografías dan fe de
que mantuvo relaciones con varias mujeres, algunas de ellas amantes
también de su esposo.
Frida continúa creando y sus obras
trascienden por sus modelos y su inspiración en la cultura mexicana, por
su defensa del folclore del país frente a los modelos europeos
tradicionales. Alcanza notoriedad también por sus retratos y, sobre
todo, por sus autorretratos, que crean escuela: ‘Pinto autorretratos
porque estoy sola muy a menudo y porque soy la persona que más conozco’
afirmaría.
En 1944 pinta ‘La columna rota’. Tiene
37 años y se ve obligada a sustituir sus ya dolorosos corsés de yeso por
uno de acero. Su obra logra que su sufrimiento traspase la tela.
Para Frida cumplir los 40 será una mala
noticia. Su salud, siempre frágil, acusa el paso de los años y la idea
del suicidio empieza a rondarla. El destino se adelanta a sus
propósitos.
La noche del 12 al 13 de julio de 1954, siete días después de su 47 cumpleaños, Frida, gravemente enferma de neumonía, fallece.
La tarde del 13 de julio Rivera
consiente en envolver su ataúd en una bandera roja estampada con la hoz y
el martillo. Su cuerpo es incinerado según su deseo. Las cenizas
descansan en un jarrón precolombino en la casa que Frida compartió con
Rivera.
Tomado de LaVanguardia.com
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