Por: Álvaro Riveros Tejada
Mientras los latinoamericanos vemos estupefactos el destino que están
corriendo los otrora países llamados “locomotoras económicas” de este
tren del tercer mundo como: México, Brasil, Argentina y Venezuela, no
dejamos de observar, también con asombro, que la conducción de ese tren
la han asumido los furgones de cola que antaño eran: Perú, Chile,
Paraguay, Ecuador y Bolivia.
¿Cuál es la razón de este absurdo, como desquiciado fenómeno que ha
invertido esos valores? Sin duda alguna es la corrupción, el
asistencialismo, el narcotráfico, la inseguridad ciudadana, el
descontrol de la violencia y muchos otros factores que se han
constituido en un común denominador entre estas naciones regidas por
gobiernos populistas de izquierda e inspirados en la entelequia del Foro
de Sao Paulo, diseñada por la Cuba castrista en la década de los 90,
para contrarrestar sus penurias de sobrevivencia originadas a partir de
la suspensión de las subvenciones provenientes de la extinta Unión
Soviética.
La desaparición forzada de 43 normalistas en el estado de Guerrero en
México ha desvelado el insoslayable conchabamiento de las autoridades de
ese país con el narcotráfico, sean estas políticas, militares o
policiales. De ahí que según fuentes oficiales, un 72% de los municipios
de esa nación están coludidos con esa actividad delincuencial que,
entre diciembre de 2012 a junio de 2014, se atribuyeron 55,325
asesinatos, que constituyen el germen de un estado fallido.
Por su parte, luego de la precaria victoria electoral obtenida por la
presidenta brasileña Dña. Dilma Rousseff, la estabilidad de su gobierno
es igualmente inconsistente ante los cárteles de la droga, la corrupción
en Petrobras, los consabidos cortes de energía, agua y otros servicios
públicos en ciudades como Sao Paulo, fenómenos que están alentando a
millones de brasileños a revisar su apoyo a ese modelo populista y pedir
la renuncia de la presidenta.
Argentina es el ejemplo de lo que no se debe hacer. Un vicepresidente
indiciado por la justicia por varios delitos; un incremento desmedido de
la deuda interna y externa; la atroz fuga de divisas hacia paraísos
fiscales causada por el corrupto aparato gubernamental, que ha desatado
una espiral inflacionaria mucho peor que la que generó el malhadado
corralito.
Finalmente Venezuela, esa nación bendecida por Dios por sus ingentes
recursos naturales, especialmente el petróleo, que la colocaron en el
ranking de los países más ricos del planeta, hoy se debate entre la vida
y la muerte, donde el pasado fin de semana fueron asesinadas 31
personas y en lo económico, la caída en un círculo vicioso que
transformó su enorme riqueza exportadora en una verdadera maldición que
ha desquiciado y empobrecido al país. Hoy el micomandante ya es parte
de la historia y las proezas de sus sucesores por mantener el control
del país son cada vez más infructuosas. Al caos y la violencia se le
suma la caída de los precios del petróleo y un pueblo hastiado por la
escasez y la falta de libertades. Lo único rescatable de todo este drama
es que la caída de Maduro arrastrará a la dictadura cubana, que depende
de las subvenciones venezolanas y ello contribuirá a detener toda esta
epidemia de estados fallidos.
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