Por: Jesús Antonio Petit da Costa
Hacer dueño del petróleo al presidente
imperial fue igual que entregarle una hojilla a un mono. Este barbarazo
acabó con todo: industria, economía, moneda, democracia y hasta el país.
Un verdadero desastre.
Hasta 1975 Venezuela iba en ascenso. Los venezolanos vivíamos bien y
cada vez mejor. Y, sobre todo, en democracia. Entonces vino la mala hora
de cometer el más grande de todos los disparates: hacer dueño del
petróleo al presidente imperial. Mantener el sistema presidencial en la
Constitución del 61 ya fue un error gravísimo, porque era mantener la
forma de gobierno propia del caudillismo militar, pero darle las llaves
del reino, que es la industria petrolera, equivalía a entregarle
hojillas a un mono. Y se las entregaron. Durante casi 40 años, y sin
descanso, este barbarazo acabó con todo, hasta con el país que ya no es
nuestro sino de Cuba.
Al comienzo del siglo XX Venezuela estaba, como ahora, arruinada y
endeudada. Así la habían dejado las sucesivas dictaduras de los
liberales amarillos. Fue Gómez el que puso orden y echó las bases para
el desarrollo económico. Impuso disciplina fiscal con la unidad del
Tesoro (adonde van todos los ingresos) y con el equilibrio
presupuestario (el límite del gasto público lo determinan los ingresos).
Nada de déficit fiscal y nada de endeudamiento. Arroparse hasta donde
llega la cobija. Nada de montar empresas públicas, ni de comprar
privadas, que eso es asunto de empresarios. Un país austero y solvente,
sin deudas, con estabilidad de moneda y precios, por consiguiente sin
inflación. Hizo un buen trabajo pero lo cobró demasiado caro: 27 años de
tiranía cruel. Su receta político-económica (tiranía+austeridad), para
reorganizar el país y sacarlo de la ruina, fue copiada 40 años después
por Pinochet en Chile. Y no se puede negar que ambos lograron su
objetivo, poniendo a sus países en la rampa de despegue del crecimiento
económico.
El recetario económico de Gómez (austeridad y disciplina fiscal) fue
seguido, con algunos ajustes de política social, por todos los gobiernos
que le sucedieron desde 1936 hasta 1974, los cuales invirtieron
sensatamente la creciente renta petrolera en la modernización del país.
Fue la mejor etapa de la historia de Venezuela, cuando llegó a ser
modelo de prosperidad creciente en América Latina. Pero en 1975 nos vino
la desgracia: el alza del petróleo (de 5 dólares hasta 40) provocó la
locura colectiva. Los políticos perdieron la cabeza y con la
nacionalización hicieron dueño del petróleo al presidente imperial.
Pocos vieron el peligro, porque toda Venezuela parecía la película “La
Fiesta Inolvidable” de Peter Sellers (véanla los que no vivieron la
época para que se enteren). Fueron los años de nuestra “belle epoque”,
de botar por la ventana no la casa sino el país. Y efectivamente al
país lo botaron por la ventana uniendo: 1) Gasto público desmedido para
el derroche; 2) Endeudamiento masivo con empréstitos injustificados
contratados al por mayor para la construcción de la Gran Venezuela; 3)
Importaciones a gran escala en una “agricultura de puertos.” 4)
Capitalismo de Estado: el gobierno dueño de petróleo, hierro, aluminio y
de centenares de empresas, comprando todo, expropiando todo. A esta
política económica disparatada, una insensatez mayúscula, Pérez Alfonzo
la llamó PLAN DE DESTRUCCIÓN NACIONAL. La historia le dio la razón. En
el 83 comenzó la devaluación interminable de la moneda que 30 años más
tarde sería basura. En el 84 la desordenada deuda pública (ni siquiera
sabían su monto) se hacía impagable y la fuga de capitales indetenible,
forzando el control de cambio. En el 89 explotó con el Caracazo el
descontento por la inflación y el fin de fiesta con el macroajuste. En
el 94 estalló el sistema financiero. Íbamos cuesta abajo en la rodada,
perdidas las ilusiones pasadas. Entonces en el 98 el pueblo eligió al
que iba a componer esto. Se antojó de un militar al que creía otro
Gómez, deduciendo erróneamente de su ejemplo que orden y disciplina son
incompatibles con la democracia. Resultó ser el barbarazo que terminó de
acabar con todo: economía, moneda, democracia, ejército, educación,
sanidad, y hasta el país, que ya no es nuestro sino de Cuba. Y toda esta
inmensa desgracia que ya va a cumplir 40 años (1975-2015), el remate de
dos siglos de fracasos acumulados, nos ha sucedido porque no conformes
con los errores que se venían arrastrando del pasado se cometió el más
grande de todos los disparates que fue regalarle una hojilla a un mono.
Aprendamos la lección: Ya no basta con quitarle la hojilla al mono. Hay
que sustituir la nefasta presidencia imperial por la república
parlamentaria.
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