Por: Jesús Antonio Petit da Costa
Venezuela es un fracaso político, militar, económico, social y moral. Un
fracaso total. Sólo admitiendo esta verdad y analizando las causas,
podremos hacer lo que estamos obligados a hacer: tomar el rumbo del
éxito y la grandeza de Venezuela, en base a un proyecto de país con cien
años de vigencia por lo menos.
Venezuela es un fracaso total. Dejémonos de cuentos. No nos engañemos
más elogiándonos. No lo merecemos. Reconozcamos la realidad. Hagamos una
confesión sincera culminando con una autocrítica. No somos un pueblo
maldito sino huérfano de una élite dirigente con visión y decisión.
Venezuela es un fracaso político como lo prueba que dos siglos después
de su independencia de España la hayamos perdido, para colmo no ante
otro gran imperio sino ante una isla arruinada como es Cuba, sin que
nadie haya disparado un tiro, todo por algo insólito e inimaginable: la
traición a la patria de civiles y militares que debían defenderla. La
dimensión de este fracaso político se mide por el hecho de que somos el
único país de América bajo el dominio de otro país, y para mayor
vergüenza arrodillado ante uno de los más pobres y miserables, lo cual
basta para demostrar que hemos descendido a lo más bajo que se puede
descender políticamente.
Venezuela es también un fracaso político porque la sucesión de
dictaduras padecidas durante dos siglos de vida republicana ha tenido su
culminación en la tiranía de los peores. No se trata sólo de una
tiranía, que ha sido fenómeno recurrente desde cuando los que se
vistieron de militar para conquistar la independencia consideraron que
el país les pertenece como una indemnización de guerra que nunca
terminaremos de pagar. Los civiles venimos pagándoselas en lugar de
España como si fuéramos los derrotados. Es una deuda interminable porque
crece en lugar de disminuir, tanto que ni la renta petrolera la ha
satisfecho. Pero aún así las tiranías anteriores por lo menos reclutaban
a sus colaboradores entre los universitarios mejor preparados, mientras
que la de ahora los selecciona entre los menos calificados intelectual y
moralmente, que suplen sus carencias con la arrogancia de los patanes.
Venezuela es un fracaso militar, un inmenso y estruendoso fracaso
militar, sin comparación en América. En el siglo XIX, conquistada la
independencia, los civiles disfrazados de militares se dedicaron a las
guerras civiles y a saquear el erario público, mientras Venezuela perdía
el Esequibo con Inglaterra y la Guajira, junto con los llanos de
Casanare hasta las orillas del Orinoco, con Colombia, todo sin disparar
un tiro. Los tiros siempre fueron y siguen siendo contra otros
venezolanos. A comienzos del siglo XX no hubo militares que defendieran
los puertos bloqueados, de los cuales su único interés estaba en las
aduanas. La sucesión de pérdidas territoriales y agresiones imperiales
sin respuesta militar, ha culminado con la cesión total de la soberanía
política a Cuba, que se ha apoderado de Venezuela sin que un militar de
su ejército profesional haya disparado un tiro para salvar el honor
nacional. Y con la pérdida parcial de la soberanía territorial en la
frontera con Colombia por la presencia de las FARC, que ocupan
territorio nacional sin que un militar haya disparado un tiro para
salvar el honor nacional. No existe en América un caso semejante de
fracaso militar, tan asombroso como vergonzoso e inverosímil.
Venezuela es un fracaso económico como lo prueba que dos siglos después
de su independencia de España, está peor que entonces: arruinada, al
borde de la cesación de pagos, con una moneda sin valor de cambio en el
mercado internacional, con una hiperinflación sin control, más endeudada
que cuando sus puertos fueron bloqueados por las potencias acreedoras,
destruido su aparato productivo, con una escasez creciente de alimentos y
medicinas, abandonados los campos, con un desempleo que excede el 60%
de la fuerza de trabajo sumándole el informal, con salarios de hambre,
con las empresas básicas (petróleo y hierro) quebradas. Un país
arruinado con un pueblo empobrecido como nunca precisamente en época de
bonanza petrolera, una riqueza proveniente, no del trabajo y el estudio,
sino de un accidente de la naturaleza o un regalo de Dios.
Hemos llegado al fondo del abismo. Y desde allí estamos obligados a salir para nunca más caer.
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