Carlos AlbertoMontaner
Qué hará Nicolás Maduro? Heinz Dieterich, el marxista alemán que parió la loca utopía del “Socialismo del siglo
XXI”, suscrita por Hugo Chávez en algunos de sus delirios orales más
agudos, le recomendó que creara un gobierno de salvación nacional que
incluyera a Henrique Capriles. Lo dijo por CNN desde su refugio
académico mexicano.
Tonterías. Maduro hará lo que le recomienda La Habana. Lo escribió con toda claridad la periodista Cecilia Valenzuela en El Comercio
de Lima. Es un hombre de Cuba. No tiene otro apoyo que “los cubanos”.
No es militar. No es político. No es intelectual. Habla con los
pajaritos. Ve a Chávez en las paredes. Se le traba la lengua y
multiplica los penes y los disparates. Es un desastre. Una mala
imitación de Hugo Chávez. Pero tiene a los cubanos de su parte.
¿Qué
le recomendará La Habana a su pupilo? Obviamente, lo que le ha
permitido a la dictadura cubana sobrevivir durante 55 años: mano dura.
Matar, golpear, encarcelar, intimidar. Someter a la sociedad mediante el
terror hasta que se convierta en un coro afinado de súbditos que
aplauden sus desventuras. Como sucede en Cuba o en Corea del Norte.
Mientras más crueldad y fiereza, mejor para ellos. Los venezolanos
saben que pueden reprimir impunemente. Se protegen bajo un manto
retórico totalmente impermeable. Los enemigos son fascistas y nazis que
quieren entregarle el país al imperialismo. Leopoldo y María Corina son
asesinos. Es la burguesía pagada y entrenada por Estados Unidos. Quieren
quitarles a los pobres el poco pan que se llevan a la boca.
Ellos
defienden la democracia frente a los embates de las mafias. Lo dice el
chavismo y lo repite sin pudor la izquierda procomunista en todas las
latitudes. La revolución es así. Un chorro turbio de palabras
pronunciadas para ocultar la sangre derramada.
Los
demócratas, salvo unos pocos, en cambio, callan. También han sido
intimidados. Contra tanta ignominia protestan los sospechosos
habituales: Oscar Arias, Luis Alberto Lacalle, Mario Vargas Llosa. Los
de siempre. Unas pocas docenas. Los que no temen ser acusados de ser
agentes de la CIA. Insulza, como los tres monos de la fábula, se tapa la boca, los ojos y los oídos. La OEA es una vergüenza pública.
No
me creo, sin embargo, la historia de los batallones de policías
cubanos, las tropas de “avispas negras” trasladados a Venezuela para
matar demócratas. ¿Para qué? Si algo sobra en Venezuela son asesinos
locales. Los cubanos están en Venezuela para asesorar, para dirigir el
control social, para espiar masivamente, no para el trabajo sucio y
menudo de la calle. Ése lo hacen en la Isla.
Están allí para
sostener un poder dócil que continúe alimentándolos. El negocio de ellos
es mantener viva la vaca lechera de la que extraen todos los años trece
mil millones de dólares en subsidios. Raúl Castro ya no cree en el
colectivismo, pero sí cree en mantenerse en el poder a cualquier precio.
Luchará hasta el último venezolano.
A mi juicio, esa noticia, la
de los “avispas”, forma parte de las operaciones sicológicas encaminadas
a aterrorizar a los venezolanos. Durante la Guerra de las Malvinas los
ingleses lo hicieron astutamente. Difundieron el rumor de que en la
expedición iban los ghurkas nepaleses, unos
crueles guerreros que desorejaban y sodomizaban a los prisioneros antes
de degollarlos.
García Márquez hasta llegó a escribir una nota sobre la
crueldad infinita de estos diablos orientales contra los pobres
argentinos. Tras el fin de la guerra se supo que nunca desembarcaron ghurkas en el remoto archipiélago. La mentira era un arma psicológica.
¿Por
qué el poder venezolano –Maduro, Cabello, los militares– está en las
manos de “los cubanos”? Porque ellos, fragmentados en pequeñas tribus,
también tienen miedo, y Cuba es la única autoridad externa que sujeta
los pedazos. Es el extraño poder de los albaceas en medio de las
familias rotas por las desavenencias. Los chavistas venezolanos les
temen a los informes de inteligencia, a las escuchas telefónicas, a los
tentáculos de la policía política cubana. A la DEA, porque algunos de
los militares y políticos están metidos hasta las cejas en el
narcotráfico.
Antes, se reunían para conspirar. Ahora no lo hacen por
miedo a una delación.
Menos mal que también hay cubanos nobles. Me
conmovió que Leopoldo López diera su discurso final a los pies de la
estatua de José Martí. Ése era de los buenos. Los “avispas” le hubieran
disparado a la cabeza.
Periodista y escritor. Su último libro es la novela Otra vez adiós.
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