Por: Asdrubal Aguiar
Fuente: Diario de América
Venezuela va rumbo a una economía de narcotráfico
Ante el escapismo del régimen, incapaz de servirle a la verdad y que
hace de la mentira su política de Estado, y habiéndose ocupado la
oposición democrática, más por inercia que por convicción, de forjar
como alternativa única de disenso la vía electoral, urge que los
venezolanos veamos, con seriedad y emergencia, el cuadro de
ingobernabilidad que nos tiene como presas.
Es irresponsable resumir lo actual afirmando el absurdo, es decir, que
vivimos el efecto de la pedagogía de violencia forjada desde los medios
de comunicación, cuyo control ahora encarga el mismo régimen a la
ministra autora de listas de infamia, que buscan sembrar miedo en
quienes discrepan del ejercicio que hace del poder quien en realidad lo
controla en Venezuela, su Fuerza Armada.
Con vistas al dibujo de esa realidad cruda que urge trabajar y ha de ser
motivo de una agenda de diálogo “entre venezolanos”, cabe citar, en
primer orden, nuestra demencial fractura social y política. La nación
acusa anomia desde cuando, por obra misma de una revolución
históricamente regresiva que cultiva a la fuerza y procura el Mito de El
Dorado, ahoga la idea del primado de la ciudadanía como lazo integrador
y social, y se atomiza alrededor de emociones y cosmovisiones caseras.
No nos engañemos al respecto. Cuando se dice que somos una sociedad
partida en dos, o al dar a entender que las adhesiones electorales
implican pactos sociales estables alrededor de cada uno de sus ejes, se
incurre en una ceguera que daña. Ni hay unidad existencial en el
gobierno, a pesar de contar con una visión programática compartida –de
estirpe violenta y primitiva y modos cubanos adquiridos– y tampoco hay
unidad opositora real, que no sea la de coyuntura.
En el último caso, cabe decirlo con sentido auto crítico, afirmar que la
oposición democrática es unitaria alrededor de la Constitución vigente y
por ello la sostiene, es un acto de traición a los mismos ideales
democráticos.
Quien la lea con cuidado y a profundidad podrá constatar que tras las
libertades e ilusiones democratizadoras allí escritas hipócritamente,
reside un modelo de Estado centralista, personalista, y militarista, que
subordina la dignidad humana a la Seguridad Nacional. Es la antítesis
del gobierno civil que predican nuestras Constituciones de 1811 y 1961.
No hay espacio para la paz y sí motivos para la violencia, en
conclusión, allí donde los venezolanos nos hemos desparramado hacia
nichos primitivos, que se excluyen y desconocen unos a otros, sin
sentido de pertenencia e identidad común.
El otro asunto para la agenda es el agotamiento de la capacidad de
corrupción y de simulación por el mismo Estado de un bienestar populista
fundado en la dilapidación, no productiva ni reproductiva, de la
menguada riqueza petrolera.
La relativa estabilidad de la Revolución bolivariana, que congela la
movilidad política propia de la Venezuela del siglo XIX y XX, donde el
apoyo popular cambia de manos dictatoriales o democráticas cada cierto
tiempo, se explica en la igual estabilidad de los ingresos del petróleo y
su manejo sin controles, que ya no es tal.
Al ceder y haberse malbaratado criminalmente, en 15 años de francachela
revolucionaria, los 750.000 millones de dólares producto del oro negro;
al castrarse con saña el aparato productivo con expropiaciones que
afectaron más de 1.000 establecimientos comerciales e industriales; al
término resta la inopia de nuestro presente. Como pueblo somos hilachas,
medramos dispersos, somos exciudadanos quienes no nos vemos como hijos
de una misma cultura e igual destino.
La moneda se devaluó desde 37 Bs. hasta 6.300 Bs. por cada dólar
americano; la inflación llega a 56%; aumentaron los precios de los
alimentos en 74%; la escasez de éstos y las medicinas alcanza a un 23%; y
se acabaron los dólares para comprar lo que no producimos, que es casi
todo. Ésa es la cruda realidad que busca silenciar el régimen.
De modo que, sobre esos pedazos de territorio social sin capacidad
siquiera para amalgamarse -como hasta ahora- lucrándose del Estado, lo
que queda en Venezuela es otro monstruo que nace y crece a partir de
1999, y es el último y más grave asunto que hemos de considerar como
herencia ominosa.
Nuestro territorio ha sido ocupado por la economía del narcotráfico.
Ella, aprovechando la tolerancia del régimen –el pacto con las FARC- y
la distracción de una sociedad que decidió mirarse en el ombligo, por
agobiada y frustrada, nos empuja al abandono de nuestros hogares. ¡Y es
que en medio de la bonanza fiscal –ya exhausta– nos transformamos en el
colectivo que más muertes violentas produce en Occidente. Las víctimas
suman más de 200.000 personas. Y al tema de la droga le huyen los
políticos y de suyo la opinión pública.
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