La frustración
Veamos por dónde comenzar este artículo: ¿por la frustración o por la esperanza?
Discurro pocos segundos mientras escribo y, por intuición, concluyo
que es mejor comenzar por la frustración, no porque ésta sea lo que más
pesa y consterna desde un punto de vista político, sino porque es la que
sentimentalmente parte en pedazos nuestro corazón, y en la Venezuela
que se nos desmorona ante los ojos hay que escribir con sentimiento;
como los aztecas: con el corazón en la mano como rito.
Quienes me leen ya me conocen, no soy un mojigato ni finjo ser un
erudito, esas banalidades se las dejo a las histéricas doñas académicas
de la opinión pública venezolana que con sus reflexiones, consejos y
sugerencias de los últimos treinta años han contribuido al hundimiento
de la nación.
Hippies de su época, hippies eternos, están demasiado quemados para
emitir un solo juicio de valor aceptable. Hay que dejarlos -dejarlas, a
las histéricas doñas académicas-, que sigan pastando en su colina. No
suman nada en su humareda alucinante. Nada.
Yo no disimulo ni me autoengaño, una lágrima tiene un origen más
profundo que una sonrisa cuándo ésta se finge. Y cuando alguien se
rinde, nos rinde, no se celebra, se duele.
Escribo con sentimiento.
La rendición de Capriles
No tengo la más mínima intención de hacer leña del árbol caído. No
tengo ánimo de insultar a nadie ni despreciar a quien respeto y aprecio.
Mucho menos si ha luchado (a su modo) y sacrificado tanto por
Venezuela.
Ni un adjetivo que lo descalifique, ni una ironía, sólo criticaré -eso sí con filo- su rendición.
Y lo haré porque no fue una rendición personalísima, a fin de cuentas
la decisiones personales sólo afectan a un reducido número de personas;
lo haré porque, cuando Henrique Capriles le tendió la mano y se inclinó
ante el usurpador, el ilegítimo, el toripollo, el fascista, el
estafador de Maduro (todos estos fueron epítetos que Capriles usó, no
yo) no se rendía a titulo personal, rendía la sagrada voluntad del
pueblo que se pronunció el 14 de abril, que confió en él y que no supo
defender; rendía la legalidad, la soberanía, la democracia, la
coherencia y el valor del pueblo de Venezuela.
Criticaré a Henrique Capriles porque, rindiéndose, se rendía la
dignidad. No exigió, no acordó, se arrinconó, cabeza gacha, silenciado,
olvidando por completo la furia inspiradora de su discurso.
Si al menos hubiese claudicado exigiendo algunas condiciones, qué sé
yo, la urgente libertad de Simonovis, la interrupción de la persecución
política, el encarcelamiento de quienes golpearon salvajemente a Borges y
María Corina (como gesto sincero de combate a la impune violencia
política), pero no, se rindió a secas.
Los que conocimos, aunque someramente, a ese arrebato de gracia,
sensibilidad y sublime belleza que fue Mónica Spear, sabemos que a ella
no le hubiese gustado ser invocada jamás como pretexto de una
subordinación.
Entristece y duele, duele muchísimo…, porque todo sigue y seguirá igual.
La semiótica del rincón
No cabe duda que los cubanos son despiadados en el manejo de los
símbolos, haber sentado en un rincón oscuro y despreciable a Capriles, a
un lado del humillado Arias Cárdenas, fue una imagen desoladora y
concluyente. Lo hundió.
No lo expongo desde la rabia, lo expreso desde el desconcierto y el
dolor. Conozco a Henrique, es un hombre íntegro, para él la humillación
fue peor que para nadie, sabe que ese estrechón de manos fue una
rendición formal y una reverencia no a Maduro sino a Fidel Castro, sabe
que el venezolano consciente dejará de confiar en él, en sus discursos y
en sus furores, sabe que ese saludo no fue una inclinación, fue su
caída.
Refleja mucha ignorancia -o cinismo- señalar que el “diálogo” de
Capriles y Maduro es comparable al de otros líderes históricos en
momentos críticos de sus naciones. ¿De qué hablan? ¿Cuál diálogo?
Capriles no dialogó, se inclinó, fue subordinado y silenciado a un
rincón.
Desde su rincón escuchó, avergonzado, el perenne monólogo del usurpador.
Ídolo roto
El chavismo mata la belleza y el arte, mata los valores, lo mata
todo. Su grotesco sucedáneo, el madurismo, da continuidad a esa muerte
con regordete y nuevo rico cinismo.
¿No se suponía que Diosdado Cabello era Al Capone? ¿Cómo carajo nos
acercamos ahora “Al Capone” para que nos dicte cátedra de justicia y
seguridad? ¿Cómo se trabaja junto a él?
Nadie le creerá.
No se trata de trabajar “junto” a Maduro (y Cabello) para luchar
contra la inseguridad; se trata de sacar a Maduro para lograr la
seguridad.
Venezuela se nos deshace y Capriles le estrecha la mano a su
principal responsable. El ídolo está roto. Nada cambiará en el país por
su gesto, y lo sabemos. Las hienas se babean de risa.
Le pediría a los caprilistas que fueran más venezolanistas, que dejen
la fe ciega por un hombre, que amén más y con más convicción a su país.
Urge.
Reconocimiento sí, pero crítico
Reconozcamos la labor de Capriles hasta ahora, pero no nos rindamos
con él. Seamos críticos, por favor. Un estrechón de manos (otro más de
tantos), una inclinación reverencial, un humillante arrinconamiento no
cambiarán 15 años de atroz realidad, y lo que falta.
Capriles se rindió mal aconsejado por un “hermano” que no sería nada
ni nadie sin Chávez, hablo de Henry Falcón. Hombre con sus méritos, sin
duda, pero hombre que aceptó, toleró y favoreció mucho de los crímenes
que el sátrapa Hugo Chávez cometió.
Hombre que sólo cambió a medias cuando fue víctima de esos crímenes.
Yo no confiaría tanto en él, ya hemos visto: Arias Cárdenas, Didalco
Bolívar, William Ojeda, etcétera. Yo confiaría más en aquellos políticos
que se han opuesto a la autocracia chavista no por verse acosados por
el régimen, sino por honor, decencia y dignidad.
La esperanza
He manifestado hasta ahora con mucho sentimiento y dolor el peso de
mi frustración, lamento tener que hundir la daga de mi crítica contra
una persona, insisto, que aprecio y respeto, fue difícil para mí. Pero
pienso en Venezuela y en los millones de personas que han sentido lo
mismo que yo en esta hora compleja y que no tienen la oportunidad de
publicar su frustración.
Que Henrique haya claudicado no significa que la mayoría de los
venezolanos lo hayamos hecho también. Ni de vaina. Esto sigue, nuestro
destino último es la libertad. Mientras nuestro aliento sea capaz de
empañar una hoja de vidrio tendremos fuerzas suficientes para vencer.
Como expreso al principio de este artículo, también estoy poseído por
una entrañable esperanza. Concisa, abreviada, pero vigorosa esperanza
de que pronto Venezuela será más segura, más humana y más libre.
Sí, tengo mucha esperanza, mi esperanza eres tú…
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