por Carlos Alberto Montaner
Le reprochan a Estados Unidos que se haya
autoproclamado gendarme mundial. Basta abrir cualquier diario para
advertirlo. Irrita a mucha gente, incluido un buen número de
norteamericanos.
Creo que es una actitud equivocada. El planeta sí
necesita gendarmes, jueces internacionales y castigos severos a los
infractores más graves.
En una situación ideal la ONU sería esa entidad
justiciera, pero ese rol fundamental ha sido anulado desde los inicios
de la institución por la posibilidad de veto que tiene cualquiera de los
cinco grandes vencedores de la Segunda Guerra mundial.
Ni a China ni a Rusia les importa la suerte de las
víctimas sirias. Ninguno de esos dos grandes países tiene una visión
ajustada al derecho y movida por la compasión. Ambas potencias se guían
exclusivamente por frías concepciones geopolíticas.
A sus líderes, los factores morales les parecen
debilidades imperdonables. Es lo que sucede cuando uno crece cultivando
la visión marxista de las relaciones humanas: el cinismo se apodera y
pudre los razonamientos. Todo parece iniciarse y terminar en el ámbito
de los intereses económicos.
Estados Unidos es hoy casi la única potencia capaz de
servir de gendarme mundial y una parte sustancial de la sociedad está
inconforme con esa tarea. En ello coinciden, curiosamente, sectores de
la derecha y de la izquierda. El aislacionismo es una causa
transideológica.
A otra escala, Francia suele actuar como gran policía
en el área francófana de África, pero no hay muchas naciones dispuestas
a pagar el precio de proteger a las víctimas y tratar de restaurar un
orden político basado en el consentimiento y el respeto por las
libertades fundamentales.
Nada de esto es nuevo. Desde hace siglos han existido
los gendarmes planetarios. Roma fue un gendarme implacable. Cuando se
hundió el imperio romano de Occidente, el papado, como pudo, asumió ese
papel, hasta que, provisionalmente, Carlomagno, el rey de los francos,
tomó la batuta para salvar a la Iglesia de otros germanos, los
lombardos. Luego sobrevino un peligroso periodo de fragmentación.
Sin el gendarme inglés, surgido de la derrota de
Napoleón y del Congreso de Viena en 1815, tal vez la trata de esclavos
hubiera durado mucho más. Fue el Parlamento Británico el que, durante
varias décadas, dispuso treinta barcos de guerra y mil marinos para
combatir el infame comercio internacional de los negreros.
Qué no hubieran dado los armenios por que un gendarme
internacional hubiera detenido la enorme masacre llevada a cabo contra
ellos por los turcos durante la primera guerra mundial. Se hubieran
salvado casi dos millones de vidas.
Cuánto dolor y sacrificios se hubiera ahorrado el
mundo, y muy especialmente los judíos, si un gendarme internacional, en
1935, cuando los nazis dictaron sus leyes antisemitas, hubiera
presionado o intervenido para detener la carnicería en el momento en que
afilaban los cuchillos.
El exterminio de casi 1500 personas en Siria por
medio de crueles armas químicas es uno de esos hechos terribles que no
deberían quedar impunes. Casi todas las víctimas fueron civiles, y más
de la mitad niños y mujeres que murieron en medio de los más espantosos
dolores. Frente a esta monstruosidad no cabe el argumento de la
soberanía y de los asuntos internos. También existe, y se ha admitido en
Naciones Unidas, la “responsabilidad de proteger”.
No obstante, es muy difícil que Estados Unidos, y
quienes lo acompañen en la acción punitiva contra el gobierno sirio,
logren su objetivo de contener la dictadura de Asad por medio del envío
de unos misiles disparados para castigar al ejército que empleó las
armas químicas.
Del conflicto yugoslavo aprendimos una lección clave:
para pacificar la región, salvar a los albano-kosovares y evitar las
criminales “limpiezas étnicas”, fue muy importante no sólo emplear a
fondo los recursos bélicos de la OTAN, sino también llevar ante los
tribunales a Slobodan Milosevic y a sus cómplices más comprometidos con
la represión.
Bashar El Asad y algunos de sus generales más
sanguinarios deben enfrentarse a los tribunales internacionales, y eso
no se va a lograr con un castigo militar casi simbólico. Para disuadir a
otros canallas hay que dar un ejemplo contundente.
Es verdad que ser el gendarme del mundo cuesta mucho
en todos los órdenes, pero, como dijo John Kerry, el precio de no actuar
puede ser mucho más elevado que el de hacerlo.
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