La expresión de un señor que me hace el honor de ser lector de esta
columna me impactó: Profesor, yo no sé cómo vamos a soportar esto. Yo
estoy muy mal, disculpe mis lágrimas. Ya yo he vivido, pero me angustian
mis nietos. ¿Qué va a quedar de Venezuela? Yo tenía la ilusión de que lograríamos acabar con esta revolución que cada día nos hunde más.
Pero ahora resulta que todos los que nos dijeron que estábamos ante el Presidente Saliente y que iban a garantizar que se respetara la voluntad del pueblo, apenas el CNE dio sus resultados, salieron de inmediato a reconocer el triunfo del otro y a decir que éstas fueron unas elecciones ejemplares.
Pasó lo mismo que cuando Rosales. Entonces se dijo por debajo de cuerdas, que se podía armar violencia y que lo que se quería era evitar el derramamiento de sangre.
Y usted, que siempre mantuvo que ganaría por la vía del fraude-trampa, no acertó en su apreciación de que el 7-O daría paso a una violencia que podría llevarnos quién sabe dónde. Y fíjese que la gente lo que hizo fue quedarse en sus casas, deprimida. Hasta usted se equivocó. ¿No es así?
En ese momento no le respondí al lector amigo. Lo hago ahora por la importancia del asunto. El reclamo que hace respecto al ambiente de triunfo creado por la campaña opositora, en principio, no es criticable. Forma parte de los manejos publicitarios que se hace de estos eventos.
Lo que no se advirtió fue que un slogan como el de Presidente Saliente crearía un estado superior de esperanzas. La gente, en particular los sectores de la clase media, creyeron que había llegado el momento del triunfo y de salir del chavismo. De allí la conmoción y la tristeza.
Por otra parte, el amigo lector refiere que acertamos con nuestra tesis del triunfo del golpista presidente (GP) por vía del fraude, pero que nos equivocamos en lo que veíamos como posible desenlace violento.
Aceptamos esta crítica porque es necesario evaluar los aciertos
y errores. Aunque, como se sabe, no somos muy dados a reconocer que nos
equivocamos. Cada uno de nosotros parece estar regido por las máximas verdades. Y por ello a esta hora muchos olvidan lo que antes sostuvieron.
En nuestro caso admitimos que tiene razón el lector y amigo, porque apreciamos que la violencia podía surgir ante las circunstancias de dos frentes triunfales que hacían gala de manifestaciones opuestas y encontradas.
Teníamos la idea de que el “Efecto Rosales” era algo que no se repetiría. Entonces se dijo que los sectores radicalizados levantarían la consigna del fraude para llamar la gente a la calle y producir acciones violentas y desestabilizadoras. Pero no ocurrió así.
En el caso 7-O pensamos que una campaña con un despliegue publicitario tan costoso, no podía terminar en un simple discurso de reconocimiento del triunfo ajeno y en un mar de lágrimas.
Le dimos espacio y alguna credibilidad al tantas veces mencionado “Plan B”, que nace de la sospecha de que el régimen podía acudir al fraude electoral. Algo que no se mencionaba para no favorecer la abstención.
No alcanzamos a ver que en un estado de polarización como el que aquí existe pudiera producirse un estado de “calma y cordura”. El mensaje era claro: no había mañana. La derrota sellaba y convalidaba la expansión del llamado socialismo del siglo XXI, lo que podría significar la desaparición de los espacios que aún se tienen como “democráticos”.
Creímos que en las oposiciones había cierta conciencia sobre la realidad del fraude y que tendrían preparada alguna respuesta. No fue así. Por ello el excandidato no se queda en el reconocimiento del triunfo del GP, sino que señala que apenas se perdió un juego y que vienen otros como el de gobernadores y alcaldes que deben ser disputados, entendiendo que aquí no hubo ni fraude ni negociación.
Mantenemos aún que tal actuación es otra forma de fraude, mentira o engaño al llevar a un colectivo, suave y manipulado, al matadero electoral. En este caso no se trata siquiera de volver sobre el fraude electrónico-Smarmatic. Suficiente con señalar la existencia de un sistema electoral puesto y dispuesto para la corrupción, el ventajismo, la manipulación, la compra-venta de voluntades y conciencias.
Diseñado para controlar una población, bajo los lineamientos de una supuesta democracia, y ponerla al servicio de los minúsculos poderes económicos, sociales y politiqueros. El pasquín de la miseria que paga los mejores dividendos a los mercaderes que hacen en el mismo sus mejores inversiones.
Ante la hegemonía politiquera vigente se levantan los proyectos hegemónicos de quienes por no tener capacidad o disposición para forjar una política diferente y novedosa, optan por seguir los caminos de la vieja y gastada política.
De allí el empeño en recrear mecanismos electorales que hacen posible que al día de hoy se saquen cuentas como la que lleva a decir: no fuimos derrotados, tenemos dos millones más y la próxima vez puede ser la vencida.
Y cuando se llega a este vacío razonamiento no nos queda sino
reiterar que estas oposiciones no han entendido aún lo que significa la
maquinaria del Estado-Revolución con base a la mayor renta petrolera de la historia de esta expatria, ni el aval
que le proporcionan cuando legitiman permanentemente su existencia, que
se recubre cada día más, en lo nacional e internacional, de una imagen democrática que no les corresponde.
Pero hay que recordarlo. Señores mercaderes electorales: el negocio se les agota cada vez más. El colectivo no los puede seguir acompañando para hacerle la legitimación a la llamada revolución. La Disidencia sigue planteando la organización de la fuerza social consciente, organizada y pacífica, para hacerle frente a esta revolución del pasado y la destrucción y sus seguros servidores de las oposiciones.
Por ello sostenemos que hoy y aquí se impone superar el camino de las equivocaciones. ¡Qué historia amigos!
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