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domingo, 9 de septiembre de 2012

Sebastiana Barráez y los Yanomamis

Por: Sebastiana Barráez
Fuente: Quinto Día

No sería la primera vez, que un grupo de indígenas venezolanos, haya sido asesinado por los buscadores de oro provenientes de Brasil. Lamentablemente esta vez la noticia se supo en el marco de una campaña electoral.
Todo quedó contaminado. De repente los indígenas, que nunca han sido importantes, ni para los políticos de turno, ni para los funcionarios en campaña, ni para quien aspira tomar el poder, fueron la noticia.
Es cierto que el gobierno de Chávez, les abrió un plausible espacio a los indígenas, pero la toma de decisiones está lejos de beneficiarlos.
Durante varios días grupos relacionados a los yanomamis, pegan un grito al viento. Hay 21 comunidades indígenas, y la yanomami es la más precaria. Eso es en el estado Amazonas, bien lejos de la capital, bien lejos de donde se deciden las políticas públicas del país, bien lejos del poder.
Grupos defensores de los indígenas gritaron más alto. El jueves pasado, en víspera del simulacro electoral, y cuando ya se habían pronunciado varias organizaciones nacionales e internacionales que defienden a los yanomamis, se obligó a que el Ministerio para los Pueblos Indígenas, el Ministerio Público, cuerpos policiales de investigación, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, etc., decidieran que una comisión fuese hasta el lugar de los hechos. Ese jueves en la mañana se efectuó una reunión para organizar la salida, pero no se permitió que funcionarios de la oficina de asuntos indígenas de la Gobernación, fuese en la misma; el gobernador Liborio Guarulla ya no es chavista.
Tres miembros de la tribu yanomami dijeron que los garimperios brasileros destruyeron el lugar donde habitaba la comunidad y habrían asesinado a todos los que en ella estaban.
La Comisión, con 28 personas, salió el viernes hacia el inhóspito lugar. Desde el primer momento, algunas autoridades, entre ellas el Comandante de la 52 Brigada de Infantería de Selva y Jefe de la Guarnición de Amazonas, advirtieron que debían esperarse por lo menos 6 días, pues era muy difícil saber de inmediato qué encontraron en el sitio, por lo lejano y difícil de llegar al lugar. Pocas horas después ya altos funcionarios del Gobierno se encargaban de asegurar que en la aldea yanomami nada irregular se había encontrado.
Un diputado de la Comisión Indígena en la Asamblea Nacional, tratando que el tema no se silenciara, insistió en la investigación. Mientras tanto en Puerto Ayacucho, capital de Amazonas, líderes comunales, sociales o indígenas, entre ellos el presidente de la Federación Indígena, decían que era imposible haber llegado, para ese momento, hasta el lugar.
A la ministra para los Pueblos Indígenas, se le sumó el ministro del Interior y Justicia, el canal Telesur y otros altos funcionarios del Gobierno; todos en campaña para negar los hechos.
Desde el primer momento, algo andaba mal. La intención no fue encontrar la verdad, sino evitar el impacto en la campaña del presidente Chávez.
¿Somos tan infalibles para evitar que un grupo de delincuentes extranjeros se metan a nuestro territorio? Lo hacen la guerrilla, los narcos y los garimperios.
La estrategia apropiada no está en colocarse a la ofensiva para que no nos culpen por omisión, sino asumir que somos susceptibles de ser penetrados por delincuentes, como lo son incluso los países más poderosos del planeta.
El miércoles, desde La Esmeralda, un hasta ahora respetado líder y defensor yanomami, Luis Shitiway, declaraba a un periodista que trabaja con la ministra, que lo habían engañado sus hermanos indígenas. Habían pasado varios días desde que los funcionarios del Gobierno trataban de imponer la tesis de que nada había ocurrido, y que estaban muy bien los yanomamis de la población Irotaheri, en Momoi, territorio venezolano.
Hoy la historia es la misma que han vivido los indígenas desde sus inicios. Han sido esquilmados lenta y progresivamente. A veces, los matan enfermedades que les lleva el hombre blanco, otras veces, las armas que también lleva el hombre blanco, normalmente cazadores de oro, pero esta vez el silencio impuesto por la campaña electoral mata la verdad. Si no mienten los funcionarios, acostumbrados como está a hacerlo el poder desde los inicios de su historia, entonces mintieron los indígenas. Su pureza ya no es tal.
Habrá que esperar que la historia se repita. Porque sin duda se va a repetir. Ya antes hubo masacres, como la de los 80 en Valle Guanay, municipio Manapiare, y ahora no hay motivo para que dejen de ocurrir.
Los garimperios seguirán en territorio venezolano. La ministra para los Pueblos Indígenas seguirá en su acondicionada oficina.
Lo que el Gobierno nunca supo es que para la oposición tampoco los indígenas son la prioridad. Seguirá el grito lastimero de los yanomamis reclamando su derecho a ocupar la tierra, a vivir según aprendieron de sus ancestros, pidiendo que no los sigan asesinando. Pero ahora sus líderes están bajo sospecha. Ya hoy nadie quiere oír a los defensores de los indígenas, incluso los que se declararon testigos, reclamando que la Comisión nunca llegó a Irotaheri.
Y allá, en la inmensa selva del sur venezolano, los que sin duda festejarán, no son los yanomamis, sino los sanguinarios buscadores de oro para quien la muerte de los indígenas, patrimonio viviente de la humanidad, sólo representa una baja más en la guerra que libran por satisfacer sus ambiciones. 

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