Por: MARCOS CARRILLO
Fuente: EL UNIVERSAL
Es
cierto que hasta el momento de escribir esta nota no se sabe nada
definitivo sobre la masacre de los yanomamis, en la que supuestamente un
grupo de garimpeiros ilegales acribillaron a 80 venezolanos de esa
tribu. Si el hecho fue verdad o no, se sabrá muy pronto. Pero, aunque no
hubiese ocurrido, es inaceptable el trato que el Gobierno nacional le
ha dado al tema. Para el presidente el asunto ni siquiera existe, no es
digo de ser comentado ni un minuto, así sea para una proclama vacía en
pro de su compromiso con el indigenismo y en contra de los garimpeiros.
Es preferible hablar de las memorias del arañero de Sabaneta por que son
insustanciales. La ministra de pueblos indígenas, en lugar de mostrar
una preocupación natural y hasta cierta solidaridad, escurrió el bulto
diciendo que no tenía ninguna información. La AN simplemente prefiere
discutir sobre el sexo de los ángeles antes que ensuciarse las manos
revisando las cosas que afectan a los venezolanos.
La función no solo debe continuar sino que no puede ser interrumpida por nimiedades como la probable muerte de 80 seres humanos. Eso puede esperar. Todo debe ser filtrado primero por el tamiz del G2. Es ahí donde finalmente se decide qué vidas valen o no la pena y cómo se tratará la noticia, de modo que sea lo más inocua posible, que pase agachada, que sea prontamente olvidada o atribuible a algún enemigo ad hoc.
En sus cuentas develar la masacre es más costoso que proteger garimpeiros ilegales. La campaña es lo primero, la imagen del comandante, fresco y artificial, no puede ser manchada por la muerte de gente simple y desconocida. Todo está subordinado a la permanencia en el poder.
¿Qué costos tienen esos yanomamis? ¿Qué beneficio puede obtener de una potencial masacre? ¿Cómo nos afecta en el mercado electoral? ¿Perjudicaría este hecho nuestras relaciones con Brasil? Son esas las preguntas que rondan en Miraflores mientras los asesores sacan cuentas y la sala situacional prepara un argumento, una excusa, una maniobra. Todo el aparato del Estado debe proteger no a sus ciudadanos sino a su comandante.
Si ocurrió o no la masacre, es accesorio. Si hubo muertos, se tratarán como bajas propias de la guerra que los delirios revolucionarios dictan, y apagarán el incendio con fanfarrias y autoalabanzas. Si no los hubo, todos en Miraflores respirarán profundo, no porque se haya respetado la sacralidad de la vida sino porque Chávez y su banda salvaron su pellejo. La verdad se doblega ante el poder.
mrcarrillop@gmail.com
La función no solo debe continuar sino que no puede ser interrumpida por nimiedades como la probable muerte de 80 seres humanos. Eso puede esperar. Todo debe ser filtrado primero por el tamiz del G2. Es ahí donde finalmente se decide qué vidas valen o no la pena y cómo se tratará la noticia, de modo que sea lo más inocua posible, que pase agachada, que sea prontamente olvidada o atribuible a algún enemigo ad hoc.
En sus cuentas develar la masacre es más costoso que proteger garimpeiros ilegales. La campaña es lo primero, la imagen del comandante, fresco y artificial, no puede ser manchada por la muerte de gente simple y desconocida. Todo está subordinado a la permanencia en el poder.
¿Qué costos tienen esos yanomamis? ¿Qué beneficio puede obtener de una potencial masacre? ¿Cómo nos afecta en el mercado electoral? ¿Perjudicaría este hecho nuestras relaciones con Brasil? Son esas las preguntas que rondan en Miraflores mientras los asesores sacan cuentas y la sala situacional prepara un argumento, una excusa, una maniobra. Todo el aparato del Estado debe proteger no a sus ciudadanos sino a su comandante.
Si ocurrió o no la masacre, es accesorio. Si hubo muertos, se tratarán como bajas propias de la guerra que los delirios revolucionarios dictan, y apagarán el incendio con fanfarrias y autoalabanzas. Si no los hubo, todos en Miraflores respirarán profundo, no porque se haya respetado la sacralidad de la vida sino porque Chávez y su banda salvaron su pellejo. La verdad se doblega ante el poder.
mrcarrillop@gmail.com
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