Por: Mario Fernando Prado
El nombramiento de Henry Silva Rangel
como nuevo ministro de Defensa de Venezuela es una bofetada en la cara
al presidente Santos por parte de su nuevo mejor amigo, Hugo Chávez.
Resultan inobjetables las estrechas
relaciones de este oscuro militar —la valija de los 800 mil dólares y su
inclusión en la Lista Clinton, entre otras perlas— con el hoy
comandante de las Farc, el extenso y nebuloso Timochenko.
Semejante amigo del grupo
subversivo nada bueno se trae entre manos y es de esperarse que ahora, y
con mayores bríos, se retome la agenda de un gobierno que ha tendido la
mano practicando el difícil perdón y olvido a otro que sencillamente
dice una cosa y hace otra.
Y es que el doble juego del dictador
venezolano, a más de un engaño rampante es una mala medición de aceite
al gobierno colombiano. La diplomacia no puede hacerse con guantes
blancos untados de sangre, que es a la postre el resultado de unas
relaciones pegadas con babas.
Nada positivo puede resultar con un ministro de semejantes quilates:
Su cercanía con la cúpula
narcoguerrillera, que data de años atrás, es un indiscutible mal
antecedente en la llamada reconstrucción de una agenda de cooperación,
respeto y objetivos comunes.
Nada bien debe sentirse Santos luego de
habérsela jugado a fondo, y en contra de muchos presagios, con su
homólogo venezolano. Y es que si el uno es jugador de póker, el otro
pareciera de ajedrez —o de tejo— desembocando en una competencia para
definir quién caña mas a quién.
Lo que queda claro en este claroscuro
panorama es que Chávez ha desafiado en tono mayor a su colega
colombiano, quien además de estar quieto en primera no tiene mucho que
hacer: si habla a favor irá en contra de sus convicciones, y si no habla
tendrá que soportar la máxima que reza que el que calla otorga…
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