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El
ex dictador panameño Manuel Antonio Noriega viaja extraditado este
domingo desde París a Panamá, donde le esperan 60 años de condenas por
asesinato de opositores, luego de casi dos décadas preso en Estados
Unidos y Francia por narcotráfico.
Escoltado por policías, el anciano general de 77 años embarcó
temprano en un Airbus A321 de la compañía Iberia desde el aeropuerto
parisino de Orly, y tras hacer escala en Madrid abordó otro vuelo que
se espera llegue a Panamá hacia las 18H20 locales (23H20 GMT), 50
minutos después de lo inicialmente previsto.
Derrocado el 20 de diciembre de 1989 en una cruenta invasión
estadounidense, Noriega cumplió 20 años de prisión en Estados Unidos
por narcotráfico, y casi dos en Francia por lavado de dinero.
Condenado en ausencia en Panamá por desparición y asesinato de
opositores, Noriega, gobernante de facto entre 1983 y 1989, será
trasladado en helicóptero del aeropuerto de Tocumen a la prisión de El
Renacer.
“Va a ir a la cárcel como cualquier persona convicta y sin ningún
privilegio (…). Debe de pagar por todas sus penas, todo el daño, todo
el horror, todo el oprobio, toda la muerte”, dijo a la prensa este
domingo el presidente de Panamá, Ricardo Martinelli.
El canciller Roberto Henríquez, que calificó de “eficiente” la
gestión en París del equipo de funcionarios, médicos y policías que
traslada a Noriega, reveló que Francia fijó a Panamá un plazo del 6 al
13 de diciembre para la repatriación o de lo contrario iba a quedar
libre.
Una celda gris de unos 12 metro cuadrados, con dos ventanas, una
puerta de metal, una cama individual, un baño, una mesita y una repisa,
lo espera en la prisión, según fotos que divulgó el gobierno para
negar versiones de prensa según las cuales se le preparaban comodidades
en la cárcel.
No obstante, Martinelli reiteró que Noriega podría beneficiarse de
una ley que permite a los reclusos mayores de 70 años pedir prisión
domiciliaria. “Eso lo decide el sistema judicial, no lo decide el
sistema político”, afirmó.
Esa posibilidad indigna a familiares de las víctimas del régimen. El
regreso de Noriega ha revuelto sus pesadillas, reflejadas ampliamente
este domingo en los medios panameños.
“Llegó la hora de Noriega de confrontar a la justicia de Panamá por
sus delitos de lesa humanidad, que el sistema judicial pruebe que tiene
independencia y de que los panameños acompañen a las víctimas”, dijo a
la AFP Alida Spadafora, hermana del opositor Hugo Spadafora,
secuestrado y decapitado en 1985, caso que le valió al ex dictador una
de sus condenas.
Antiguos opositores, víctimas, políticos y gente común sostienen que
Noriega no ha dado muestras de arrepentimiento y señalan que él mismo
ha dicho que regresará a su país para defenderse.
Avejentado, con dificultades para caminar y varios padecimientos de
salud, el ex hombre fuerte de Panamá reafirmó varias veces ante jueces
franceses en los últimos meses su voluntad de regresar a su país, sin
“odios ni rencores”.
“Aquí no hay odios ni rencores, lo que hay es la exigencia de que
quien comete un delito en este país lo tiene que pagar en la cárcel”,
dijo Aurelio Barría, creador en 1987 de la Cruzada Civilista de
protestas contra el régimen, quien pidió manifestarse en la noche de
este domingo desde las casas haciendo sonar cacerolas.
Aunque los panameños coinciden en responsabilizar a Noriega por la
invasión estadounidense -que dejó miles de muertos- en una población
mayoritariamente joven, muchos permanecen indiferentes.
“Hay problemas que preocupan más a los panameños. Eso pasó muchos
años atrás. Estábamos pequeños, así que afectaciones directas es de
personas adultas. Hoy hay temas más importantes como la pobreza y la
delincuencia”, dijo Yosenis Díaz, de 33 años.
Para otros, el regreso ha generado expectativas por los posibles
secretos que podría revelar sobre figuras políticas y grandes fortunas
forjadas bajo el régimen, aunque el gobierno rechaza cualquier riesgo
de desestabilización.
Nacido en febrero de 1934 en Panamá en una familia pobre, Noriega, a
quien lo espera en Panamá su esposa y tres hijas, fue un agente a
sueldo de la CIA entre 1968 y 1986, cuando América Central era teatro
de varias guerras civiles, pero se convirtió luego en enemigo de
Washington.
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