
Francisco Santos
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En el tercer consejo de ministros del recién inaugurado gobierno de Álvaro Uribe Vélez el ministro de Hacienda, Roberto Junguito, soltó una bomba. “Presidente, en octubre se nos acaba el presupuesto. No tengo ni con qué pagar a los soldados”. El anterior ministro, Juan Manuel Santos, había entregado una caja en ceros. La sola desfinanciación de las Fuerzas Armadas para los dos últimos meses del año era de 600 mil millones de pesos.
Uribe sólo se preocupó por resolver el problema. No miró para atrás. Nunca lo hizo. Arrancó el gobierno con un default de deuda evitado y el país no se enteró.
Ahora que hay más retrovisor que panorámico, vale la pena poner lo de la infraestructura en contexto. Y hay que decir que durante los ocho años de Uribe se generaron las condiciones que le permiten al gobierno actual tener una holgura fiscal sin precedentes que 15 meses después de iniciado el mandato está casi todo en caja. Esa recuperación fiscal tenía como objetivo fundamental ampliar el pie de fuerza y armar mejor a las fuerzas de seguridad, ampliar la cobertura en educación y salud y crecer a Familias en Acción, instrumento de protección social que se multiplicó por diez sin cambiarle de nombre.
Vamos a infraestructura. ¿Qué había en el 2002? Todas las concesiones quebradas y demandando al Estado. La Autopista del Café con 15 kilómetros construidos sin peaje en Chinchiná. Commsa, la de Bogotá al Magdalena medio, robándose la plata. Fenoco, la del ferrocarril a la Costa, cobrando, sin hacer las obras, en conflicto con los carboneros y en tribunal de arbitramento en París. Ah, y Bogotá-Tunja entregada en concesión con un tercer carril de 70 kilómetros. Esa fue la herencia que se recibió en el 2002 del gobierno del que era ministro de Hacienda el hoy Presidente que se queja mucho y hace poco.
En los primeros 4 años de Uribe se arreglaron todos los pleitos, a muchos se les amplió en tiempo el contrato para primero evitar demandas, segundo que cumplieran las obras y tercero que hicieran obras complementarias. Hoy sólo se quiere ver la ampliación de plazo y dinero y no todo lo que se exigió en obras adicionales.
En el segundo mandato, y con un poco más de margen fiscal se dieron las licitaciones de Bogotá-Girardot, Flandes-Ibagué. Bogotá-Tunja se amplió hasta Sogamoso toda en doble calzada al igual que Bogotá-Villavicencio. Se licitó Cajamarca-túnel de La Línea-Calarcá en doble calzada además de la vital vía Buga-Buenaventura.
Falta hablar de la ruta del sol que une Bogotá con Santa Marta y Valledupar-Carmen de Bolívar, la transversal del Caribe, autopistas de la montaña, Cali-Pereira, el MÍO y los 380 kilómetros de transmilenio en 7 ciudades, y tantas otras obras que se ven en todo el país.
Nada es perfecto y algunas obras tienen problemas. La pregunta es por qué muchas de esas obras no se hicieron en gobiernos anteriores. ¿Por qué un gobierno con las arcas llenas no arranca en vez de quejarse? ¿Para qué escudarse en los defectos en vez de construir sobre lo construido? ¿Qué dice esto de un gobierno y un gobernante?
Una anécdota final. Desde que la Corte Constitucional negó la tercera reelección, Uribe se dedicó a dejar la caja con los recursos para terminar el 2010 y financiar el 2011, algo distinto al desastre que heredamos el 7 de agosto del 2002. Con mirada de país y de estadista, Uribe y su gobierno se arremangaron para construir y sacar a Colombia adelante. Sin quejas. Eso se llama Talante.
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