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Aunque nadie da razón de haberlo visto, es evidente que las Farc controlan la zona.
A 'Timochenko' lo vieron por Caño Guaduas hace cosa de un año, en el mismo punto donde tenían un retén las Auc, antes de su desmovilización en el 2004. "Aquí le llaman 'Don Pedro' ", explica un lugareño (*).
"Estuvo en San Juancito y salió por Tibú", cuenta otro. "Hay selvas impenetrables, de pronto se esconde allá o estará en el lado venezolano", agrega uno más.
Inteligencia militar sitúa al nuevo jefe de las Farc a caballo entre la región selvática del Catatumbo, Norte de Santander, y el estado de Zulia del país vecino. Pero en La Gabarra, corregimiento de Tibú, que es, junto al cercano municipio de El Tarra, epicentro cocalero de ese territorio bañado por un sinfín de ríos y caños, pocos saben de su existencia o dan datos vagos.
Lo único evidente es que las Farc son los amos de la zona, aunque también el Epl y el Eln mantienen áreas de influencia. Con frecuencia, desde un cerro colindante, hostigan tanto al frágil puesto de Policía de La Gabarra, protegido por sacos terreros, como a la base militar.
Pese a que en cualquier momento pueden llover disparos, la población siente más tranquilidad que hace años, cuando vivían en medio del fuego cruzado entre guerrilla y paramilitares. En aquella época, que los pobladores han bautizado como "la violencia", solo las AUC asesinaron a unas 3.000 personas. "Desde que manda uno, no hay problemas", comenta Rafael Casariego, que preside la asociación de comerciantes y la de desplazados.
Además, cuando hay pleitos entre vecinos, más de uno acude a las Farc, que tienen vacunado a casi todo el mundo, para que los resuelvan rápido.
"¿Cómo compito contra eso?", pregunta Bernardino Carrero, el joven corregidor, de solo 24 años, que se siente frustrado por la falta de interés gubernamental y sus precarios recursos para atender las necesidades de toda índole, tanto del centro urbano como de sus 33 veredas.
La coca sigue siendo el motor de la economía local, a pesar de los ingentes esfuerzos por erradicarla. Basta con visitar veredas a dos y tres horas de La Gabarra para divisar cultivos. No son tan numerosos y extensos como en los años de bonanza -finales de los 90 hasta el 2004-, pero la nueva especie, la cuarentana, rinde más. "De cien arrobas se sacan tres kilos y medio, y de la peruana, solo dos", asegura el dueño de un sembrado de cuatro hectáreas.
Los fines de semana acuden a La Cooperativa, un pueblucho en Río de Oro, cercano a la frontera con Venezuela, para vender la base de coca que los campesinos procesan en sus rudimentarios laboratorios.
Los compradores, autorizados por las Farc, pagan el kilo a 2'400.000 pesos, cifra pequeña si pensamos que en el 2000 llegó a valer medio millón más, pero, al menos, desde hace un par de meses entregan el dinero al contado.
Antes, y por más de un año, cancelaban con vales y tenían a la gente al borde del hambre. "Ya no nos fiaba nadie, no teníamos ni para panela; para endulzar el café cocinábamos caña de azúcar", afirma Claudia, dueña de dos cocales.
A la estrechez vivida y al riesgo de que las avionetas que fumigan aparezcan por el aire arruinándoles sus matas, se suma la carestía de los insumos que necesitan para procesar la hoja.
Cemento, químicos, gasolina llegan de Venezuela a precios desorbitados, porque tanto autoridades corruptas vecinas como las propias Farc imponen elevados peajes. Aunque los márgenes son estrechos, es el único producto que pueden comercializar con garantías.
Rafael Casariego, al igual que sus vecinos, quisiera que regresaran el cacao y el ganado, de los que vivían sus padres y abuelos, y desapareciera la coca, "que nos tiene jodidos a todos".
Pero se quejan de que Bogotá solo piensa en enviarles batallones y erradicadores, en lugar de buenas carreteras e inversiones productivas serias. "La alternativa que ofrecen es que vendamos fruta en un semáforo de Cúcuta", sentencia.
Transportar carga por río desde los caseríos hasta La Gabarra es muy costoso, además de que las fuertes corrientes y los rápidos ponen en riesgo la estabilidad de las estrechas canoas de madera.
Y los 57 kilómetros de trocha que unen el corregimiento con Tibú se vuelven un barrial intransitable con las lluvias. De ella han comido incontables dirigentes políticos a lo largo de los años; siempre prometen que los pavimentarán, pero la plata se evapora y jamás cumplen. Esta periodista ha llegado a tardar catorce horas en recorrer el trayecto.
Tampoco los lugareños ven con buenos ojos los dos principales proyectos que respalda el Gobierno con el fin de darle un vuelco a la región. Consideran que la empresa Avante, que estudia extraer petróleo de dos viejos pozos de Ecopetrol, generará pocos empleos y, sin embargo, engordará las arcas de las Farc. "Ahora los dejan trabajar para que arreglen una vía, pero luego negociarán la vacuna", afirma un líder local.
Y en cuanto a la explotación de una mina de carbón a cielo abierto, en un paraje entre el río Catatumbo y Río de Oro, la oposición es radical. "Acaban con la selva, los ríos, los nacimientos de aguas", protesta Eugenio, un líder veredal. "No lo podemos permitir".
Tampoco la guerrilla lo consentirá. "Ya han dicho que quemarán los carros, los vehículos", advierte un campesino que suele asistir a las reuniones que convocan las Farc. Aunque otros piensan que terminarán por negociar la extorsión y cederán, al igual que se irá resquebrajando la resistencia civil.
En el futuro inmediato, Bernardino, el corregidor, adivina un panorama sombrío para su región, comenzando por la educación. "En las escuelas de las veredas los profesores solo son bachilleres. ¿Por qué nuestros niños no tienen derecho a licenciados, como en Bogotá? ¿Acaso son menos?". También se sienten marginados en las épocas invernales, que causan estragos.
"La gente aprende que el Estado no sirve, se acostumbra a vivir a sus espaldas", indica. "¿Cómo le hace uno entender a un pelao que la guerrilla, que es la que paga la coca de la que vive su familia, es la mala, y el Gobierno, que les manda veneno desde el cielo, es el bueno?".
( *) Excepto los que aparecen identificados, todos los demás piden que no se mencionen ni sus nombres ni los de las veredas.
"Estuvo en San Juancito y salió por Tibú", cuenta otro. "Hay selvas impenetrables, de pronto se esconde allá o estará en el lado venezolano", agrega uno más.
Inteligencia militar sitúa al nuevo jefe de las Farc a caballo entre la región selvática del Catatumbo, Norte de Santander, y el estado de Zulia del país vecino. Pero en La Gabarra, corregimiento de Tibú, que es, junto al cercano municipio de El Tarra, epicentro cocalero de ese territorio bañado por un sinfín de ríos y caños, pocos saben de su existencia o dan datos vagos.
Lo único evidente es que las Farc son los amos de la zona, aunque también el Epl y el Eln mantienen áreas de influencia. Con frecuencia, desde un cerro colindante, hostigan tanto al frágil puesto de Policía de La Gabarra, protegido por sacos terreros, como a la base militar.
Pese a que en cualquier momento pueden llover disparos, la población siente más tranquilidad que hace años, cuando vivían en medio del fuego cruzado entre guerrilla y paramilitares. En aquella época, que los pobladores han bautizado como "la violencia", solo las AUC asesinaron a unas 3.000 personas. "Desde que manda uno, no hay problemas", comenta Rafael Casariego, que preside la asociación de comerciantes y la de desplazados.
Además, cuando hay pleitos entre vecinos, más de uno acude a las Farc, que tienen vacunado a casi todo el mundo, para que los resuelvan rápido.
"¿Cómo compito contra eso?", pregunta Bernardino Carrero, el joven corregidor, de solo 24 años, que se siente frustrado por la falta de interés gubernamental y sus precarios recursos para atender las necesidades de toda índole, tanto del centro urbano como de sus 33 veredas.
La coca sigue siendo el motor de la economía local, a pesar de los ingentes esfuerzos por erradicarla. Basta con visitar veredas a dos y tres horas de La Gabarra para divisar cultivos. No son tan numerosos y extensos como en los años de bonanza -finales de los 90 hasta el 2004-, pero la nueva especie, la cuarentana, rinde más. "De cien arrobas se sacan tres kilos y medio, y de la peruana, solo dos", asegura el dueño de un sembrado de cuatro hectáreas.
Los fines de semana acuden a La Cooperativa, un pueblucho en Río de Oro, cercano a la frontera con Venezuela, para vender la base de coca que los campesinos procesan en sus rudimentarios laboratorios.
Los compradores, autorizados por las Farc, pagan el kilo a 2'400.000 pesos, cifra pequeña si pensamos que en el 2000 llegó a valer medio millón más, pero, al menos, desde hace un par de meses entregan el dinero al contado.
Antes, y por más de un año, cancelaban con vales y tenían a la gente al borde del hambre. "Ya no nos fiaba nadie, no teníamos ni para panela; para endulzar el café cocinábamos caña de azúcar", afirma Claudia, dueña de dos cocales.
A la estrechez vivida y al riesgo de que las avionetas que fumigan aparezcan por el aire arruinándoles sus matas, se suma la carestía de los insumos que necesitan para procesar la hoja.
Cemento, químicos, gasolina llegan de Venezuela a precios desorbitados, porque tanto autoridades corruptas vecinas como las propias Farc imponen elevados peajes. Aunque los márgenes son estrechos, es el único producto que pueden comercializar con garantías.
Rafael Casariego, al igual que sus vecinos, quisiera que regresaran el cacao y el ganado, de los que vivían sus padres y abuelos, y desapareciera la coca, "que nos tiene jodidos a todos".
Pero se quejan de que Bogotá solo piensa en enviarles batallones y erradicadores, en lugar de buenas carreteras e inversiones productivas serias. "La alternativa que ofrecen es que vendamos fruta en un semáforo de Cúcuta", sentencia.
Transportar carga por río desde los caseríos hasta La Gabarra es muy costoso, además de que las fuertes corrientes y los rápidos ponen en riesgo la estabilidad de las estrechas canoas de madera.
Y los 57 kilómetros de trocha que unen el corregimiento con Tibú se vuelven un barrial intransitable con las lluvias. De ella han comido incontables dirigentes políticos a lo largo de los años; siempre prometen que los pavimentarán, pero la plata se evapora y jamás cumplen. Esta periodista ha llegado a tardar catorce horas en recorrer el trayecto.
Tampoco los lugareños ven con buenos ojos los dos principales proyectos que respalda el Gobierno con el fin de darle un vuelco a la región. Consideran que la empresa Avante, que estudia extraer petróleo de dos viejos pozos de Ecopetrol, generará pocos empleos y, sin embargo, engordará las arcas de las Farc. "Ahora los dejan trabajar para que arreglen una vía, pero luego negociarán la vacuna", afirma un líder local.
Y en cuanto a la explotación de una mina de carbón a cielo abierto, en un paraje entre el río Catatumbo y Río de Oro, la oposición es radical. "Acaban con la selva, los ríos, los nacimientos de aguas", protesta Eugenio, un líder veredal. "No lo podemos permitir".
Tampoco la guerrilla lo consentirá. "Ya han dicho que quemarán los carros, los vehículos", advierte un campesino que suele asistir a las reuniones que convocan las Farc. Aunque otros piensan que terminarán por negociar la extorsión y cederán, al igual que se irá resquebrajando la resistencia civil.
En el futuro inmediato, Bernardino, el corregidor, adivina un panorama sombrío para su región, comenzando por la educación. "En las escuelas de las veredas los profesores solo son bachilleres. ¿Por qué nuestros niños no tienen derecho a licenciados, como en Bogotá? ¿Acaso son menos?". También se sienten marginados en las épocas invernales, que causan estragos.
"La gente aprende que el Estado no sirve, se acostumbra a vivir a sus espaldas", indica. "¿Cómo le hace uno entender a un pelao que la guerrilla, que es la que paga la coca de la que vive su familia, es la mala, y el Gobierno, que les manda veneno desde el cielo, es el bueno?".
( *) Excepto los que aparecen identificados, todos los demás piden que no se mencionen ni sus nombres ni los de las veredas.
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