Martín Guevara, el sobrino incómodo del mítico Che Guevara, acaba
de publicar sus impresiones sobre la muerte de Laura Pollán, indignado
por el silencio de ciertos sectores intelectuales ante el clima
represivo que vive la isla.
Martín, que vivió como refugiado en Cuba por 15 años, huyendo de
la dictadura militar que padeció Argentina hasta 1983. Permaneció en La
Habana hasta 1988. Se formó en la isla, donde cada mañana repetía el
lema pioneril de “Seremos como el Che”. Pero las contradicciones del
sistema convirtieron su inicial encantamiento revolucionario en
desilusión.
Actualmente reside en España y escribe un libro testimonial sobre
su experiencia cubana y su célebre tío guerrillero, previsto para
publicarse a fines de este año. “Mi libro es sobre el peso de vivir
sobre un enorme mito en una sociedad cerrada”, confesó durante una
entrevista el pasado año en Miami.
CaféFuerte reproduce a continuación las impresiones de
Martín tras la muerte de Pollán, ocurrida sorpresivamente el pasado
viernes en La Habana.
PARTE DEL AIRE
Por MARTIN GUEVARA
¿Por qué me irrita la muerte, de Laura Pollán, cofundadora y cabeza
visible de las Damas de Blanco, en el hospital Calixto García de La
Habana?.
Me pregunto acerca de la razón que acalla a las gargantas más prestas
a gritar en pos de cualquier víctima de un abuso, el más mínimo sonido a
favor de quienes quieren vivir sus vidas de forma diferente que la
marcada por el establishment en la isla de Cuba, donde aún hoy
se considera asociación ilícita y traición, el hecho de juntarse a
opinar en favor de otro gobierno, a favor de un cambio de rumbo en la
dirigencia.
¿Y por qué razón me siento tan presto a opinar sobre el asunto cuando
en mi vida cotidiana me muestro muy desconfiado de todo lo que provenga
de la política?
Y es que es un asunto de la más elemental justicia, no de política.
Jamás podré entender que cualquier persona, pero aún menos un
intelectual, preste su valioso apoyo al más que justo y feliz fenómeno
de los indignados, cuando estos se pueden no solo manifestar, sino
ocupar la plaza principal de su país durante meses sin incidentes, y no
sean capaces siquiera de condenar el encarcelamiento por años de
personas, cuyo delito ha sido pensar y opinar acerca de una alternativa
al poder. Sin soñar jamás siquiera, tomar la plaza de la revolución por
ejemplo, para acampar con sus reclamos durante meses, y gritarle a los
dirigentes de la revolución sus ideas. Ni mucho menos.
Sé que quizás cuando las tornas cambien podremos ver pavonearse en el
poder a los actuales oprimidos, si alguna vez acceden a hacer lo mismo
que hacen aquellos de los que renegaron, seguro me encontraré entre
quienes los consideraran renovables.
Pero mientras tanto y al resguardo de tales sospechas, intelectuales
como Yoani Sánchez, o luchadoras como la maestra Pollán, no me causan
sino una gran admiración, ya que conozco lo impenetrable del sistema al
que osaron oponerse, y que de a poco va humillando su testa, como el
toro embanderillado frente al torero, pero que dará muchas coces y
cornadas antes de sucumbir.
Y si ordenas levantar el pie que pisa al último oprimido, debajo encontrarás a una mujer.
No me sorprende que ambas sean mujeres.
Algunos, incluso de entre las diferentes organizaciones de madres,
abuelas, esposas de represaliados en el mundo, explican que una ventaja
del machismo es que a la mujer la respetan más en el momento de decidir
si ejercer la violencia sobre ellas, que a un hombre.
Tal vez incluso alguna llegue a creer a pies puntillas esa explicación.
Pero en su mayoría es más una muestra del buen gusto y respeto, del
que suelen hacer gala las personas de bien, en casi todo lo que hacen
en sus vidas.
Tonterías, las mínimas.
Parece haber un modo de valor femenino, uterino, diferente al del
hombre, la mujer es mucho más dura y valiente, porque es más optimista,
casi por antonomasia, su realismo místico no tiene nada que ver, con el
escapismo de que son acusadas en las conversaciones domésticas; más
bien parecen sintonizadas con una realidad imperceptible para la mayoría
de los varones, para la masculinidad, que está en el más allá, en el
futuro, gracias al mundo de sabiduría innata , que les dota el estar
preparadas para la procreación.
El valor del hombre está siempre más relacionado con la perspectiva
de la muerte, con el fracaso de la contienda, que con las verdaderas
posibilidades de éxito.
Es frecuente escuchar decir acerca de las mujeres, que no se sabe
donde llevan la cabeza; pero amigos, acaban de descubrir dónde: la
tienen justo sobre los hombros. A nosotros, el solo hecho pensar en esa
posibilidad, nos aterra y consigue enloquecernos.
Y pareciera ser que lanzarse emitiendo un alarido, a incrustarse
contra la hoja de una bayoneta, conformase un acto de valor superior a
detenerse y decir, por aquí no señores, es mejor abandonar el plan,
demos la vuelta.
La calma y el valor que se precisan, para ser arrojado sin llegar a ser temerario, es enorme.
Y si bien es cierto que golpear una mujer públicamente resulta más
difícil de explicar por los represores que atizar a un portador de
testosterona, en cualquier plaza, también los es que la impertinencia,
el ninguneo, y la falta de respeto a que se ven sometidas a diario las
mujeres que demuestran mayor valor o inteligencia que el común de los
hombres, es muy aguda.
Para los que saben lo que es haber vivido o vivir, en una sociedad
de las pésimamente mal llamadas socialistas, saben que el desgaste por
calumnias, difamación, es incomparable a cualquier otro sistema
existente.
Cuentan con efectivos para estar constantemente encima de la víctima,
con el vecindario abducido por la propaganda a su favor, profiriendo
gritos, improperios, insultos , y en ocasiones hasta propinando golpes,
en las mismas puertas de sus propias casas.
Bajo sus faldas, implorando el amor de sus úteros, el calor de sus vulvas, y el perdón a la cobardía.
Como expresara Yoani, una de las facetas más importantes, de las
mayores pérdidas con la muerte de esta mujer luchadora, es su tesón
frente a una sociedad conducida por los caprichos de los pelos en el
pecho, desde hace siglos, con un histriónico desprecio misógino a
cualquier cualidad femenina.
El machismo exacerbado es el amor perverso del hombre al hombre, el
miedo a la feminidad ajena, pero el terror a la expresión de la propia.
¡Yo la tengo más grande! es una expresión de deseo que solo deja ver una
admiración sacralizante por el falo mayor, y parece representar un
deseo oculto, aunque no demasiado bien disimulado, propio de las
congregaciones recontra hombrunamente machistas. Esas en el fondo temen a
Yoani y a Pollán, más que por sus proclamas, por ese valor femenino,
meditado, ese arrojo que nunca es usado en vano, y que cuando se
presenta, irremediablemente anuncia como las golondrinas, un cambio de
estación.
Cortesía del blog de Martín Guevara
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