Por Pedro J. Cobo Pulido
Fuente: CNN
Via: http://aserne.blogspot.comFuente: CNN
Gadhafi era
perfecto para la izquierda latinoamericana: varonil, bien parecido, con
retórica grandilocuente y sin miedo al imperio capitalista. Un "Che
Guevara" con la cartera llena, dispuesta a ser abierta para las
múltiples aventuras guerrilleras latinoamericanas contra los gobiernos
apoyados por los "gringos".
Gadhafi tuvo hasta el momento de su muerte la
patológica necesidad de ser la novia en la boda, el niño en el bautizo…
En el mundo árabe apenas llegó a ser invitado de tercera clase. De ahí
sus berrinches y peleas constantes con sus compañeros árabes que lo
castigaron con su indiferencia. Necesitaba ser aclamado y vitoreado: en
la Latinoamérica nacionalista, socialista y antiyanqui encontró su
plató.
Los tres tomos del "Libro verde" –publicado entre 1975 y 1979- venían
como anillo al dedo a la revolución latinoamericana. Era nacionalista,
antiimperialista, socialista pero no marxista y respetaba la religión.
De ahí que sus contactos con las guerrillas latinoamericanas fueran
naturales: sandinistas, Frente Farabundo Martí, MAPU de Chile, gente del
Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en Chile; Partido Comunista
Hondureño; las colombianas FARC, Movimiento F-19, Ejército Popular de
Liberación, así como otras en Perú y en Ecuador. Como es lógico, la
relación con la revolucionaria Cuba eran excelentes.
Gadhafi tenía rasgos paranoicos, si no es que lo era totalmente desde
el punto de vista clínico, pero era inteligente y astuto. El líder
libio supo adaptarse al mundo cambiante. El “socialismo real”, más
imaginario que real, acabó siendo un fracaso a finales de los ochenta.
Las guerrillas habían perdido su batalla: había que cambiar de
estrategia. África era la solución. Si antes había pasado del
panarabismo, bebido en su ídolo Nasser, al pansocialismo, ahora lo haría
hacia el Panafricanismo.
Lo importante no era la ideología, sino que la ideología sirviera
para enaltecerle: más vale ser cabeza de ratón que cola de León. El
mundo cambia y Gadhafi también cambió. De la retórica antiimperialista y
del apoyo a los grupos terroristas –desde ETA, pasando por los grupos
terroristas palestinos- a las buenas relaciones con Europa y con Estados
Unidos, y a ser el mecenas de África. Dejó de apoyar los grupos
rebeldes e incluso condenó el ataque de las Torres Gemelas, y estableció
suculentos contratos con empresas de los otrora odiados países
imperialistas.
Entre los mayores perdedores de este cambio estuvieron sus antiguos
aliados ideológicos en Latinoamérica, por lo menos en la cuestión
económica, no tanto en la personal. Es bien conocido que una de las
mayores virtudes de los árabes es la fidelidad a la amistad, y Gadhafi
respetó esa loable tradición.
Siguió teniendo contacto con los Castro, con Daniel Ortega –un
familiar de Gadhafi fue asesor directo de Ortega-, y en el camino
encontró a nuevos amigos: Evo Morales y, por supuesto, su alter ego Hugo
Chávez. Gadhafi se había convertido en un buen burgués que sabía hacer
negocios de altura a la vez que disfrutaba de las pláticas de café con
aroma socialista; eso sí, rodeado de amazonas y de todo tipo de lujos.
En defensa del honor de sus amigos socialistas latinoamericanos hay
que decir que lo mismo que estuvieron en “las maduras” lo han estado en
“las duras”: Hugo Chavez lo considera un mártir, Daniel Ortega lo llamó
reiteradas veces por teléfono para darle ánimos, Fidel Castro criticó
públicamente la invasión de la OTAN,
y Evo Morales se seguía sintiendo orgulloso de su amistad con Gadhafi. Y
en conjunto, los miembros del ALBA, Alianza Bolivariana para los
pueblos de nuestra América (Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia,
Dominicia, Ecuador, San Vicente y las granadinas, Antigua y
Barbuda) emitieron un comunicado el 9 de septiembre para denunciar los
bombardeos de la OTAN sobre Libia.
Quizá el comunicado no sea reprochable; es más, es muy posible que
sea muy laudable; al fin y al cabo es más que discutible la acción de la
OTAN y los intereses ocultos que hubo tras ellos; sin embargo, es mucho
más que dudoso el apoyo a un megalómano que masacró a su propio pueblo.
Pero en eso, la izquierda latinoamericana, hay que reconocerlo, sigue
siendo consistente: los derechos humanos conculcados por los países
capitalistas deben ser criticados; su incumplimiento por parte de los
países socialistas tienen un motivo elogiable, o cuando menos
disculpable. Si no criticaron los miles de millones de muertos
provocados por los países comunistas, ¿por qué molestarse por unos
cuantos miles ahora?
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