La historia y sus historias
En 1933, Betancourt tiene 25 años. Es un año de su vida marcado por
singulares episodios. Uno de ellos tiene que ver con sus andanzas en el
Partido Comunista de Costa Rica. Su beligerancia e intromisión en los
asuntos políticos (que no se tomó el trabajo de llevar a cabo con
cautela), daban pie para que los plenipotenciarios de Gómez lo
hostilizaran y trataran de reducirlo, echándolo del país donde había
establecido su gitana tienda de campaña, y probablemente enviándolo a
Venezuela para que purgara sus culpas. Si no se hubieran dado otros
motivos para expulsar al polémico huésped de Costa Rica, en cualquier
otro país habría bastado la carta que le envió el 6 de agosto de 1933 al
Presidente de la República respondiéndole el decreto de expulsión del
país. .
Con suma arrogancia le dice: “No tenía intención de dirigirme a Ud.
ni a su Gobierno”. Como si estuviera, simplemente, declarado en
rebeldía, le expresa que no lo había hecho en los dos meses y medio que
mediaban entre ese 6 de agosto y la fecha del decreto de su expulsión
del país, pero sucede que ahora lo hace porque la policía secreta
allanó su casa, lo cual indicaba la intención del gobierno de “apresarlo
y deportarlo a toda costa”.
El joven Betancourt le expresa al Presidente, no obstante, que su decreto de expulsión “es absolutamente ilegal”. El estilo de la nota no podía ser más impertinente y puso a prueba el talante democrático de los costarricenses. “El decreto ejecutivo por el cual se nos extrañó, es contrario a la propia legislación burguesa en la cual se apoya Ud. para gobernar”. A pesar de que no abrigaba dudas sobre la ilegalidad del decreto del 22 de mayo, está dispuesto a irse, pero eso sí, por sus propios pasos. Le advierte que necesita “treinta días de libertad” para arreglar sus asuntos, y si no se le conceden esos treinta miserables días, pues se declarará simplemente en rebeldía
Con laconismo, tolerancia e ironía (y reloj tropical), el Presidente
Ricardo Jiménez le contestó pasados más de tres meses; entonces le
concedía hasta la primera semana de diciembre para que abandonara el
país. Palabras simples y breves: “Estoy de acuerdo en que Ud. permanezca
en la ciudad de San José hasta la primera semana del mes entrante”. Así
tomó el Presidente costarricense, con parsimonia, y quizás con algo de
buen humor, el “ultimátum” del asilado venezolano del 6 de agosto donde
se daba el lujo de desafiarlo.. Las aguas bajaron a su modesto nivel, y
el joven Betancourt se quedó en Costa Rica no solo esos “treinta días
de libertad”, sino los años 34 y 35, hasta que el general Gómez tuvo a
bien abandonar el reino de este mundo, aburrido de tantos besamanos y
fatigado de contar y cantar vacas.
Simón Alberto Consalvi
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