Fuente: Reporte 21
Via: http://Aserne.blogspot.com
Hasta hace pocos días, cualquier analista latinoamericano que
señalase al aumento de la presencia iraní en el Hemisferio como un
riesgo para la seguridad regional habría provocado un número de cejas
levantadas entre aquellos de sus colegas que tradicionalmente han
despreciado dichos planteamientos como pura “paranoia”. Sin embargo, los
términos de la discusión sobre las actividades de la República Islámica
en el continente cambiaron después del pasado 11 de octubre cuando el
director del FBI, Robert Mueller, y el Fiscal General de EE.UU., Eric
Holder, anunciaron que disponían de pruebas de la existencia de una
conspiración impulsada desde Teherán que incluía el uso de sicarios del
cartel de los Zetas para asesinar al embajador saudí en Washington.
Semejante acusación – respaldada por un informante de la DEA, evidencia de transferencias de fondos iraníes a EE.UU., grabaciones de conversaciones con Teherán y declaraciones del principal imputado– puso al descubierto hasta qué punto el potencial desestabilizador de Irán ha sido subestimado por muchos gobiernos latinoamericanos.
Para los escépticos, vale la pena recordar algunos de los rasgos
principales de los planes terroristas iraníes. La ficha clave en el
complot resultó ser Manssor Arbabsiar, un vendedor de carros usados
residente en Corpus Christi (Texas). Como de costumbre, una parte de la
prensa ya ha comenzado a “deconstruir” el caso con argumentos como que
un sujeto con una profesión anodina, conocido por su gusto por las
mujeres y el alcohol no podía ser una ficha clave de la inteligencia
iraní. Sin embargo, vale recordar como el terrorismo islamista ha
demostrado una y otra vez su preferencia por protagonistas grises que
deciden saltar a la fama montados en un evento atroz. Ahí está, por
ejemplo, el caso de los responsables de los atentados del 11 de Marzo en
Madrid, una parte de los cuales se había distinguido más por sus
conexiones criminales que por su fervor religioso.
El complot iraní y la conexión mexicana
De hecho, Arbabsiar contaba con tres rasgos que le convirtieron en
una figura atractiva para la Fuerza Qods del Cuerpo de Guardias de la
Revolución Islámica (CGRI), una de las principales ramas del aparato de
inteligencia exterior del régimen iraní. Por un lado, tenía conexiones
personales con miembros destacados de los Guardianes de la Revolución.
Por otra parte, mantenía negocios y familiares en Irán lo que ofrecía la
posibilidad de presionarle. Finalmente, disponía de un pasaporte
norteamericano que le proporcionaba una completa libertad de movimientos
en EE.UU. y el exterior.
Así las cosas, el propio Arbabsiar ha reconocido que comenzó a
trabajar bajo el control de Gholam Shakuri y un primo suyo, ambos
funcionarios del CGRI. Este misterioso pariente resultó ser el general
Abdul Reza Shahlai, uno de los responsables del apoyo iraní a los Grupos
Especiales del Ejército del Mahdi (Jaysh al Mahdi) que ha protagonizado
durante años ataques terroristas en Iraq.
No se puede decir que los planes ideados por el trió de conspiradores
careciesen de ambición. Arbabsiar viajó a México para ofrecer al cartel
de los Zetas 1,5 millones de dólares a cambio de detonar un carro bomba
en el centro de Washington con el objetivo de asesinar al embajador
saudí, Adel al-Jubeir. Pero además, durante las conversaciones con un
supuesto representante de los narcos mexicanos – que resultó ser un
confidente de la DEA – se perfilaron otros planes. Así, se discutió la
posibilidad de organizar una ruta para transportar opio desde Oriente
Medio que sería transformado en heroína y vendido en EE.UU. De igual
forma, se planteo la posibilidad de realizar atentados contra las
embajadas de Israel y Arabia Saudí en Buenos Aires.
Por si todavía queda alguien que vea el complot como algo que solo
compete a los “gringos”, cabe preguntarse qué hubiese pasado con las
relaciones México-EE.UU. si se hubiese descubierto la participación de
Los Zetas en el estallido de un carro bomba en la capital
norteamericana. De igual forma, vale la pena subrayar que la
inteligencia iraní no tuvo el más mínimo reparo para sentarse con el
supuesto representarte de una organización criminal mexicana al que
ofrecieron dinero y drogas a cambio de su cooperación en la ejecución de
ataques terroristas.
Finalmente, tampoco se debe olvidar que el plan para volar las
embajadas israelí y saudí en Argentina hubiese convertido a Buenos Aires
por tercera vez en blanco de un ataque terrorista organizado por
agentes iraníes, después de un primer atentado contra la legación de
Jerusalén en 1992 y la destrucción del edificio de la Asociación Mutual
Israel- Argentina (AMIA) dos años más tarde.
El complot revela más allá de cualquier duda las intenciones de
Teherán detrás de la expansión de su presencia en América Latina:
trasladar al Hemisferio la guerra que libra contra EE.UU. e Israel en
Oriente Medio. En este contexto, la desarticulación del complot de
Arbabsiar debería ser visto menos como un motivo de tranquilidad y más
como una razón para la alarma. Si los altos mandos del Cuerpo de los
Guardias de la Revolución Islámica respaldaron el proyecto de un agente
que contaba con contactos de bajo nivel en México y operaba en un
entorno de alto riesgo como el territorio norteamericano, resulta lógico
preguntarse por las actividades iraníes en los países latinoamericanos
donde cuentan con complicidades mucho más extensas.
Complicidades y negligencias en América Latina
En realidad, la expansión de las actividades abiertas y encubiertas
de la República Islámica en el Hemisferio no es fruto exclusivamente del
celo de sus Guardianes de la Revolución. De hecho, el crecimiento de
presencia iraní en América Latina solo se puede explicar si se tiene en
cuenta la complicidad de algunos gobiernos de la región y la decisión de
otros de ignorar el lado oscuro de un régimen que recurre al terrorismo
como una herramienta de política exterior.
En cabeza de los primeros, se sitúa el presidente Chávez que ha
construido una alianza estratégica con su homólogo, Mahmud Ahmadineyad,
cuya última puesta en escena tuvo lugar con la reunión de la VII
Comisión Mixta Venezuela- Irán a finales del pasado septiembre en
Caracas. El encuentro, que se redujo a una ceremonia para la firma de
nueve acuerdos de diversa índole, dejó en la trastienda aspectos más
espinosos de las relaciones entre los dos países como la cooperación de
inteligencia o el intercambio de tecnología militar. De hecho, existe
evidencia de la presencia de miembros del Cuerpo de los Guardianes de la
Revolución Islámica en territorio venezolano con plena autorización del
gobierno bolivariano
La lista de los que prefieren mirar hacia otro lado tiene entre sus
integrantes más destacados a Brasil y Argentina. De hecho, la diplomacia
brasileña por boca de su canciller, Antonio Patriota, corrió a restar
credibilidad a las acusaciones norteamericanas al afirmar que “había
lagunas” en la investigación. Más escandalosa resultó la posición
argentina. A pesar de haber sido alertado semanas atrás por EE.UU. y
recibido una solicitud de Arabia Saudí para reforzar la seguridad de su
embajada, el gobierno de Cristina Kirchner prefirió ignorar la probada
capacidad iraní para cometer actos de terror en Buenos Aires y apostó
por la teoría de la conspiración.
Una fuente diplomática argentina citada por el diario Clarín señaló
que “todo huele a podrido” en la denuncia estadounidense mientras el
sindicalista próximo al oficialismo, Luís D’Elía, declaró que
“Washington quiere sabotear el diálogo abierto entre Irán y la
Argentina”.
Así las cosas, el trabajo de las agencias de inteligencia
norteamericanas y las pruebas acumuladas para la captura de Arbabsiar
resultaron insuficientes para Buenos Aires y Brasilia. Sus gobiernos
están decididos a continuar atrincherados en la incomprensible paradoja
que combina la desconfianza hacia Washington con la credulidad hacia
Teherán. El asunto parecería anecdótico si no fuera porque la próxima
vez Irán podría contar con agentes más competentes, encontrar un
narcotraficante de verdad y tener más suerte.
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