Huir cuesta dinero. Emigrar a otro país abandonando lo mucho o poco que se ha conseguido en el propio, resulta carísimo. En Venezuela, pueden huir los Cisneros, pero se trata de un caso especial.
El venezolano no tiene medios para escapar del presente y el futuro de su tierra. De tenerlos, se colapsarían los aeropuertos y las fronteras. Un tonto puede gobernar, y contamos con ejemplos cercanísimos. Si el tonto sabe rodearse de inteligentes, el tonto no es un problema más allá de su casa. Pero si el tonto recurre a la mediocridad, la sensación de orfandad de la ciudadanía se enriquece. Algo de esto sabemos por aquí. No obstante, nuestra situación es de privilegio si nos comparamos con otras naciones, y muy especialmente con Venezuela, que está gobernada por un loco. Un loco con poder es letal. Y Hugo Chávez, además de sátrapa, está como un cencerro. Pero tiene a su gente arruinada, porque el dinero del petróleo lo destina a su bolsillo, al de sus amigos, al de sus colaboradores y al de sus aliados. Con los ingresos petrolíferos de Venezuela, en muy pocos años se puede crear y mantener una clase media que allí no existe. Huir no es el problema. El problema es sobrevivir después del éxodo. No obstante, mejor enfrentarse a lo desconocido que despertar cada mañana con el peso de saberse gobernado por un simpático, gracioso y colérico chimpancé. De tonto no tiene un pelo, y lo demuestra la inmensa fortuna que ha reunido para él y su familia. Ha sabido rodearse de la miseria de un pueblo para mantenerlo en su pobreza con promesas imposibles de cumplir. No tiene toda la culpa. Chávez es consecuencia de un siglo de robos desde el poder. La clase política venezolana ha dejado extenuada las arcas públicas durante decenios, y esa inmensa riqueza está fuera de Venezuela. Chávez no es diferente. Se distingue de los demás por su condición de loco peligroso. Ayer nos presentó a sus amigos, después de informar a su famélica nación que había adquirido trescientos carros de combate rusos para defenderse de Colombia, los Estados Unidos, el imperialismo, Cristóbal Colón y los Reyes Católicos.
Sus amigos son peculiares. Además de los Castro, Ortega, el cocalero, Ahmadineyad, Mugabe y Omar Bashid, añora a Idi Amin y defiende a su compatriota Ilich Ramírez, el «Chacal», esa hiena enjaulada. Como para lanzarse de lo alto del Salto de Ángel sin paracaídas. El riesgo que conlleva la locura de Chávez, su megalomanía, su egocentrismo nativo, su tiranía hepática, no es otro que la guerra. Colombia, su vecino y admirable país, se levanta hacia arriba mientras Venezuela, con muchos más recursos, se hunde en la miseria. Poco pan y muchas armas, teoría leninista fielmente llevada a la práctica por el emboinado primate. Guerra en el horizonte, no lo duden, porque antes de caer, Chávez es muy capaz de meter a Venezuela en un período de destrucción y sangre. Pero huir es muy complicado. Por el norte, el Caribe; por el oeste y el sur, la selva. Venezuela no puede huir de Venezuela. Los adversarios de Chávez superan con heroísmo las amenazas, las agresiones y las muertes. Se cierran los medios de comunicación críticos. Se expropian las tierras. Se muere de hambre Venezuela. Se compran armas. Y esos amigos…
Los locos en el poder sólo cosechan tumbas de inocentes.
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