Por: Roger Noriega
Fuente: Nuevo Herald
Cuando un matón déspota como Fidel Castro
comienza a tener miedo, su instinto de sobrevivencia es sembrar el
terror entre sus enemigos. Hoy en día, mientras su hijo putativo y
benefactor de Venezuela, Hugo Chávez, se está muriendo de cáncer, lo que
realmente el dictador cubano teme es que su régimen está a punto de
perder miles de millones de dólares en ayuda y el petróleo. Por lo
tanto, el 27 de abril en un ensayo titulado Lo que Obama sabe,
Castro predice que habrá “un río de sangre en Venezuela” si el gobierno
chavista es expulsado del poder por la “oligarquía” o “derrocado” por
Estados Unidos.
Sería una sorpresa escuchar que el presidente Obama
está abogando por el derrocamiento de Chávez. La política pasiva del
gobierno de EEUU consiste en mantener relaciones comerciales con
Venezuela y desearle el bien a su gente. Lo que alarmó tanto a Castro es
el incremento en los esfuerzos de resolución de la justicia de EEUU
–principalmente por parte de la Drug Enforcement Administration (DEA) y
el Departamento del Tesoro– para lograr que los funcionarios del régimen
de Chávez rindan cuentas sobre su complicidad con el narcotráfico y el
terrorismo.
Es llamativo que al tratar de identificar y castigar a los capos de la droga en Venezuela se perciba esta acción como una agresión contra el gobierno en Caracas, ya que es una acusación que hacen los principales dirigentes del régimen chavista, cuestión que exime de responsabilidad a las políticas de EEUU.
La advertencia desesperada de Castro surge de la noticia de que un ex chavista y ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Eladio Aponte Aponte, ha buscado refugio en Estados Unidos y está cooperando con la DEA. De hecho, el liderazgo chavista se encuentra en estado de pánico, porque saben que Aponte Aponte es sólo el primero de muchos desertores que ayudarán a los fiscales estadounidenses a exponer una conspiración criminal internacional que implica a Chávez y a su círculo más cercano. Es probable que las acusaciones que emanen de Estados Unidos minen una sucesión encabezada por militares leales a Chávez como Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional; el general en jefe Henry Rangel Silva, ministro de la Defensa, y el general de división Cliver Alcalá, comandante de la IV División Blindada del Estado Aragua –la unidad de mayor poder de fuego en Venezuela– quienes fueron recientemente colocados en estos puestos claves a pesar de sus vínculos con el narcotráfico.
Por obvias razones, un hombre tan corrupto y paranoico como Fidel Castro es un experto sobre el funcionamiento del sistema judicial de EEUU. Por lo tanto, sabe que una acusación en contra de Hugo Chávez es prácticamente imposible, debido a su condición de jefe de Estado. Así mismo, los fiscales federales saben muy bien que acusar a un alto funcionario del gobierno venezolano requiere la aprobación previa del Departamento de Justicia en Washington. Castro, quien hace 60 años era conocido por ser un buen pelotero, está lanzando un mensaje directamente a la cabeza de Obama: apacigüe a sus fiscales, o trate de lidiar con un caos sangriento en las calles de Caracas. Sin duda, el dictador astuto sabe que la administración de Obama será muy cautelosa en un año electoral. Sin embargo, la idea de que la Casa Blanca le pidiera al Procurador General, Eric Holder, que intervenga para salvar a los traficantes de drogas en Caracas es simplemente una locura.
Mi opinión es que Estados Unidos más pronto que tarde presentará acusaciones formales; que los desertores continuarán saliendo de Venezuela y que los asesinatos de gente involucrada con la mafia aumentarán para tratar de enterrar cualquier vestigio de sus actos criminales y de corrupción.
La segunda advertencia de Castro está dirigida a los “oligarcas” de la oposición que tienen la intención de desafiar al chavismo en las elecciones del 7 de octubre, cuando se supone que el sucesor de Chávez podría ser elegido. El padre putativo cubano de Chávez envió una advertencia, no tan sutil, de que los opositores democráticos serán identificados como colaboradores de la justicia de EEUU, ahora que apenas comienza a socavar los cimientos corruptos del régimen. Si ese es el caso, entonces los chavistas civiles como el canciller Nicolás Maduro, el vicepresidente Elías Jaua, el gobernador Adán Chávez y José Vicente Rangel, son igualmente cómplices de los actos de los narcogenerales que financian y defienden la política de Estado ya que los crímenes de la cúpula militar están expuestos, por lo que los chavistas civiles no tendrán credibilidad alguna.
Tal vez los secuaces de Chávez están contando con los miles de pistoleros cubanos y miembros de las milicias venezolanas que están armados hasta los dientes con armas rusas. Por lo tanto, si hay derramamiento de sangre en Venezuela, no se puede olvidar quién será responsable de instigar la violencia. Sin embargo, si la violencia quiere contenerse, la oposición tendrá que ser muy hábil y se requerirá mucho coraje por parte de la gran mayoría de militares que son leales a la Constitución y que podrían evitar un derramamiento de sangre.
Sólo alguien como Fidel Castro podría considerar que la represión sangrienta del pueblo a favor de la causa de los narcotraficantes es un acto de nobleza. Su esperanza demente es que una amenaza tan terrible impedirá que los líderes latinoamericanos, a los que conoce muy bien, y al presidente Obama, a quien conoce muy poco, hagan lo que es correcto ahora que el narcoestado venezolano está siendo desenmascarado.
Investigador visitante en el American Enterprise Institute y director ejecutivo de Vision Americas LLC. Ex embajador ante la OEA y ex subsecretario de Estado.
Es llamativo que al tratar de identificar y castigar a los capos de la droga en Venezuela se perciba esta acción como una agresión contra el gobierno en Caracas, ya que es una acusación que hacen los principales dirigentes del régimen chavista, cuestión que exime de responsabilidad a las políticas de EEUU.
La advertencia desesperada de Castro surge de la noticia de que un ex chavista y ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Eladio Aponte Aponte, ha buscado refugio en Estados Unidos y está cooperando con la DEA. De hecho, el liderazgo chavista se encuentra en estado de pánico, porque saben que Aponte Aponte es sólo el primero de muchos desertores que ayudarán a los fiscales estadounidenses a exponer una conspiración criminal internacional que implica a Chávez y a su círculo más cercano. Es probable que las acusaciones que emanen de Estados Unidos minen una sucesión encabezada por militares leales a Chávez como Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional; el general en jefe Henry Rangel Silva, ministro de la Defensa, y el general de división Cliver Alcalá, comandante de la IV División Blindada del Estado Aragua –la unidad de mayor poder de fuego en Venezuela– quienes fueron recientemente colocados en estos puestos claves a pesar de sus vínculos con el narcotráfico.
Por obvias razones, un hombre tan corrupto y paranoico como Fidel Castro es un experto sobre el funcionamiento del sistema judicial de EEUU. Por lo tanto, sabe que una acusación en contra de Hugo Chávez es prácticamente imposible, debido a su condición de jefe de Estado. Así mismo, los fiscales federales saben muy bien que acusar a un alto funcionario del gobierno venezolano requiere la aprobación previa del Departamento de Justicia en Washington. Castro, quien hace 60 años era conocido por ser un buen pelotero, está lanzando un mensaje directamente a la cabeza de Obama: apacigüe a sus fiscales, o trate de lidiar con un caos sangriento en las calles de Caracas. Sin duda, el dictador astuto sabe que la administración de Obama será muy cautelosa en un año electoral. Sin embargo, la idea de que la Casa Blanca le pidiera al Procurador General, Eric Holder, que intervenga para salvar a los traficantes de drogas en Caracas es simplemente una locura.
Mi opinión es que Estados Unidos más pronto que tarde presentará acusaciones formales; que los desertores continuarán saliendo de Venezuela y que los asesinatos de gente involucrada con la mafia aumentarán para tratar de enterrar cualquier vestigio de sus actos criminales y de corrupción.
La segunda advertencia de Castro está dirigida a los “oligarcas” de la oposición que tienen la intención de desafiar al chavismo en las elecciones del 7 de octubre, cuando se supone que el sucesor de Chávez podría ser elegido. El padre putativo cubano de Chávez envió una advertencia, no tan sutil, de que los opositores democráticos serán identificados como colaboradores de la justicia de EEUU, ahora que apenas comienza a socavar los cimientos corruptos del régimen. Si ese es el caso, entonces los chavistas civiles como el canciller Nicolás Maduro, el vicepresidente Elías Jaua, el gobernador Adán Chávez y José Vicente Rangel, son igualmente cómplices de los actos de los narcogenerales que financian y defienden la política de Estado ya que los crímenes de la cúpula militar están expuestos, por lo que los chavistas civiles no tendrán credibilidad alguna.
Tal vez los secuaces de Chávez están contando con los miles de pistoleros cubanos y miembros de las milicias venezolanas que están armados hasta los dientes con armas rusas. Por lo tanto, si hay derramamiento de sangre en Venezuela, no se puede olvidar quién será responsable de instigar la violencia. Sin embargo, si la violencia quiere contenerse, la oposición tendrá que ser muy hábil y se requerirá mucho coraje por parte de la gran mayoría de militares que son leales a la Constitución y que podrían evitar un derramamiento de sangre.
Sólo alguien como Fidel Castro podría considerar que la represión sangrienta del pueblo a favor de la causa de los narcotraficantes es un acto de nobleza. Su esperanza demente es que una amenaza tan terrible impedirá que los líderes latinoamericanos, a los que conoce muy bien, y al presidente Obama, a quien conoce muy poco, hagan lo que es correcto ahora que el narcoestado venezolano está siendo desenmascarado.
Investigador visitante en el American Enterprise Institute y director ejecutivo de Vision Americas LLC. Ex embajador ante la OEA y ex subsecretario de Estado.
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