Me refiero a quienes desde el sector no oficialista tienen influencia
determinante en la opinión pública. Especialmente a aquellos que con
sus constantes llamados a la reconciliación y al diálogo, me imagino
que con el sector gubernamental, piensan que Venezuela puede salir de
la tragedia histórica que está atravesando.
La semana pasada fueron reiterativos estos llamados al diálogo como
único camino para resolver la crisis. A algunos les atribuyo buena fe. A
otros calculado oportunismo en las cercanías de las elecciones del
8D. A unos cuantos, sobrada dosis de necedad y estupidez, no sé si
estimulada por el temor o por una ingenuidad que después de quince
años no tiene razón legítima de ser. No tengo noticias de lo que en
privado Capriles planteó al Papa Francisco, pero lo que destacaron los
medios de esta parte del mundo, fue la petición hecha al Santo Padre
para que llame al diálogo y la Iglesia lo asuma como bandera. La
Iglesia lo hace, lo está haciendo desde su perspectiva sin que nadie
se lo pida, es su deber y lo asume sin abandonar la lucha por la
justicia y la paz. El planteamiento opositor debe ser para mantenerla
informada sobre la muerte de la democracia en Venezuela, el asalto a
las instituciones, la quiebra ética y moral de la República, la
entrega de la soberanía y el terrible futuro inmediato para nuestros
hijos y nietos. Por supuesto, el planteamiento debe ir acompañado por
la firme decisión de enfrentar la situación hasta sus últimas
consecuencias, con ánimo de superación definitiva.
No me resulta fácil escribir lo que estoy diciendo. Pero con ese bendito llamado al diálogo, no sabemos entre quienes, no se resolverá nada. La única forma de resolver esto es cambiando de presidente y de gobierno, procurando el menor trauma posible para una nación que sufre demasiado. Como ha sido dicho, esto no se arregla con paños calientes, sino con el hierro de los cirujanos. Entonces sí, empezará otra etapa distinta de la historia. Los nuevos protagonistas, sin odios, rencores o venganzas, pero con justicia, deberán abrirse al diálogo con todos los sectores, buscarán la reconciliación nacional y abrirán las puertas a una nueva esperanza al alcance de la mano de una nación bien dispuesta y mejor dirigida.
La oposición no puede, ni debe, continuar prisionera de un esquema electoralista. Debe verse con ánimo exclusivamente instrumental. Es una parte, pero no el único. Ni siquiera el más importante. Cambiar el régimen en el menor tiempo posible tiene que convertirse en el objetivo fundamental. Es posible, dentro de la Constitución y, precisamente, en nombre de ella.
Venezuela tiene todavía los recursos y la gente capacitada y dispuesta
a llevar adelante esta tarea civilizadora. La dirigencia no puede
fallar. Corre el peligro de ser desbordada en cualquier dirección.
Después no vale decir, perdón… ¡me equivoqué!
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