Por: Jesús Antonio Petit da Costa
Los hechos, que son tercos, han probado hasta la saciedad
que no hay salida electoral. Entonces no queda otra alternativa que seguir la
ruta trazada por aquella gesta cívico-militar.
Estos son nuestros objetivos en la presente situación:
1)
Liberar a Venezuela de Cuba y así recuperar la soberanía e independencia
perdidas por la traición del difunto y sus seguidores;
2) Liberar a Venezuela
del comunismo impuesto por Cuba a su imagen y semejanza y así establecer el
Estado Social y Democrático de Derecho (capitalismo con justicia social) tal
como rige en las democracias occidentales;
3) Liberarnos de la tiranía de los
comunistas que forman el gobierno títere y, en su lugar, establecer una nueva
democracia en la cual funcionen las instituciones contraloras de los
gobernantes y protectoras de los ciudadanos y se haga efectiva la alternancia
en el poder y el relevo generacional consagrando la no-reelección;
4)
Liberarnos de los corruptos, agentes de la monarquía comunista cubana con
mando, que han saqueado y siguen saqueando al país, y liberarnos también de los
criminales que, organizados en bandas o colectivos, le sirven a Cuba y al
gobierno títere como ejército de ocupación que asalta, secuestra y asesina a
los venezolanos, quienes así tenemos suspendidos de hecho los derechos
constitucionales a la vida, de libertad, tránsito, inviolabilidad de la
persona, del domicilio y de la propiedad sin necesidad de decreto, y en
consecuencia restablecer la moral en el ejercicio de la función pública y
castigar a los criminales con una justicia severa.
Está probado hasta la saciedad que no podemos conseguir
estos objetivos por el trillado "camino" electoral, debido al
ventajismo descarado y el fraude sistemático y masivo. Entonces veamos hacia
atrás para aprender de nuestras propias experiencias históricas. Allí
encontramos el ejemplo de la rebelión cívico-militar del 23 de enero de 1.958.
Fue la única vez en el siglo pasado que una tiranía cayó derrocada por una
rebelión. A Cipriano Castro lo derrocó una conspiración palaciega. A Gómez no
lo tumbó nadie. Las rebeliones militares de 1945 y 1948 fueron contra gobiernos
democráticos. La del 58 enseñó que la rebelión cívico-militar contra una
tiranía siempre resultará victoriosa, si se la organiza bien y la toma una
vanguardia bajo su dirección. Pero no sólo eso. Enseñó que es el único modo de salir
de una tiranía cuando está cerrada la vía electoral por el ventajismo y el
fraude, porque precisamente es tiranía, entre otras razones, por la
imposibilidad de ponerle fin mediante elecciones.
La del 58 comenzó como una rebelión civil. Fuimos los universitarios
los que le dimos inicio. Se nos unieron los trabajadores, especialmente de los
medios de comunicación. Se nos sumaron los habitantes de los barrios (p. ej. La
Charneca y el 2 de diciembre, después llamado 23 de enero). Y decididamente
actuó la Iglesia Católica, cuyo máximo dignatario (Arias Blanco) se comprometió
tanto en la acción que el vocero eclesiástico (diario La Religión) hacía
oposición activa a la dictadura. Esta es otra enseñanza: somos los civiles los
que debemos dar el paso adelante. Al hacerlo le marcamos la pauta al gobierno
de transición que surja. En lugar de la sustitución de una tiranía por otra, el
papel fundamental de los civiles fuerza al advenimiento de la democracia. Los
civiles en la calle obligan a la intervención militar, determinante del
desenlace, pero esta intervención no es golpista, sino de adhesión a la causa
democrática y a la voluntad del pueblo. Se produce así la alianza
cívico-militar que estabiliza y consolida la transición.
Mi generación, la del 58, cumplió: derrocó la tiranía.
Sintió que era su deber, a pesar de que el tirano no fue traidor a la patria,
no la entregó a una potencia extranjera ni fue su títere, no pretendió
implantar el comunismo o el fascismo, no estimuló la delincuencia sino la
combatió a tal extremo que vivíamos seguros en la calle y en la casa, no
arruinó el país sino trajo prosperidad con estabilidad de precios y estabilidad
de la moneda de libre convertibilidad y aceptación en el mundo entero,
transformó el medio físico con grandes obras públicas. Bastaron entonces las
ansias de libertad, democracia y
honestidad administrativa para rebelarnos. ¿Qué decir ahora cuando hemos
perdido la independencia y la dignidad nacional, con una nación en ruinas, saqueada
y desangrada, abatida por la mayor delincuencia, la mayor inflación, la mayor
escasez y el empobrecimiento general unido a la desmoralización colectiva?
Es hora de que las nuevas generaciones cumplan con su deber
retomando la ruta del 23 de enero, la que mi generación, la del 58, abrió dándoles
el ejemplo a seguir.
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