Junto a la palabra “muerte”, la palabra “guerra” ha sido un motivo
recurrente en el discurso revolucionario bolivariano que sin duda
encuentra sus raíces en la formación cuartelera de sus líderes –o mejor
dicho, de su líder y sus secuaces-, y que ya en los días de cárcel del
galáctico en Yare se manifestaba en sentencias como su infame “la guerra
civil es fratricida pero necesaria”. Las reiteradas amenazas como “soy
yo o la guerra” no requieren mayor mención, todos las tenemos presentes.
La historia nos enseña que la guerra es un efectivo factor de
proselitismo, unificación y cohesión del basamento popular, en especial
en regímenes totalitarios, máxime si están tambaleantes. Cuando la
dictadura militar argentina de Leopoldo Galtieri se encontraba en la
sima de la popularidad y enfrentaba el más profundo repudio del pueblo,
los generales decidieron lanzarse en una aventura suicida contra el
Reino Unido por el rescate de las Islas Malvinas a sabiendas de que la
temeraria acción fracasaría, pero con el objetivo de conquistar la
simpatía y el aglutinamiento de los argentinos. Y sí tuvieron relativo
éxito en esta meta, pues no solamente lograron cierta adhesión de la
gente a tal causa nacionalista, sino que hasta los países de la región, a
excepción de Chile y Colombia, apoyaron la criminal maniobra.
El gobierno –si es que a esta desatinada gestión se le puede llamar
así- de Nicolás Maduro encontró tropiezos desde el primer día que asumió
labores presidenciales, al inicio como encargado, y luego como
presidente electo fraudulentamente. Fue heredero de un desastre
económico en el que el comandante eterno había sumido al país como
consecuencia de sus intentos de instaurar el socialismo y de la quema
acelerada de recursos para financiar el populismo fascista que lo
mantuvo en el poder. No es un secreto que para las elecciones del 7 de
octubre de 2012 sacrificó el futuro económico inmediato a estos efectos.
Raspó la olla y hasta asumió más deuda externa para “invertir” en la
que sería su última campaña electoral. Fue un acto suicida (como tantos
que caracterizaron la conducta del portento de Sabaneta). Sin duda en lo
más íntimo de su ser sabía que el pago por sus desafueros
correspondería a quienes le sobrevivieran. Así, en diciembre la bomba de
la debacle económica comenzó a explotarle al incapaz Maduro quien llamó
a esta crisis heredada “la guerra económica”; guerra supuestamente
librada por los EEUU, la derecha internacional y los apátridas de la
oposición contra la revolución.
Muchos culpan a Maduro de las devaluaciones que siguieron, de las
medidas imbéciles para el control de la economía que empezaba a
colapsar, pero la realidad es que todos estos hechos tienen un autor
póstumo: el gigante centauro barinés de quien dicen “vive”; y que sin
duda vive en la implosión económica que le está dando muerte al régimen
del colombiano piticubiche sin partida de nacimiento y en la ruina del
país. No es cierto, como afirman tantos, que “Nicolás quebró al país”.
No. Al país lo quebró Chávez, Nicolás solamente está a cargo de su
liquidación.
¿Pero por qué llamar “guerra económica” al resultado del fracaso del
socialismo? El uso de la palabra “guerra” no es casual. No se trata solo
de una excusa, de desviar la culpa a otros, de proyectarse en terceros
culpándolos de las fallas propias. Es más que esto. Es –mediante el
mecanismo de la designación de un enemigo externo en calidad de chivo
expiatorio- aglutinar alrededor de la causa de la guerra al erosionado
pueblo chavista hoy ya casi inexistente. Un último intento desesperado
por recuperar algo de ese pueblo que alguna vez fue chavista; por salvar
algo de aquello que alguna vez se llamó chavismo: la secta destructiva
que sin su líder mesiánico psicopático está fragmentándose y
desapareciendo.
A la “guerra económica” ahora le sumaron la “guerra eléctrica” y la
“guerra psicológica”. ¡Hasta le dieron nombre y apellido a esta última
en ese esfuerzo fútil de definir a un enemigo a destruir!: J.J. Rendón,
suerte de superhéroe según Maduro y sus cubiches, hombre de tales
poderes que por sí solo es capaz de poner en emergencia a la dictadura
bolivariana. ¿O quizás tal proeza no se deba a sus superpoderes sino a
la extrema debilidad del régimen ilegítimo…?
El uso de la palabra “guerra” encierra serias implicaciones. Además
de exacerbar el espíritu nacionalista de los pocos seguidores que aún le
restan al chavismo, y de recuperar las simpatías de alguno que otro de
los espantados por los evidentes desatinos de Maduro y demás herederos
del supremo sabanetero, ella es un llamado a la Fuerza Armada a cumplir
su función primaria: la defensa nacional en caso de guerra. La FAN
existe para la guerra. Es decir, al usar la palabra “guerra” por
instrucciones de Cuba, se está convocando a la FAN a tomar parte en la
defensa del país en contra de quienes supuestamente libran esta guerra:
la oposición apátrida, los medios independientes (los 4 que quedan) que
se atrevan a informar sobre la escasez y otras plagas socialistas, la
derecha amarilla, los empresarios incapaces de satisfacer su función
económica a consecuencia de las trabas socialistas, los académicos que
denuncian la ruina del sector eléctrico y la desaparición como
sobreprecio de $50.000 millones de los $80.000 millones “invertidos” en
él, los dueños de supermercados imposibilitados de llenar los anaqueles
debido a las distorsiones de la economía socialista, y todo aquel que de
una forma u otra disienta del pensamiento único comunista.
La designación de un tercero como enemigo en el que el opresor –que
se siente representante del bien- proyecta todas sus fallas, males y
carencias, su esencia, le permite proceder luego a la aniquilación de
ese enemigo –que representa para él el mal- sin remordimientos, sin
culpa, con total convicción de que se está destruyendo algo maligno, ¡y
hasta con la ayuda Dios! De que está cumpliendo con el deber. Lo cual es
cierto en gran medida pues al destruir el mal propio proyectado en ese
enemigo, el opresor está destruyendo esa parte malvada de sí mismo que
tanto teme, odia, le avergüenza y desprecia, en un ritual de
purificación de importancia vital.
De allí que el Psicoanálisis
considere la existencia del enemigo como necesidad indispensable para la
vida del hombre.
Nicolás anunció el comienzo de una nueva etapa de la revolución si
esta “guerra económica-eléctrica-psicológica” no cesa. Y no cesará pues
en realidad es una guerra interna que libra el propio régimen portador
del germen de su propia destrucción, contra sí mismo. La amenaza
contenida en este anuncio que incluyó el llamado a milicias y otros
grupos armados de la revolución, y que implica la orden a la FAN para
que actúe, decreta la liberación de la más salvaje represión por la
fuerza bruta, que es ya el único recurso con que cuenta un gobierno sin
dinero, quebrado, arruinado, profundamente corrupto, con capacidad de
endeudamiento copada, fracasado, sin arrastre popular, desprestigiado,
sin credibilidad, incapaz de proveer ni comida, en fin, un gobierno que
ya no tiene dólares para fingir bienestar ni para comprar lealtades. Un
gobierno al que solo le queda el plomo; plomo que solo le garantiza su
caída.
Leonardo Silva Beauregard
Twitter: @LeoSilvaBe
http://tururutururu.com/?p=8635
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