HENRIQUE SALAS-RÖMER -
A la Toma de Posesión de Carlos Andrés
Pérez, en 1989, asistieron las figuras más emblemáticas de la política
mundial. Por su magnitud y boato, el evento se realizó, no en el
hemiciclo del Senado, sino en uno de los más imponentes escenarios del
continente, el Teatro Teresa Carreño. Se habló socarronamente entonces
de la “coronación” de CAP, cuando paradójicamente, la historia lo
recordaría como el inicio de su penoso vía crucis.
Uno de los invitados más notorios fue
Fidel, hoy más distante pero más aquí. Otro fue Felipe González,
Felipillo, primer ministro español, igualmente solidario con Carlos
Andrés. Los tres son recogidos en la gráfica mientras conversan
plácidamente, poco antes de la ceremonia oficial.
CAP lucía pleno de optimismo, y lo
estaba. Sin embargo, las medidas que debía tomar para corregir los
desequilibrios heredados, pronto provocarían el más grande estallido
popular que recoja la historia.
Mucho se ha especulado sobre los
orígenes de aquella explosión, la del 27 de febrero, pero testigo
presencial que fui de los acontecimientos, puedo dar fe de que fue una
reacción espontánea.
Malcolm Gladwell, en su obra The Tipping Point,
recoge numerosos momentos cuando un acontecimiento en apariencia
inocuo, provocó un estallido desproporcionado. En nuestro caso fue un
incidente ocurrido en Guarenas cuando una señora reaccionó visceralmente
ante el aumento del pasaje del transporte colectivo. La reacción se
multiplicó en todo el país, pero especialmente en Caracas,
transformándose en actos de violencia y de saqueo que en pocas horas
envolvieron a la ciudad capital.
La pólvora que hizo correr las llamas
pudo haber sido, sin embargo, el choque existencial que se produjo entre
las expectativas que se habían producido con el regreso de CAP, a quien
se le recordaba por la bonanza de los años ’70, y la adopción de
medidas que a contrapelo del anhelo popular, éste tomaba al iniciar su
mandato.
La historia es harto conocida. El
Ejército tuvo que ser llamado a la calle, y tras varios días de
enfrentamientos… y centenares de muertos, volvió a reinar la paz.
A Maduro, sin el carisma de CAP o las
habilidades histriónicas de su padre político y mentor, le ha tocado una
suerte similar. La de recibir un gobierno “quebrado”, a sabiendas de
que el pueblo que votó por él, lo hizo no por sus propios méritos, que
los desconoce, sino para garantizar la continuidad de las misiones que,
en 2012, un Hugo Chávez enfermo repartió con gruesa ñapa para lograr su
reelección.
Las similitudes son impresionantes. En
el ’89, el pueblo esperaba de CAP, un nuevo CAP. En 2013, el pueblo
espera de Maduro, un nuevo Chávez. Pero el Presidente impugnado no ha
tenido ni tendrá otra opción que tomar medidas heroicas. Tanto que
mientras escribo estas líneas, se anuncia un aumento pronunciado en el
costo del pasaje. ¡Cuidado!
Quizás por eso se adelantó Maduro en militarizar a Caracas, en sacar al Ejército antes y no después de la explosión…
Los estallidos como los terremotos son,
por supuesto, impredecibles. También es impredecible, se me ocurre, la
disposición del Ejército a disparar. Pero hay hechos innegables. El
sepelio de Chávez superó en pompa la coronación de CAP. Y las
actuaciones del nuevo Chávez, delatan su nerviosismo.
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